Capítulo 2

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Esa tarde Kaneki salió de mi departamento sin hablar. Siguió sin importarme, sabía que pronto regresaría y tomaría mi mano mientras me saludaba, justo como si nada hubiese pasado. Siempre era así, era extraño, parecía bipolar, pero eso me gustaba, así no me preocupaba por como estaría o si no me volvería a hablar.

—Ámame—comentó el viernes, dos días después de haberse ido con resignación, mientras abría la puerta de mi casa de golpe.

Justo como si hubiese tenido una revelación.

—Eso sonó caprichoso—comencé a reír, por un momento pude sentir alivio, saber que aún con mi mal genio él seguía aquí y decía con toda libertad que gustara de él. Todo fue silencio después, su grave voz dejó de escucharse y el chirrido del sofá si que lo hizo.

Olvidé sus palabras y prendí la radio, estaban pasando una canción vieja. Kaneki desde el costado del sofá cerró los ojos.

—¿Quienes la cantan?

—Ni idea—comenté y seguí pintando uno de mis cientos de cuadros.

Había olvidado que era tener mi atención en alguien, gracias a la presión de tener un cuadro listo para la presentación de en cinco meses, lo que había sido una inspiración se estaba convirtiendo en mi propio manojo de nervios. Palpé mis manos la una con la otra y suspiré. Pareciera que cinco meses eran bastante tiempo, y en realidad lo eran, sin embargo, en la vida adulta siempre tenías que sobresalir sí o sí cuando se trataba de profesionalismo, y para ello el tiempo faltaba.

Seguí la melodía de la vieja canción que pasaba, y mi pie como reflejo comenzó a entonar el mismo ritmo.

—No puedo—hablé. Tapé mi rostro y un gruñido inundó la sala—¡no tengo nada!...Mis sentimientos están podridos y mi mente también. Las ideas ya no son pan comido.

Sólo fue una queja, estaba un poco cansada, ya tenía un par de horas sentada frente a ese cuadro. Pero jamás imaginé lo que depararían mis palabras.

—Entonces retratame.

"Entonces retratame". Eso fue como música para mí. Las palabras veloces con las que lo dijo fueron como si se viese obligado, pero su sonrisa seguía ahí. Ni siquiera lo dejé pensarlo, porque era obvio que lo había dicho sin querer, no obstante, era lo que yo necesitaba.

Jamás le impuse un "pero" a ello, fue como un rayo de luz. Y rápidamente me acerqué a él para quitarle su camiseta, algo por lo que se sorprendió y retrocedió.

—¿Quiéres que te retrate o no?—fruncí el ceño.

—¿Desde cuándo ocupas ser sexualmente expuesto para ser el títere de un pintor?

—Musa—corregí.

—Se escucha horrible eso dirigido para un hombre como yo—contradijo.

Pero la palabra a mí me encantaba, era como suspirar dulzura de los labios. Él era dulzura sin darse cuenta. Cerré mis párpados, la canción que antes estaba ya había dado su fin y con ello concluí que era tiempo de un cambio, debía dar lo mejor con Kaneki.

—Quedate en ropa interior, iré por una sábana blanca. ¡No huyas!

—Como si pudiese.

Desde ahí, todas las tardes comenzó a venir a mi hogar, faltaba a su hobbit: el patinaje, y aún así venía con una sonrisa.

Sin embargo, un mes después escuché golpes desde el pasillo y fue ahí donde comenzaron los inconvenientes, estaba sola, pero sabía de dónde provenía el ruido. Salí con calma y efectivamente, desde el apartamento de Kaneki una señora tocaba frenéticamente su puerta. Parecía furiosa pero a la vez preocupada, maldecía en susurros y de vez en cuando pateaba la puerta.

Musas | Touken, AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora