Junto al fuego

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El campamento estaba en constante movimiento debido a la llegada de nuevas seguidoras. Se escuchaban gritos y ruidos por todo el lugar.

Una chica rubia intentaba guiar a las nuevas por todo el campamento. Una buena bienvenida causaría una gran impresión.

La más grande de las recién llegadas tenía quince años, cabello pelirrojo, trenzado y una especie de vincha plateada, usaba un sencillo vestido de colores claros con un pantalón negro y botas brillantes. Su arco era ligero y estaba coloreado con los tonos de la luna. La menor de todas tenía aproximadamente 13 años y lucía una sencilla remera blanca con un pantalón gris oscuro, parecía que esa era su ropa habitual.

—Bienvenidas a la caza. Mi nombre es Adriana—Dijo la rubia presentándose —. Seré su guía. Pueden preguntarme lo que sea que necesiten.

El día pasó muy rápido. Cuando te estás divirtiendo las horas pueden volar, eso fue lo que les sucedió a las seis nuevas cazadoras.

Al caer la noche, empezaba a nevar con mayor entusiasmo, pero en el campamento los copos de nieve caían débiles. La suave brisa les reconfortaba el ánimo a todas. Sentirse en contacto con la naturaleza fortalecía su nueva vida inmortal.

Una gran fogata, en el centro del lugar, iluminaba con mayor nitidez el ambiente. Un par de chicas se hallaban riéndose junto al fuego cálido del hogar.

Justo a la hora de la cena, una chica de dieciséis años se paró enfrente de todas. Poseía el cabello castaño, ojos plateados como la luna, una corona de plata, símbolo de su liderazgo, y un vestido plateado que le llegaba hasta las rodillas, combinado con una chaqueta blanca ligera.

— ¡Bienvenidas nuevas Cazadoras!—levantó la voz la joven diosa—.

Todas las demás que se encontraban hablando se callaron rápidamente. Estaban todas reunidas junto al fuego. Eran unas 30 chicas en total.

—Artemisa—murmuraron con respeto—.

Una de las nuevas la miraba con absoluto aburrimiento. No podía creer que una chica tratara de demostrarse mejor que las demás. Todas estaban a las órdenes de Artemisa.

— ¡Tú, sal de ahí! No tienes permitido estar en ese lugar. La señora Artemisa jamás te lo perdonaría—Expresó con veneno—. Seguro que te echará de la caza por tu absoluta incompetencia.

Todas se callaron y el lugar quedó en un silencio sepulcral.

—Verás, Emily. No creo que la señora Artemisa me diga nada—dijo la que estaba en el centro—.

—Serás poca cosa. No puedes creerte mejor que una diosa inmortal—Le recalcó la chica—.

—Emily, soy Artemisa. Además ninguna de mis cazadoras tiene permitido tratar de herir a otras creyéndose superior a las demás—contestó la cazadora retándola—.

Emily palideció. Se disculpó como si su vida dependiera de ello.

Artemisa rió con entusiasmo. Esas situaciones eran frecuentes.

—No te preocupes, mi querida niña. Todas cometemos errores. ¿Es tu primera vez como cazadora?

La muchacha asintió.

—Excelente. Yo soy Artemisa, diosa de la caza. Les doy la bienvenida a mi familia. Espero que su estadía sea lo más agradable posible.

Algunas de las chicas murmuraban entre sí. Era imposible que una diosa fuera tan joven.

— ¡Contemos historias!—propuso una muchacha de 12 años—.

—Claro que sí. Pero primero, ¿Qué las trae a la caza?—preguntó Artemisa—.

Una chica pelinegra miraba a las demás con absoluta repugnancia.

—Yo, a diferencia de las demás tengo clase—Dijo alzando la voz—. Salí con uno de los chicos más geniales de la historia, a diferencia de ustedes, yo opté por botarlo. Dolió al principio pero bueno viendo que podía ser inmortal y joven por toda la eternidad decidí decir: ¡Adiós chicos!

Algunas de las chicas la miraban con furia. Esas no eran razones para unirse a la caza. Esperaban ansiosas la respuesta de su señora.

—Bien, si tú lo dices. Recuerda el juramento, jamás deberás romperlo de lo contrario te serán anulados la inmortalidad y la juventud—le dirigía una mirada glacial a la chica—.

— ¡Yo no estoy de acuerdo!—vociferó una de las muchachas del fondo—. No puedes creerte superior a las demás. No todas llegamos aquí por el rechazo de un chico. Ellos no son tan significantes para mí. Me abandonaron y pasé años en un orfanato hasta que encontré una familia con las cazadoras. No tienes idea de lo que dices.

— ¿Bromeas? Cariño, puedo contarte un relato mejor que tu patética historia.

Todas empezaron a discutir. Unas señalaban que los chicos eran lo peor, la pelinegra remarcaba que ella era mejor y algunas intentaban hacer que dejaran de pelear.

Artemisa viendo la semilla de discordia que se había sembrado en su campamento, las calló.

—Todas somos hermanas, por lo tanto somos y seremos iguales. Vengamos donde vengamos, seamos mortales, semidiosas o ninfas tenemos el mismo corazón latiendo. Tenemos sueños. Estamos aquí reunidas porque demostramos que no queremos seguir los ideales que nos impusieron. Nos dijeron que éramos débiles y delicadas.

— ¡Sí!—corearon con entusiasmo—.

—Mis seguidoras nosotras somos fuertes y valientes. Vamos a demostrarles a esos incautos que no nos toman en serio lo que representan las cazadoras.

La pelinegra agachó la cabeza avergonzada.

—Acérquense mis seguidoras. Voy a contarles una historia.

La castaña miró un momento hacia el fondo como si necesitara la aprobación de alguien.

—No todas ustedes llegaron por un chico. Déjenme contarles la historia de una de mis primeras seguidoras.

Una chica castaña oscura prestó mayor atención. Estaba sentada en un tronco hueco, oculta. Asintió.

El fuego ardió con más intensidad. Pronto, la voz de Artemisa se confundió con los susurros del viento. Una atmósfera perfecta para el relato que voy a contarles.

El Dilema de una Cazadora ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora