Era su tercera guardia; llevaban toda la mañana escoltando la casa del Señor Kim, debajo de los rayos de sol tibios que se colaban por los sacos negros. Estaban con las manos cerca de las pistolas en sus cinturones, tensos en cada momento, listos para disparar a cualquier cosa que se moviera.
En especial, a ese mensajero que se acercaba hacia ellos, echando la cabeza hacia atrás para observar los acabados en relieve que tenían los alféizares de las ventanas y las hileras de balcones de hierro oscuro de la fachada. Silbó mientras observaba los jardines que estaban a los costados, con estatuillas de hormigón colocadas entre el césped verde y brillante. La boca del mensajero se curvó cuando observó que también había un reloj de sol entre rosales, más al fondo del jardín. Marcaba las once cuarenta y tres de la mañana.
-¿Qué se le ofrece? -le preguntó un guardia, Terrence, un hombre cuarentón, agente de medio rango, barba cerrada que iba a delinearse cada semana a la Peluquería de San Petersburgo que laboraba desde los años cincuentas.
-Vine a dejar algo... -el mensajero los miró con los ojos entrecerrados, estudiando a los quince hombres que formaban una barrera entre él y la puerta-. ¿Quién está adentro? ¿Acaso resucitó el Zar Nicolás II en ésta mansión?
-Deja de hacer chistes estúpidos y entrega rápido la correspondencia.
El mensajero levantó las manos, conciliador y aún con vestigios de diversión.
-Lo siento, pero trataba de despejarme -rebuscó entre su bolsa repleta de sobres sellados, y le tendió a Terrence una cajita roja-. No sabrán lo que es aburrimiento hasta que trabajen como mensajero. Llevando todo el día cartas por toda la ciudad, liando con guardaespaldas amargados y sin sentido del humor.
-Sí, sí, como sea... -Terrence le arrebató la cajita de las manos, y la estudió rápidamente-. ¿El Señor Kim tiene que firmar algo que demuestre que recibió el paquete? ¿Por qué no tiene sello de la Central Mensajera? ¿Por qué...?
-Oye, cerebrito -el mensajero lo interrumpió con voz pesada-, yo sólo hago lo que me ordenan. Mi jefe en la Central me ordenó que trajera eso a esta dirección.
-¿Por qué enviaría a una dirección algo que no tiene datos en absoluto?
-Yo sólo sigo órdenes. ¿Puedes asegurarte de que eso le llegue al que tenga que llegarle? Aún tengo mucho por entregar, y no pienso quedarme a discutir contigo, que evidentemente sólo estás aquí divirtiéndote.
-¿Acaso crees que estoy tomando el sol afuera de la casa del Señor Kim? -exclamó Terrence, avanzando peligrosamente unos cuantos pasos hacia el mensajero.
-¿Y qué crees que hago yo? -el mensajero se colgó al hombro el bolso con la correspondencia-. Sólo dale eso, ¿quieres? Mi jefe me matará si eso no lo recibe el Señor Kim. Tengo cinco hijos que mantener, una esposa que me maltrata, una suegra que vive en la misma casa que yo. Y si mi jefe me echa, entonces en mi casa no estoy muy a salvo que digamos.
-¿Qué? -Terrence puso mala cara, dándole el paquete a uno de sus colegas, indicándole con un ademán de cabeza que metiera la pequeña caja dentro. Volvió a mirar al mensajero; sacudió la cabeza a los lados, exasperado-. Mejor lárgate, antes de que te meta una bala entre las cejas.
-Me harías un favor... -se encogió de hombros y dio media vuelta.
Mientras caminaba, sacó la siguiente carta para entregar, mirando detenidamente la dirección. Estudió meticulosamente las fachadas de las casas de la acera de enfrente, y caminó pesadamente hasta ahí. Metió la carta en el buzón de una gran casa con bardas rosas y castillos duraznos, y se dispuso a entregar otro sobre.
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ESTOCOLMO |KAIXING|
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