Debía alejarla... debía alejarla.
Todo el día lo pensó y mientras más lo hacía, más seguro estaba de que era lo correcto.
¿Podía hacer feliz a alguien, en verdad? ¿Podría ser capaz de amar a otra mujer sin que esta huyera u optara por alguien más? ¿Podría hacerlo sin perder su corazón en el intento?
No, por supuesto que no lo haría. Al menos no sin perder algo más que su corazón
Hace tiempo se había alejado de esa utópica idea mal concebida, llamada amor. El amor solo hacía a las personas vulnerables, co-dependientes y egoístas, solo era una excusa que utilizaba el hombre para recrearse, para crear una realidad paralela al mundo que le tocaba vivir, la manera egoísta de arrastrar a otro a la inmundicia de autocompasión, en la que podía volverse el simple hecho de existir. No había nada sano en el amor, si éste era tan adictivo como cualquier droga.
El amor, podía arrancarte a destajos el corazón y sumirte en la pena, el amor era traición para él. Lo sabía, pero no podía dejar de pensar que estaba cayendo de nuevo en él.
¿Cómo era que ahora jugaba a la tortura con ella? Katherine, solo podía ser otra víctima del mal amor, ¿cómo podía él pensar en ella de otra manera?
Pero todo se detuvo. Se detuvo en el mismo instante, en que él la tomó por el brazo y la hizo girarse, se detuvo en aquel momento en que sus labios quedaron entreabiertos y un suspiro silente y tibio hizo la invitación a lo que parecía en su interior, ambos pedir a gritos, pudo sentir su mirada en su boca como si ella supiera lo que iba a pasar, lo confirmó cuando sus ojos grises se fundieron en su mirada, supo del deseo de ambos.
Sin respirar, cedió al impulso y a esa clandestina invitación. Bebiendo el suspiro de sus labios
***
—¿Qué rayos estás haciendo Katherine? reacciona —se increpó
Algo estaba pasando, se estaba quedando sin aliento y entonces el solo la miró, arrastrándola al espesor de sus ojos hipnóticos, de ese azul que la sumergía y la hacía desear lo que no se estaba permitido.
Quiso negarse, quiso alejarlo, pero se sentía adherida a él, inmanente e inmarcesible en ese momento, que todo lo cuestionable carecía de argumento lógico. Fue entonces cuando todo se detuvo, en el beso.
Sus labios cedieron al roce de los de él, casto, silente y sutil, no supo cómo responder a ese beso, pero como alejar lo que parecía faltarle sin darse cuenta. Sus labios tibios causaron una reacción en su piel, aun cuando llevaba abrigo, aun cuando parecía haberse detenido todo, incluyendo los trémulos murmullos de la noche, la brisa estival y el mismo tiempo.
Cerró los ojos y se permitió probar y sentir con todos sus sentidos ese primer beso, después podría darse de golpes con las paredes de su habitación, o reventar la guitarra sobre su cabeza, lo más probable es que sentiría la pura y cruda vergüenza acechándola hasta rendir a su cerebro y ceder paso al sueño.
Su conciencia pretendía prevalecer sobre su impulso humano o quizá su necesidad de cariño, del sentir el calor del amor.
Reacciona... Katherine reacciona
Pero el beso se detuvo también, su corazón palpitante parecía querer salírsele del pecho, aunque la había elevado y arrojado por un momento a los brazos de Daniel, tuvo la imperiosa necesidad de detenerse.
—No... —lo miraba agitada y sin comprender.
—Lo siento, ha sido un error... no he debido. No sé qué me ha pasado —dijo él atropellando las palabras.
ESTÁS LEYENDO
Bajo el yugo de mi rebeldía Libro1
RomanceCuando Katherine Deveraux, accede por rebeldía a casarse con Daniel Gossec, un mujeriego que va por la vida dejando corazones rotos, cree que ha matado toda posibilidad de conocer el amor que, por derecho universal, todos poseen. Ella solo buscaba u...