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Evité pensar en lo ocurrido el día anterior, pues la simple idea de permitir que ese niño se perdiera me hacía sentir como una bazofia. No podía dejar de retransmitir mentalmente cientos de teorías sobre lo que pudo haberle ocurrido. Podría haber acabado en un sitio desconocido y ahora estaba muerto en un callejón...

Por eso desconecté mis pensamientos de él, distrayéndome en lo que hacía todos los días con mi miserable vida: Ser un bueno para nada. No me daba placer decirlo, pero eso era. Y ni siquiera era capaz de sentir remordimiento real por lo ocurrido. Solo me limitaba a ignorarlo como todo, pues no había nada que pudiese hacer para cambiar el destino de Sammy; si es que quedaba uno.

Sentía el peso del paquete dentro de los bolsillos de mi chamarra. Eran más de trescientos gramos. No había dejado de pensar en cuánto iba a tocarme luego de hacer la entrega. Los números me distraían de la estación y el chico raro. Lo más seguro era que comprase un teléfono nuevo para Katty. No era lo necesitara, pero debía darle algo por su cumpleaños. Y siempre había sospechado que solo salía conmigo por mis regalos, pero estaba bien, porque nunca me había tomado las relaciones en serio y solo estábamos juntos por interés mutuo. Así que nos complementábamos bien, aun cuando me hiciera gastar cientos de billetes en tonterías.

Bajé las escaleras de dos en dos, sintiendo como los fuertes vientos de invierno quedaban en el exterior y yo entraba a esa caverna con luces amarillas y pisos de azulejos color azul. No era ni será nunca un buen lugar, pero al menos tenía la ventaja de no dejarte morir de hipotermia a causa de las nevadas.

Apenas iba a sentarme en el mismo sitio del día anterior, cuando vi algo que obviamente llamó mi atención:

El niño continuaba allí.

No lo sabía con mucha seguridad, pues solo lograba ver su espalda. Estaba sentado en una esquina, sobre la acera que separaba la sala de las vías y el peligro de los inminentes trenes transportando ganado humano. Lo reconocí por el mismo suéter azul marino y por su cabeza. También porque era el único allí, y dudaba que hubiese muchas coincidencias que incluyeran una lluvia de chicos con su aspecto vagando en las estaciones a la una y media de la mañana.

Me aproximé a él porque me sentí un poco culpable y también estaba lleno de curiosidad. Solo quería saber por qué había regresado, si es que consiguió encontrar su casa.

Tomé asiento a su lado, arrodillándome sobre el suelo. Mi vista se embobó en la mirada confusa que me dio. Era como si no me conociera y la vez estuviese muy triste.

—¿Sigues perdido? —pregunté, dirigiendo la vista al frente.

—¿Cómo sabes que estoy perdido? —inquirió a su vez, regresando una mirada de curiosidad.

—Me lo dijiste ayer.

— ¿Lo hice? —Sonaba inestable, como si yo estuviese mintiendo.

—Sí, te llamas Sammy... Y anoche querías llegar a casa.

Soltó un suspiro, abrazándose a sí mismo.

—Nadie puede verme. ¿Crees que estoy muerto?

—Yo puedo verte.

—Solo tú. ¿Por qué?

—No creo que eso sea cierto. Es solo que...

—Puedes llevarme a casa, ¿por favor? —Evadió lo que iba a decir, volviendo a su estado alterado de ayer—. He estado aquí todo el día. Le he dicho a todo el mundo: "Hola, soy Sammy y creo que estoy muerto porque nadie puede verme. Pero eso no es importante, si tú puedes verme, ¿podrías ayudarme a llegar a casa?" y nadie me responde. Nadie puede verme. Y yo solo quiero ir a casa. ¿Me ayudas?

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