Cazadores

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Mithlór
Año 3345

Un crujido cercano. La cazadora se volvió hacia el ruido. Susurró una palabra en simple idioma demoníaco, que sus compañeros captaron a la perfección. Todos se acercaron lentamente a la criatura originaria del sonido, pero por cuarta o quinta vez aquel día, ésta los presintió y huyó al galope.

Dejando las sutilezas, los cuatro cazadores se lanzaron hacia ella a través del bosque tupido, a una velocidad que no cualquier ser humano logra alcanzar. La criatura esquivaba troncos, ramas y enredaderas sin apenas esfuerzo y escogía los caminos que sabía que resultarían más complicados para sus perseguidores.

La líder de nuevo empleó aquel idioma, esta vez para invocar a los dips. Un par de ellos aparecieron a su lado y pronto los adelantaron, abriendo y cerrando las fauces, más terroríficos que cualquier perro de caza corriente. Sin duda alcanzarían a su presa en poco tiempo; para su alivio, ya que el alba alcanzaba el horizonte y no podían volver al cuartel con las manos vacías.

Se acercaban. La luz parpadeante proveniente de la criatura se hacía más brillante.

—¡Kya! —Un cazador rubio con una cicatriz bajo el labio se acercó a ella. Su nombre era Mike—. Estamos muy cerca de la Ciudad Celestial —le avisó con un deje de desesperación en su voz.

Su líder permaneció en silencio unos segundos, jadeando y haciendo un gran esfuerzo por no permitir que el animal los aventajara.

—Estamos muy cerca. Correremos el riesgo.

La suave luz que emitía su presa se convirtió de pronto en un haz cegador, y todo sucedió muy rápido. Un árbol muy cercano cobró una momentánea consciencia, y agradeció por ella alargando una de sus ramas como un brazo hacia el cazador más cercano, que también era el más joven e inexperto. La fuerza del golpe lo alzó y lo estrelló fuertemente contra un tronco grueso, de donde cayó inconsciente al suelo. El árbol que lo había causado volvió a quedarse inmóvil, tan normal como siempre.

«Maldita bestia», pensó Kya, y continuó persiguiéndola. Los otros debían seguirla, pero el cazador rubio se quedó atrás para asistir a su compañero caído, que además era su hermano.

Ya eran solo dos tras la criatura, más sus perros demonios que ya casi le daban alcance. Pese al ataque del árbol, lo lograrían. Esquivaron ramas, troncos y saltaron sobre raíces y enredaderas, hasta que por vez primera salieron a campo abierto, un espacio no tan amplio entre el follaje en cuyo centro se hallaba una charca. Su presa pasó sobre ella sin apenas dejar huellas en la fina tierra alrededor. Pero cuando Kya notó el leve resplandor sobre el agua, ya era demasiado tarde.

—¡NO! ¡es agua bendita! —bramó, pero el hambre ciega a los demonios acabando con su ya limitado juicio. Uno a uno, los dips entraron a la charca y se evaporaron en humo negro, que el viento no tardó en dispersar.

Ahora sí, ella y su compañero se detuvieron. Jadeaban profundamente y la fatiga comenzaba a doler de verdad.

—¡Se acabó! No podemos seguir, Kya. Nos van a matar. Si no lo hace el maldito unicornio, los Celestiales sí. Desde aquí puedes ver parte de la ciudad, ya podríamos haber cruzado sus límites incluso. Misión fallida.

Parecía furioso, la miraba a través de su pelo húmedo de sudor.

—¿Misión fallida, Jonathan? —respondió la chica, alterada, apartándose el pelo castaño de la cara—. Ningún cazador puede fallar nunca, ¡y menos en una tarea como esta! Las propiedades mágicas de ese animal valen millones, y perderlo sería una deshonra...

Crónicas de MithlórDonde viven las historias. Descúbrelo ahora