El canto de los gorriones y el suave sonido de las hojas de los árboles siendo mecidas por el viento causaron que volviese a sentir la calidez de aquella cama, despertándome poco a poco e intentando que no me pesaran los párpados para poder conseguir abrir los ojos.
Una vez conseguí abrirlos por completo, analicé mi alrededor, y organicé mi mente lo mejor que pude. Por lo visto no había sido un sueño. Realmente me había reencontrado con mi padre y me había mudado con él... Un bostezo escapó de mis labios, sacándome de mi ensimismamiento. Hoy sería un día duro, de eso estaba segura. Aún estaba un tanto cansada, pero sería mejor que comenzara a ponerme las pilas. Después de todo tenía que ir al instituto, y no podía quedarme todo el día durmiendo.
Me senté en la cama y vi cómo el reloj marcaba las siete de la mañana. Al haber dormido tantas horas, incluso me había levantado antes de que sonase el despertador, algo que seguramente no volvería a pasar de nuevo. Era de las típicas chicas a las que se le pegaban las sábanas y a la que le costaba el mundo entero apartarse de la almohada, es por ello que me sentía un tanto extraña por el hecho de haberme despertado por mí misma tan temprano.
Tras estirar un poco los músculos, me levanté de la cama y caminé prácticamente a ciegas hasta la maleta. Al ser tan temprano, el sol aún no había salido de su escondite, así que la habitación se encontraba completamente a oscuras, y el hecho de no saber dónde puse las gafas no ayudó demasiado. Cuando quise darme cuenta, me había tropezado con la maleta y estaba a punto de darme de bruces contra el suelo, por suerte, apoyé las manos por acto reflejo antes de que eso sucediera. Por las mañanas podía ser bastante torpe, después de todo... ¿quién no lo es cuando se acaba de despertar?
El pequeño susto de la caída había logrado que despertase del todo, así que, en cuanto me recompuse, encendí la luz y saqué de la maleta la ropa que pensaba ponerme aquel día de otoño. El conjunto consistía en una camiseta turquesa oscuro un tanto holgada, unos pantalones cortos de color negro, una chaqueta del mismo color y unas zapatillas que me regaló mi madre antes de venirme aquí a vivir. Una vez vestida, me acerqué con cuidado al escritorio y, tomando mis gafas y limpiando un poco los cristales de esta, me las puse.
Ya casi estaba lista, solo me faltaba peinarme y tomar la mochila y algo de dinero. Por lo que me había contado George, los libros me los darían en el instituto, algo que agradecí, ya que lo último que quería era tener que pedirle que me los costeara. Al ser menor de edad, no podía tener cuenta bancaria propia y los pocos ahorros que tenía no me servirían ni para comprar un mísero libro. Suspiré pesadamente al pensar esto último mientras me dirigía hacia el baño sin hacer demasiado ruido. Supongo que los ahorros los gastaría en comprar los bocadillos de cada día en la cafetería. Prefería tomar el desayuno en el instituto, ya que por las mañanas, acabada de levantar, no sentía demasiada hambre.
Tras peinar mi cabellera color negro azabache, salí cautelosamente del baño, pero extrañamente la puerta de la habitación de mi padre se encontraba entreabierta. Me acerqué silenciosamente y asomé la cabeza. El dormitorio no era tan grande como pensé que sería, era prácticamente igual que el mío, excepto por algunas excepciones como la decoración, la cama doble, la cual solo estaba desecha por un lado, o el leve desorden de folios en su escritorio, además de que encima de este había un pizarrón de corcho con aún más papeles esparcidos por él.
Observé una última vez el interior de aquel lugar con detenimiento y momentos después, dejé de curiosear y tomé la mochila de mi habitación, bajando por las escaleras hasta la planta baja, percatándome de que, la luz de la cocina, se hallaba encendida. El ruido de unos platos se escuchaba mientras me adentraba en la estancia un tanto nerviosa. Desde siempre había estado acostumbrada a levantarme y encontrar a mi madre esperándome en la mesa para comenzar a desayunar mientras Leo, mi padrastro, ponía el lavavajillas y lo ordenaba un poquito todo. Se me hacía un tanto extraño encontrar a otro hombre que no era Leo fregando los platos en una cocina casi reluciente, en una casa poco conocida para mí, pero seguro que con el tiempo acabaría acostumbrándome.
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[CDM] Amores prohibidos pero eternos (Castiel, Lysandro)
RomanceLa realidad no es lo que parece. Aquello a lo que hoy consideras ficción, puede volverse auténtico cuando menos te lo esperes. No todo es de color de rosa, y las criaturas que albergan este mundo aún no han sido descubiertas. Sin embargo, ¿qué ocurr...