Máscaras

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Que hipocresía que hay en el mundo, que falsedad que llevan encima las personas.

 Te voy a ser sincera, yo también pequé de falsedad. Yo también fingí ser algo ante otros, yo también oculté mis opiniones y valores por caer bien a alguien.

Yo aparenté estar bien y alegre cuando en realidad moría por dentro o cuando callé mi juicio frente a diferentes cosas. Yo silencié mi boca, y eso es hipocresía. Y a mí también me dieron la mano derecha, mientras ocultaban con la izquierda un cuchillo.

Traicioné y fui traicionada.

 Pero aquella vez que te mentí a vos, que oculté lo que sabía; superó todo.

Me siento sucia al recordar todo eso. Te traicioné y profané en tu contra. ¡Dios! Te pido perdón ahora, porque en aquel momento no tuve tiempo. Te fui desleal por hacerle caso a mi papá, te oculté la realidad de las cosas porque no quería que sufrieras, porque deseaba que fueras feliz por sobre todas las cosas. Pero te fuiste, creyendo haber vivido en un cuento de hadas, en donde todos llevábamos máscaras de felicidad absoluta y unidad. Te fuiste con un cuchillo mío clavado en tu espalda.

Perdóname, perdóname.

Yo necesito tu perdón, necesito hablar con vos pero estás tan lejos....

                                                                                             Cecilia (llena de falsedad)

El silencio era completo, solo se escuchaban los cubiertos al chocar contra el plato y el ruido que hacia el ventilador de techo al girar. Nadie hablaba; la incomodidad y la tensión formaban parte de la cena. Cuando Flopy trajo la bandeja con la comida, el aire se tornó más soportable, y la mayoría hablaba.

Cecilia, con su capucha puesta y su gesto de rebeldía, se mantenía con los brazos cruzados esperando – inútilmente – que su padre la retara.

Gabriel, que era invitado exclusivo, hablaba sin cesar con su padre; conversaban sobre la escuela o sobre temas sin importancia.

Cecilia observó con amargura la belleza de Samanta, que frente a ella hablaba y reía ante las ocurrencias de Gabriel.

Su cabello rubio se movía con cada gesto que hacía y su cara perfecta, demostraba lo diferentes que eran con Cecilia.

Ella con su capucha, pasaba desaperciba y no hablaba ni comía. Se deprimió al sentirse tan distante e invisible.

Suspiró y trató de comer lo preparado por Flopy para la “cena familiar”.

Antes de tragar el bocado, Samanta le habló con tono burlón:

-          ¿Vas a seguir estudiando en casa o el próximo año vas a volver a la escuela? Ya es hora de que dejes tu marginamiento de lado…

Las conversaciones cesaron.

-          ¿Por qué preguntas? ¿Temes que te robe el trono? – Cecilia aludía a los tiempos pasados, cuando Samanta casi no hablaba y Cecilia la había incorporado a su grupo de amigas. Ahora las cosas eran distintas, Samanta se creía la dueña y reina de la escuela y trataba a todos como se le cantaba; ya no era la niña que hablaba en voz baja y se escondía en los recreos.

-          Cecilia – dijo su padre, la advertencia resonaba en su tono.

-          Con esa cara, ¿Por qué habría de temer? – lo susurró para que solamente Cecilia la escuchara.

Se pidió a sí misma calma y respirando hondo, pudo controlar las ganas de tirarle los fideos por la cabeza.

Samanta le sonreía con victoria, ella por su parte la miró confundida. Se preguntaba donde había quedado la que alguna vez fue su mejor amiga, la que el día del velorio la había abrazado con fuerza: pero entonces se dijo a sí misma que se acordara de la Samanta que no le había dirigido la palabra en la escuela luego del incendio o la de ahora, que la miraba con altivez y hasta con odio.

Tu triste melodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora