Me atraganto con mi propia saliva, incapaz de digerir la revelación de Dylan. Un nudo se forma en mi garganta y empiezo a toser, boqueando en busca de aire para que el oxígeno entre a mis pulmones. Es tan fuerte la sacudida que me impulso hacia adelante y me llevo una mano al pecho, como si así pudiera evitar los latidos desenfrenados de mi corazón. Los recuerdos se agolpan en mi mente y la angustia se apodera de mí.
¿Cómo ha sido capaz Hadrien de insinuarle nuestro estúpido verano a Dylan? ¿Qué es lo que pretende?
Doy una última bocanada de aire y pego un sorbo pequeño al vaso de agua que Mery me tiende, con la misma cara de preocupación que mi novio.
—¿Estás bien, preciosa? —pregunta Dylan, todavía a mi lado, con una mano en mi espalda.
Asiento sin mediar palabra y, con la respiración todavía agitada, clavo mi mirada fulminante en Hadrien antes de volver a la mesa y dejar la bandeja con nuestra merienda. Entonces, decidida a, de algún modo, vengarme, en los pocos pasos que me separan de él y Troy y de sus nuevas conquistas, saco el móvil y hago una descarga rápida de Internet antes de volver a guardarlo. Cuando me posiciono al lado de Hadrien, rodeo su cintura con mi brazo y le doy un beso en la mejilla. El simple acto hace que mi cuerpo se tensione lleno de inquietud, pero me convenzo de que él se lo ha buscado.
¿Quiere jugar? Juguemos.
—Cariño, me acaba de llamar tu madre —digo con mi voz más melosa—. No se puede quedar más tiempo con los niños.
Hadrien abre los ojos, sorprendido y desconcertado, y se aparta de mí de un salto, pero es demasiado tarde.
—¿Tienes hijos? —le pregunta una de ellas, la misma morena —bastante guapa hay que decir— que antes le ha rozado el brazo y ahora se echa atrás.
—¡Trillizos! ¿Quieres verlos? —Saco el móvil y busco en mi galería la foto que acabo de descargar de tres bebés rubios y con ojos azules que, si las chicas se fijaran bien, se darían cuenta que no comparten nuestra genética, pero no parece que les presten demasiada atención a los detalles—. ¿A qué son una monada? Son unos niños de papá.
—¿Qué coño estás diciendo, Brown? —salta Hadrien. Sabe lo que estoy haciendo y no está nada contento con mi actuación, pero yo me lo estoy pasando genial.
—¡Cuida ese vocabulario! —grito y vuelvo a dirigirme a las chicas—. A veces se le escapan unas cuantas groserías y no quiero que los niños las aprendan, pero la verdad es que quiere hacerse el duro y es un trocito de pan. Eso sí, si os vais a acostar con él, aseguraros de usar protección. Me pasé catorce horas de parto y nacieron con cuatro kilos cada uno. Me dejaron la vagina destrozada. Pero valió la pena, ¿a que sí, amor?
A Troy se le escapa la risa, que intenta disimular con un ataque repentino de tos. No le presto ninguna atención y le doy unas palmaditas en la mejilla a Hadrien en lo que finjo que es un gesto cariñoso, pero los manotazos están lejos de ser suaves. Me fulmina con la mirada, me coge de la mano y me aparta con más sutileza de la que le gustaría.
—Que te jodan.
Da media vuelta y se marcha. Sabe que ya no tiene nada que hacer.
—Disculpadle, se pone un poco borde cuando lleva mucho tiempo sin ver a Huey, Dewey y Louie. ¿Sabéis que les puso esos nombres porque le gusta mucho el pato Donald? En fin, nos vamos, disfrutad de vuestras galletas.
Cojo a Troy del brazo y tiro de él hasta llegar a nuestra mesa, donde Hadrien ya está sentado de brazos cruzados y de morros fruncidos. Cuando me dejo caer en mi silla, ya no puedo reprimir las carcajadas ni las lágrimas de la risa. Hay pocas cosas que me produzcan más satisfacción que fastidiarle a Hadrien O'Connell sus juegos. Es como darle pequeñas porciones de su propia medicina.
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Stupid boy 1: Atracción prohibida
Teen FictionNaomi Brown está decidida a mantenerse lejos de problemas, especialmente si esos problemas tienen nombre y apellido: Hadrien O'Connell. Conocido por ser el quarterback más popular y rompecorazones del Palace High School, Hadrien es todo lo que Naomi...