El espejo

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Mithlór

Año 3249

El espejo llegó envuelto en terciopelo, un regalo de la Doncella Fantasma.

La joven había escuchado gran cantidad de historias acerca de esa dama misteriosa, quien dedicaba su vida a hacer obsequios a quienes tenían un gran futuro por delante. Se decía que los regalos eran una especie de prueba. Algunos decidían no arriesgarse y la abandonaban sin querer saber nada, puesto que, se rumoraba, caballeros, doncellas e incluso herederos al trono habían hallado su muerte al ser incapaces de superarla. Sin embargo, numerosos héroes, reyes y reinas gloriosos, tenían en común el regalo, en algún momento de su pasado.

Confiando en que, a pesar de todo, no tenía mucho que perder, la joven Helena hizo entrar el regalo en su vivienda. Era bastante grande y, como su prometido no se encontraba allí, lo subió por su cuenta hasta el dormitorio y lo colocó contra la pared.

En el terciopelo estaba escrito un mensaje:

En este espejo verás tu alma verdadera. Sé fuerte.

Helena se llenó de temor. Le decía que fuera fuerte, pero no sabía si podría serlo. Sabía que los regalos de la Doncella eran mágicos, que después de mirar en el espejo no habría vuelta atrás... Quizás esa fuera la prueba... ser capaz de mirar en el espejo para conocer su alma verdadera. Pero dudaba que eso fuese lo que mató a quienes recibieron el regalo.

Descubrió el espejo. Observó su reflejo en el cristal.

No estaba segura de lo que esperaba, pero parecía bastante normal. Su mismo rostro pálido, de delicadas facciones y aspecto infantil... aquellas pecas que no le gustaban y su cuerpo que no contaba con las dimensiones que deseaba.

Pronto se encontraba pensando en cada uno de sus fallos, ensimismada, desde los físicos hasta los que llevaba por dentro. No entendía cómo su prometido se había enamorado de ella. No era hermosa o inteligente, ni tampoco poseía algún talento especial. Dicen que el amor no tiene explicación, pero, aun así, ella no lo entendía. Él era un gran hombre. ¿Lo merecía? De cualquier manera, si ella no estaba, seguro podría encontrar a alguien mejor.

Lo mismo con su familia. ¿La necesitaban?

Entonces, se dio cuenta de lo que hacía el espejo. Vio su imagen distorsionada, sus defectos se acentuaron y notó sus pensamientos reflejados en su expresión.

Ella estaba rota.

Las lágrimas surcaron su rostro y se alejó hacia la pared opuesta, sin entender la prueba, deseando no haberla aceptado. Se permitió sentir dolor durante toda la noche hasta que, al fin, se quedó dormida en el suelo.

La despertó una suave sacudida y una voz que decía su nombre. Su prometido.

—¿Albert? —Él suspiró.

—Helena, ¿estás bien? ¿Qué es todo esto?

Ella no respondió. Albert la ayudó a levantarse y la puso sobre la cama. Le prometió que le traería un té de hierbas, y la dejó por unos minutos.

El espejo seguía junto a la pared, con el terciopelo a su alrededor. Las palabras que le había escrito la Doncella parecían brillar, conscientes de su crueldad.

¿Cómo podía ser esa su alma? ¿Eso es todo lo que ella era? ¿Una persona rota?

«No sé qué esperaba, en realidad».

Entonces... ¿en qué consistía la prueba? ¿qué debía hacer?

Albert volvió con una taza humeante, que puso en las manos de su prometida. Cuando ella pareció más tranquila, él volvió a hacer preguntas.

Crónicas de MithlórDonde viven las historias. Descúbrelo ahora