Prólogo: «las sombras».

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La suave música de jazz resonaba por las paredes burdeos, sin ser opacada por ningún sonido. La luz era tenue y estaba sobre la única mesa que se encontraba en la estancia, justo en el centro, por lo que la penumbra reinaba en el resto de la pequeña pero elegante habitación; una nube de humo olor a puro caro se dislumbraba cerca de la lámpara y causaba una sensación de neblina que, mezclándose con el aroma a alcohol, adormilaba a los guardaespaldas que hacían guardia en la puerta mientras observaban la partida de póker de sus jefes.

Los jugadores de esa extraña partida tan sólo eran dos: un anciano de aire imponente y un hombre entrado en los cuarenta que no se quedaba atrás. Los minutos pasaban despacio entre mano y mano, en el rostro del más joven pronto se notó un atisbo de impaciencia que derivó en una pregunta que finalmente opacó la música de fondo:

—¿Y bien?

El mayor esbozó media sonrisa, sin apartar la vista de sus cartas.

—No seas impaciente, Usui, ¿no estamos disfrutando de una amena partida de póker? —en la voz del anciano se notó un deje de burla que el apellidado Usui dejó pasar.

—Por supuesto, aunque realmente me encantaría jugar una seria partida contigo, usando dinero de verdad en vez de estas fichas —subió la apesta—. No obstante, el motivo de nuestra reunión es algo más importante que un juego de cartas.

El anciano rió, aceptando la subida de apuesta.

—Tienes razón, es la hora de hablar.

—Entonces, ¿lo has conseguido?

Una calada, un trago de whisky.

—Sí, está todo listo, Usui. Con mi mujer muerta ya no hay nadie que se interponga.

Usui asintió, dejando las cartas sobre la mesa para después levantarse.

—Eso espero, Yaoyorozu, la boda entre tu nieta y mi hijo es demasiado importante en nuestros negocios. Espero que ni tu hijo ni sus abuelos maternos sean un obstáculo.

—No te preocupes, ellos no tienen ni la mitad de poder que yo —el viejo Yaoyorozu sonrió confiado—. La única que podía impedir nuestro plan era mi esposa y tus sicarios ya se ocuparon de ella hace un año.

—Aun así, incluso después de muerta, tu mujer nos tuvo ese año entero en jaque —Usui le hizo una señal a sus guardaespaldas para que lo siguieran fuera—. Esa zorra era endemoniadamente astuta y por eso la respecto y la admiro, así que no te confíes demasiado.

Yaoyorozu sonrió.

—No nos llevábamos demasiado bien, pero conocía a Manami mejor que de lo que lo haces tú, fue mi mujer a fin de cuentas. Sé que puede haber guardado algo más para evitar la boda, pero ya tengo a gente trabajando en ello para evitar sorpresas.

—Me alegra escuchar eso. Nos vemos, Yaoyorozu -— el hombre salió de la estancia, seguido de sus dos guardaespaldas.

El jazz volvió a reinar en la habitación y la neblina de humo de puro se disipó ligeramente, siendo poco a poco menos densa.

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