Capitulo 3- La mirada de la Chiquilla.

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Lejos de tanto barullo, la ciudad adopta una postura mucho más tranquila y estética. Las nubes penden de la bóveda celeste como si de porcelana a punto de fragmentarse se tratara. Sobrevuelan pequeñas hojas, pétalos rosados y motas de polen que adoptan un color amarillento producido por las farolas cuyo resplandor es mísero.

Todo lo que me rodea resulta hermoso, como si nunca hubiera contemplado algo tan simple y natural. Siempre que uno se encuentra con temperamento triste, o simplemente tiene el corazón truncado en varias partes, las cosas adoptan un significado completamente distinto a lo que estamos acostumbrados a ver. Todo se dota de encanto y suavidad.

Hasta nos percatamos de esos pequeños detalles a los que no solemos dar importancia.

Diminutos riachuelos formados por gotas, verdín acumulado en las tejas, tallos desnudos, delicadas vidrieras sin vida…

Un cúmulo de factores parecido es lo que tiene que soportar mi desconsolado corazón, mientras me voy acercando a lugares más habitados.

El laberinto de calles y barro me hace regresar al punto de partida una y otra vez, hasta que mi mente se conciencia y asume los fines de mi desordenada sensibilidad. Cuando me encuentro en disposición de afrontar mi objetivo, comienzo a correr de nuevo.

Siempre me ha relajado, sentir, a cada minuto que pasa, como el cuerpo se consume y las pulsaciones incrementan. Ahora más que nunca.

Llego a un recinto cubierto por un techo de madera roñosa y arcos apuntalados. Es una humilde comunicación que entrelaza la zona turística con las inmediaciones.

El conjunto de cámaras fotográficas y dispositivos móviles se apiñan cerca de mí. Escurro el sudor de mi frente mientras aparto a la cantidad de mujeres y hombres que me restringen el paso.

Logro aparecer de cara a la catedral, desde allí apenas puedo apreciar nada que me resulte familiar.

-¿Y dónde está ella?, ¿Dónde puedo encontrarla?, -pregunto para mis adentros inquietos-.

Rodeo el edificio rápidamente para obtener una prespectiva más general. Todos mis intentos son en vano, pues lo único que he conseguido vislumbrar han sido un par de compañeros y profesores que disfrutan de un apetitoso picnic durante su coloquio.

Rebusco por quioscos, examino tiendas e investigo cerca del último lugar en donde la vi; pero nada, no hay ni rastro de la risueña chiquilla de cabellos rizados.

Se me hace tarde, aunque según Juan, aquí el tiempo es relativo.

Después de una larga estancia por la plaza San Marcos, me decido a indagar bajo uno de los cuantiosos puentes que atraviesan el agua.

En uno de ellos hay un tenderete de legumbres y frutos secos, donde el dependiente grita a viva voz:

-¡Frutta!, ¡Frutta!, ¡Si vende frutta!

Hasta yo mismo pude descifrar el italiano en esta ocasión. Su tiendecita se encuentra situada de forma ladeada a causa de su posición, pues se halla sobre unos escalones. Tiene un toldo verde que parece que va a echar a volar en cualquier momento.

Acerco mi mano a un jugoso fresón mientras dejo una reluciente moneda sobre la repisa.

¡Quédese con el cambio!, -musito sin dejar de moverme-.

Al hombre se le hinchan los mofletes y se dibuja una sonrisa de satisfacción en su rostro.

-¡Grazie!, ¡Grazie giovane (joven)!, -me agradece con la mirada-.

Un sentimiento Veneciano (en proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora