─── 𝐋&𝐅¹ || ❝Pienso en ti, sabes que te deseo❞
Relata la historia de un amor camuflado entre una bella amistad.
¿Podrá ese amor abrirse paso entre el alcohol, las drogas y el rock and roll?
→ 𝐋𝐨𝐬 𝐬𝐮𝐜𝐞𝐬𝐨𝐬 𝐚𝐪𝐮𝐢 𝐫𝐞𝐥𝐚𝐭𝐚𝐝𝐨𝐬 𝐧𝐨...
❝Hoy me levanté con ganas de ayudar al prójimo, no te sientas especial❞
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Lafayette, Indiana. Año 1977
Era una bella tarde nublada, casi todos mis compañeros habían corrido al oír la campana que indicaba la hora de la salida. Yo me había saltado la clase de teatro y cómo no quería encontrarme con el profesor Phillips, estaba sentada en uno de los pasillos mirando el gran árbol que había en medio del patio principal.
De pronto, un par de chicos llegó corriendo a perturbar mi paz.
—¡Mildreth! —gritó uno de los muchachos—. ¡Ven rápido!, Max está peleando de nuevo.
Rodé los ojos con fastidio mientras en mi mente me preguntaba qué había hecho mal para merecer un hermano tan bruto cómo Max. Me levanté e instintivamente sacudí el polvo que de seguro me había ensuciado el pantalón, luego caminé a prisa detrás de esos chicos hasta que llegamos al patio trasero.
Cerca de 15 personas rodeaban la pelea, una que llegaba a denominarse «campal». Max y tres chicos de su grupo peleaban con otros cuatro desafortunados que estaban recibiendo la paliza de sus vidas.
—¡Ya basta! —grité, llamando la atención de la mayoría. Los amigos de Max se separaron de sus contrincantes pero mi hermano seguía golpeando a su oponente—. ¡Max, suéltalo! —insistí, pero no tuve éxito.
Molesta, me dirigí a ellos y logré jalar a mi hermano rasgando su playera en el proceso. Los tres caímos en el suelo arenoso y antes de que pudiera empezar mi sermón hacia Max un golpe me regresó al piso. Mi vista se borró gracias a las lágrimas que se escaparon de mis ojos. Parpadeé varias veces hasta que logré enfocar el rostro preocupado del chico con quien Max había estado peleando. Sentí que mi nariz punzaba en tanto algo viscoso se deslizaba hasta mi labio superior. .e limpié con el pedazo de playera que le había arrancado a mi torpe hermano y entonces pude ver cómo se manchaba con mi sangre. Arrojé el trozo de tela directo a la cara del individuo frente a mí. Se levantó y poco a poco iba retrocediendo a la vez que balbuceaba una disculpa, disculpa que no me interesó en lo absoluto. Me levanté también y sin darle oportunidad de huir, golpeé su entrepierna.
—Mierda —alcanzó a quejarse antes de caer y retorcerse.
—¡Ahí viene el director! —alertó alguien.
Y todos comenzamos a correr en diferentes direcciones excepto el chico al que golpeé, quien se arrastraba intentando escapar. Había asistido a clases de karate cuando era más chica así que conocía el daño que una de mis patadas podía llegar a ocasionar. Un alma tan bondadosa cómo la mía no soportó el remordimiento y me detuve en seco.
