seis

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El asunto no dejaba de dar vueltas en mi mente. Solo quería saber qué había tras esa puerta y por qué Sam estaba tan asustado de entrar. No dejaba de imaginármelo allí, apareciendo en pleno pasillo de ese cuarto oscuro con algo grande y terrible persiguiéndolo.

¿Pero qué podía esconderse en un cuarto de servicio?

Las suposiciones giraban en mi mente una y otra vez.

¿Habría más muertos? En realidad, ni siquiera imaginaba algo. Solo podía pensar que necesitaba saberlo y la única forma de hacerlo era estando allí.

Me levanté de la cama en medio de la oscuridad, luego de mirar el reloj sobre la mesa de noche: las cuatro cuarenta. Después de un pequeño debate interno donde no hice nada más que sentarme y levantarme tres veces, me decidí.

Iría a la estación a descubrir qué había en ese lugar. Aun cuando era mi día libre y no tenía ningún pretexto para asistir; el hombre nunca aparecía en la estación los jueves. Intuía que estaba metido en más mierdas.

Eso me encantaba porque al menos tenía un día libre, donde podía vivir sin la presión y el miedo de meterme con un mal sujeto y acabar muerto por jugarle al vergas.

Katty estaba a mi lado, únicamente usando ropa interior. Digamos que aprovechábamos al máximo mis días libres, porque en plazos normales, ella ya estaba dormida y yo no quería despertarla, pues no había necesidad de molestarla para hacer algo que podríamos hacer en otro momento.

No dije nada y me limité a ser lo más silencioso posible, buscando un pantalón y algo decente para ponerme y no morir de hipotermia.

Llevé una lámpara conmigo, solo para asegurar que nada me impidiera llegar a ese sitio. Y salí de casa, atravesando el camino conocido.

A esas horas, ya había indicios de personas en las calles, por lo que pensé que tal vez sería un poco difícil encontrarlo, aun así, no me detuve.

Había cinco personas en la estación trece. Estaba yendo demasiado tarde comparándolo con otros días. Tal vez por eso Samuel no estaba allí. No pude ver su cabello castaño y su suéter azul por ningún lado, así que me moví en dirección a la estación uno, subiendo al metro, solo para evitar caminar tanto porque no tenía ni un poco de entusiasmo ante la idea de moverme más de lo exclusivamente necesario.

Me senté lejos de un par de hombres mayores (las únicas personas en el vagón). También intenté ignorarlos al máximo colocando música en mis auriculares, solo para enfocar la vista en las paredes llenas de grafitis y la oscuridad de los túneles.

En la parada número nueve, un hombre subió. Tenía cabello castaño e iba vestido con una cazadora de cuero. Fingí que no lo conocía, porque no tenía nada que ver con él, aun cuando se tratara del tipo al que le entregaba sobres llenos de cocaína y del que recibía fajos de billetes.

Tal vez tenía la peor suerte del mundo. Se sentó justo a mi lado, aun cuando tenía todo un vagón donde podía hacerlo. Lo vi acomodarse el cuello de la camiseta mientras tomaba asiento. No dije nada, solo subí el volumen de la música y cerré los ojos.

Voltee al sentir un toqueteo en el hombro y me obligué a quitarme los audífonos.

—Escuché que ya encontraron al chico perdido —dijo.

—¿En serio? —pregunté con sorpresa, tal vez mucha, no pudo evitar sonreír y mirar en otra dirección, como riéndose disimuladamente de mí.

—Sí, ¿se conocían?

Negué con un movimiento de cabeza.

—Solo lo vi por allí... El folleto, digo.

—Alguien dejó parte de su cadáver fuera de la casa de sus padres —dijo con naturalidad, sacándose el teléfono móvil del bolsillo.

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