Parte 2: ¡Son púrpuras!

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Ambos se dieron un suave y tibio beso, que fue apenas un ligero roce en los labios, nada muy elaborado, una simple probada a la pequeña boca de la lagomorfa y la punta del hocico del cánido en la que permanecieron unidos un tiempo prolongado. Ella se separó apenas unos milímetros para recuperar el aliento, pero él la sujetó con ambas patas y obligó a conectarse otra vez a él, con una muestra más cariñosa y afectiva, aunque esta vez, con más seguridad y sin miramientos. La besó con más vehemencia e intensidad, como si nunca hubiera besado a alguien así, o como si hubiera querido hacerlo hace mucho, o quizás ambos.

La coneja se asustó un poco por la pasión con la que apretaba sus labios contra los suyos, mas no se intimidó y no tardó en seguirle el ritmo. Sus patas se clavaron instintivamente a su pecho y se pegó más a él, en un nuevo juego o competencia por ver quién tenía más ganas de besar a quién. Después de unos candentes segundos y muy a su pesar, apartaron sus labios mientras intentaban tomar un poco de aire.

—N-N-Nick... —Jadeó incontrolablemente.

—Ah... ah... Za-Zanahorias... —respondió sin poder creer lo que pasaba.

Se vieron con un poco de ansiedad y algo de temor, pues al separarse, recordaron que se habían besado por un impulso, pero al verse también con esa respiración agitada y un brillo singular en los ojos, no pudieron ocultar su felicidad; aunque la coneja mostraba un poco de inseguridad que le costaba disimular.

—Lo lamento Nick, yo...

—¿Por qué —respiró con dificultad y zozobra—... te disculpas, Pelusa? ¿Acaso beso mal?

—No... no —se carcajeó sabiendo que no lo hacía nada mal—... para nada... no... no es eso... es sólo —la desconcentró la respiración y la cercanía del hocico de Nick—... es sólo que es muy... repentino —le costaba hablar mientras el astuto cánido acarició la comisura de sus labios con los suyos—... ay Nick... no sé... si sea... correc... ¡Mph!

Él la besó nuevamente con gran arrebato y casi enseguida se separó de ella.

—Lo siento yo... ¿quieres que... me detenga?

—No —musitó tímidamente— no pares...

Ahora fue Judy quien tomó la iniciativa y arremetió contra el chico, con intención de reclamar su boca, aunque el cánido no se quedó inmóvil y apresó a la coneja entre sus dos brazos, mientras sus zarpas estrujaban posesivamente su espalda, tratando de imponer su dominancia, típica muestra de afecto de un zorro.

Él la cargó y se hincó sobre el pequeño colchón, Judy no se inmutó ni dejó de besar al cánido un segundo, es más, se aferró más a él, rodeando sus brazos alrededor de su cuello, sujetando su torso con sus largas y torneadas piernas, y aferrándose a su cuerpo como si su vida dependiera de ello.

Nick entonces empezó a tomar las riendas del asunto y la besó con más intensidad, ahora abriéndose paso entre su boca con su lengua, sólo para encontrar unos enormes dientes de coneja que impedían su avance, no fue hasta que la misma Judy le indicó el camino con la suya, el cánido encontró a su objetivo. Continuaron el extraño beso interespecie mientras una lengua zorruna peleaba por el control de la zona, pero el pequeño órgano conejudo no se lo dejó tan fácil.

Unos tórridos minutos después, se volvieron a separar, respirando con algo de dificultad; pare ese entonces, ambos animales comenzaban a calentarse más de la cuenta, y una obvio pero incómoda pregunta rondó por sus cabezas.

—Oye Nick...

—Dime Zanahorias, —contestó enseguida, sin alejarse mucho de su hocico— soy todo oídos...

—¿Crees que esté mal si tú y yo...?

—¿Cogemos? ¿Cogemos fuerte y duro como conejos? —preguntó sin reparo ni tacto con desfachatez— No, para nada, al contrario, creo que sería glorioso.

En una noche púrpuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora