Había pasado una semana desde que hablaron por última vez. María dejaba el desayuno sobre la barra y seguía atendiendo a los clientes que pasaban a tomar un café por la mañana antes de iniciar el trabajo, conversaba con todos y cuando veía que Damián terminaba los panqués, entraba a la cocina como si hubiese dejado la sartén prendida y esperaba un minuto para asegurarse de que haya salido del garaje. Él llegaba tarde a casa, si no había practica de natación jugaba un partido con los del equipo de basquet saliendo de clases, se sentaba un rato con todos los del equipo e invitaba a Daniel al frente de todos a llevarlo a casa con la excusa de que vivían cerca uno del otro.
Dejaba que suba en la parte posterior de la bicicleta y se alejaban de todo. Cuando ya nadie podía verlos se desviaban del camino, Daniel rodeaba con los brazos la cintura de Damián y se apoyaba en su hombro, compartían audífonos y cantaban casi en silencio hasta llegar a un parque que habían nombrado suyo.
Eran muy cuidadosos en cuanto al contacto físico cuando habían niños en el parque, no querían generar incomodidades entre los padres cuando sus hijos empezaban a formular preguntas que usualmente, ellos no querían responder.
Hablaban de todo, como cuando estaban con todos los chicos, pero esa clase de todo era tan profundo y tan sincero que hasta un comentario tonto podía tener miles de significados solo porque provenía de ellos.
Hablaban de nada, porque cuando se miraban el resto se convertía en un conjunto de palabras sueltas y absurdas.
Las horas pasaban y se sentían por la oscuridad de las calles, reanudaban el camino a casa y se despedían frente a la de Daniel, con un abrazo fuerte si Madeline había abierto ya la puerta o un apasionado beso cuando estaban aún solos.
El momento abrumador era cuando debía regresar a casa, sabía que encontraría la cena lista sobre la mesa del comedor y que probablemente en ese momento, María estuviese comiendo sola en su dormitorio.
Un escalofrío recorrió su columna vertebral cuando encendió la luz y encontró a Daniel sentado sobre su cama con un libro entre sus manos. Había dejado las zapatillas bajo la mesa de noche y tenía las piernas cruzadas, sonreía resplandeciente como cada vez que se veían, pero esta vez era algo aterrador.
–Mierda, Daniel. Pude haber gritado y asustado a mi mamá. –dijo despacio poniendo seguro a la puerta.
–Lo siento, fue una decisión de ultimo momento. Es que mi madre ha ido a una fiesta en un crucero o algo así, como una reunión de trabajo, y me dejó solo en casa. –explicó dejando el libro. Damián se acercó a él y subió a la cama– No podía dejar de pensar que este podía ser un momento para nosotros dos. –giró la cabeza y le dio un beso en el cuello– Ya sé que tu madre nos mataría. Ven a mi casa.
Damián temblaba, a pesar de estar afrontando el hecho de que verdaderamente era gay, no estaba preparado para asimilar algunas circunstancias que debería afrontar como tener momentos de intimidad con Daniel.
–Por favor, –pidió trazando un camino de besos desde su barbilla hasta la clavícula– vamos a mi casa.
Retrocedió un poco y escuchó a María toser en la habitación de al lado. ¿Estaría escuchando lo que sucedía? No quería arriesgarse a que eche a Daniel de la casa.
–Bien, iremos a tu casa. No tengo la menor idea de como entraste pero saldremos por esa ventana y hay que saltar sin...
Antes de que pueda terminar de darle las instrucciones, él ya estaba abajo esperándolo. Fueron bastante sigilosos al salir, pero cuando vieron que la ventana de María se abría lentamente empezaron a correr sin detenerse hasta la casa de Daniel. Él sacó su llave y mirando a ambos lados abrió la puerta dejando pasar primero a Damián, lo llevó de la mano hasta su habitación y cerró la puerta con delicadeza. Todo era blanco desde las paredes hasta las sábanas, lo único que daba vida a la habitación era el cálido suelo de madera, los trofeos sobre las repisas y dos cuerpos al centro de la habitación.
–No me tengas miedo, Damián.
–No es miedo lo que tengo.
–Intenta no estar nervioso. –corrigió dandole un abrazo– No quiero ser cursi pero cada vez que te veo e incluso cada vez que no estás yo siento que eres lo único que necesito. No deseo más en esta vida que a ti, Damián. No hay nada que me importe más.
Se sentía atraído por sus palabras, lo quería y no había manera de negarlo. Habían tantos temores en su mente pero se dejó guiar por sus manos hasta la cama del inglés. Dejó que lo desvistiera con cuidado e intentó no ser tan torpe al desabrocharse camisa, tenía los dedos congelados, pero el resto de su cuerpo ardía en llamas mientras acariciaba su abdomen, tenía marcas de músculos apenas formándose en su vientre y decoradas alrededor por sobresalientes costillas debido a su menudez. Las manos de Damián se detuvieron al tocar el borde del pantalón deportivo, temblaban y se balanceaban al contorno sin poner presión en ningún movimiento.
–No hay razón por qué llorar, Damián –dijo tomando su rostro entre las manos, besó sus labios entreabiertos y secó las lagrimas de sus mejillas con los pulgares– estás más pelirrojo.
–Es por el agua de la piscina –explicó con la voz entrecortada.
–Eso es, –respondió haciendo presión en su cuerpo, obligándolo a retroceder y recostarse bajo el cuerpo de Daniel– imagina que estamos bajo el agua.
–¿Por qué bajo el agua? –preguntó con las manos alrededor de su cuello.
–Porque bajo el agua, cariño, ambos somos transparentes.
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Bajo el agua
Dla nastolatkówLas palabras bajo el agua son más sinceras que las que te puedo decir aquí, los besos bajo el agua tienen más significado que los que te puedo dar en la superficie, y nuestros cuerpos bajo el agua... nuestros cuerpos no significan nada...