A veces pareciera que todavía estas acá conmigo. Como si nada hubiera pasado, como si me despertara y vos estuvieras preparándome el desayuno o diciéndome 'buenos días' con esa sonrisa tan tuya.
La mayoría de nosotros cree tener la vida comprada: yo lo creí.
Creí que al crecer nunca me ibas a faltar, creí que mi vida era perfecta y que todo sería como me lo imaginada. ¡Que ingenua!
Pensé erróneamente que mi vida sería tal como la había soñado.
Que estúpida fui al creer que todo iba a ser hermoso, que no habría sufrimiento ni dolor.
Tuve que madurar de golpe y tratar de comprender que vos no ibas a ser eterna y que no todo es color de rosa.
Sucedió el incendio y luego tu muerte; ahí fue cuando comprendí. En ese momento la realidad me pegó una cachetada y me hizo ver la verdad sobre esta vida.
Esta vida de mierda que nos golpea una y otra vez, esta vida que nos rompe a pedazos y que después nos vuelve a recoger.
Esta vida que vivo sin vos. Lo cual es doblemente peor.
No paro de pensar y eso me hace tan mal.
A mi mente vienen esos momentos de felicidad en donde me reía, sonreía y era inocente. Esos momentos en donde no me importaba nada y disfrutaba de levantarme todas las mañanas.
Me parecen tan lejanos ahora, tan borrosos y ridículos.
Te quiero con todo lo que soy, te pido algo de ayuda para superar este dolor que me está consumiendo.
Tu hija, a la que le gusta hacer catarsis de vez en cuando...
- Lo estás haciendo mal - volvió a repetir
- Entonces... ¡explícame! - Cece rodó los ojos, y se dispuso a mover sus dedos sobre las teclas; repitió el sonido que le había estado enseñando durante media hora. No quería ni pensar lo que le llevaría enseñarle una melodía entera.
Soltó un bufido cuando Gabriel trató de imitarla y el sonido terminó siendo peor que los otros intentos.
- ¿Porque nunca le pediste a tu papá que te enseñara a tocar el piano? - preguntó al verlo desanimado.
Gabriel sacudió los hombros y luego soltó un suspiro.
- Me enseñó, pero nunca pude hacerlo tan bien como él. Eso me frustraba muchísimo y dejaba de intentarlo. Tampoco teníamos tanto tiempo libre para que me enseñara; su piano estaba primero. Tenía 10 años cuando nos fuimos... Las ganas de aprender a tocar se quedaron en Italia.
Cecilia se mordió el labio.
- Todas las tardes te escuchaba tocar el piano, supongo que eso me llevó a tener ganar de aprender... Pero si no me tenes paciencia, no me enseñes. A lo mejor, no es lo mío...
Cecilia se sintió mal por todo lo que le había dicho. Suspiró pesadamente, le iba pésimo para enseñar.
- Siempre la mano derecha – le explicó mientras apoyaba sus dedos en las teclas – es la que lleva la melodía, la mano izquierda hace de "acompañamiento". Las manos no deben ser colocadas pegadas a las teclas, sino que deben rozarlas. ¿Me entendiste? - le preguntó con la miraba baja
Gabriel asintió.
- Es mucho más cómodo y te permite mover los dedos con libertad... Nunca tenes que golpear las teclas – Cecilia apretó una de ellas para mostrarle – hay que acariciarlas – dijo después se apoyar el dedo delicadamente.- ¿Notas la diferencia? El sonido es diferente.
- Hay que sentirla a la música – siguió diciendo - te debe llegar; el pianista que no siente nada al tocar una melodía no sirve. Las teclas representan la vía de escapatoria hacia un paraíso en donde vos y el piano son solo uno. Nada más importa, la melodía es lo único que se escucha.
Cecilia se dispuso a tocar Para Elisa, una de sus primeras melodías aprendidas en el piano.
Los dedos se movían rapidez, casi sin rozar el piano, mantenía los ojos entrecerrados y se entregaba a esa melodía. Gabriel observaba alucinado la agilidad de sus dedos pequeños y el poder hipnótico que ejercía su rostro lleno de paz y relajación.
Cecilia frunció el ceño hasta que dio finalizada la melodía.
Gabriel sonrió; por unos segundos, se había olvidado de todo a su alrededor.
Un silencio incomodo se extendió por la habitación. Se miraron a los ojos, sin comprender lo que pasaba.
Cecilia abrió la boca para decir algo, pero ni una sola silaba salió de ella.
Se dio cuenta en el momento justo en el que ocurría una transformación en el semblante de Gabriel. Se estaba acercando, como si quisiera...¿besarla?... ¡No!, susurró una voz en su cabeza.
Se levantó del banquito de un salto y se acercó a la ventana para ocultar su perturbación, Gabriel la miró con extrañeza.
- Hay un auto afuera de tu casa – balbuceó con las manos en forma de puño - ¿Tu mamá tiene visitas?
- No... No puede ser – respondió prestando atención a sus palabras. Se acercó a la ventana y observó un auto lujoso estacionado en la calle.
Frunció el ceño mientras se levantaba para irse. Bajó las escaleras rápidamente. No se fijó si Cecilia lo seguía.
Un presentimiento lo llevó a correr hasta su casa.
Observó con horror como su padre salía de su casa, su madre se secaba las lágrimas con un pañuelo.
Masculló un insulto al verlos abrazarse, como si los años de separación y abandono no importaran.
- ¿Qué hace acá? - le preguntó a su madre con un mueca.
- Gabriel, por favor - le rogó
- ¿Por qué la necesidad de remover el pasado, por qué la necesidad de hacerla sufrir? - murmuró con frialdad - ¿No te bastó con que nos fuéramos de Italia? ¿Qué más queres?
- Mio figlio... ¡Per favore! - susurró Vincenzo con dolor - Tu sai che ti amo...
- No me hables en italiano, ni digas nada con ese idioma que acá no significa nada. No quiero escucharte más. ¡Andate! - rugió cuando su padre se acercaba para abrazarlo.
- Tenes que escucharme - dijo en castellano - Tu mamá y yo...
- Mi mamá y tu persona en la misma frase no existen, todo terminó hace 10 años. Lo dejaste muy claro cuando no nos buscaste.
- Si te buscó... - musitó su madre con la vista pegada al suelo - Él te buscó – repitió.
- ¿Qué decís? - articuló sin aliento
- Tu madre creyó que lo mejor era no decirte que yo estaba buscándote. Desde Florencia traté de ubicarlos; llamé a tu abuela y todos tus familiares; nadie me dijo la verdad. – Lo miró a los ojos – Yo sé que no hice las cosas bien, que nunca les preste atención y que estaba sumergido en lo que más disfrutaba que era la música. Pero jamás deje de amarlos, no fue hasta que los perdí que descubrí la falta que me hacían y lo importante que son para mí existir.
Vincenzo había caído en su lengua natal.
Gabriel sacudió la cabeza. Sintió como se le calentaban los ojos; las lágrimas no tardarían en llegar.
Le ordenó a su cuerpo moverse. Cerró la puerta de un portazo luego de entrar. No se detuvo hasta llegar a su habitación.
El alivio que experimentó lo dejó laxo sobre su cama.
Estaba cansado de que la gente creyera que podía decidir sobre su vida y como debía o no actuar. Estaba cansado de ser el muñequito de juguete de sus padres.
No más, se dijo.
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Tu triste melodía
Teen FictionDe una casa se escucha un piano que no toca más que melodías tristes y casi desgarradoras. Cecilia no ha salido de su casa desde que entró en una cruel depresión, no tiene más que su viejo piano y su correspondencia con alguien que nunca le responde...