Acecho de la caza

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Daila preparó su arco, apuntando a una dirección definida. Su respiración entrecortada, apenas, la dejaba pensar. Un, dos, tres. Soltó la flecha y escuchó que daba en el blanco.

Desde el árbol, en el que se encuentra, se corre un poco su cabello castaño oscuro que le estaba molestando.

Muchos en el pueblo la tratan de loca solo por ser diferente a ellos, en especial las mujeres, las niñas no porque la admiran. No les da la más mínima importancia. Podrían confundirla con una amazona o una cazadora de Artemisa, no es ninguna.

Salta de la rama y se escabulle entre la maleza del bosque. El claro está cubierto por una frondosa copa de árboles que cubren kilómetros de hectáreas. La mayoría de los lugares que ocupan el bosque están cubiertos por las sombras. Muchos asegurarían que el que entraba en ese lugar se perdería para siempre, en otras palabras, sus lugares favoritos.

Uno de los chicos del pueblo debe estar siguiéndola otra vez. Esa curiosidad que tienen, al verla cada vez que va, es insoportable. No tolera a ninguno. Lo único que quieren es una bella esposa que le haga todas sus tareas del hogar, lo atienda y sea su sumisa ama de casa. Quieren hacerla inferior a ellos, no buscan igualdad. Los odia.

Un día, uno de los chicos quiso robarle un beso junto a la fuente. ¿Adivinen quién terminó con un puñetazo y mojado? No iba a permitir ser débil y que la manipulara.

Su padre trabaja en una de las granjas, a unos kilómetros del pueblo. Viven en la Grecia Antigua, a un par de kilómetros de Atenas, o al menos eso dicen los viajeros y los extranjeros.

Podría describirla de muchas formas posibles, pero voy a detallarla tal como la recuerdo. Tiene el cabello castaño oscuro y la mayoría de las veces suelto, los ojos de color miel, tiende a usar chitones de colores claros y andar descalza casi siempre. Suele cazar en el bosque y jamás se encuentra en casa, aunque suele ayudar a su papá a menudo.

Cuando está en casa no puede llevar el cabello suelto, a su padre no le molesta esa parte de ella. Las señoras de las cercanías, típicas viejas que no tienen nada que hacer, la han visto varias veces trabajar en los cultivos y la señalaron por "acto de rebeldía" e "insensata". Puras habladurías. Debido a esto, todos han empezado a murmurar muchas cosas sobre ella y su familia.

Extraña a su madre. Su papá dice que le recuerda mucho a ella. Cuando ella nació se fue para siempre, jamás la conoció. Está furiosa con su madre por abandonarlos. Sin embargo, lo tiene a él (su papá) y es lo único que necesita.

Se esconde, detrás de unos frondosos árboles, y espera a que los pasos dejen de sonar. Una figura pasa delante y se pierde en otro extremo del bosque.

"Justo al claro sombrío ", piensa mientras suelta una débil risita. "Va a tener un día muy divertido."

Toma las flechas y las guarda dentro de su carcaj. Constantemente hace eso cuando ya tiene a su presa lista.

Sale corriendo hacia el lugar donde apuntó con la flecha. Hay un conejo atravesado por la misma. Diablos, odiaba tener que ver toda esa sangre pero le gustaba cazar. Generalmente, Daila prefería juntar bayas silvestres para la cena, pero hoy era un día especial y necesita una presa grande.

La noche empieza a presentarse junto con la oscuridad. El fuego, que le sirve de guía, está encendido. Apunta hacia el cielo nocturno y dispara con confianza. Escucha un gran estruendo a lo lejos.

De algo estaba segura, esa noche, sería una buena cena. Comienza a correr hasta perderse entre las sombras.

El Dilema de una Cazadora ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora