"Una vela se enciende al mismo tiempo que una
persona más nace entre este mar de gente,
pero realmente, ¿a quién le importa eso?"
Afortunadamente para Gisela, terminaba su último día de clases en el 6to grado de la escuela primaria del vecindario y por ahora, se dirigía camino a casa acompañada de Nora.
Debido a que su amiga iba a viajar con sus padres a Londres durante las vacaciones de verano, las dos jóvenes se despidieron con un fuerte abrazo, prometiéndose que se escribirían en cuanto se les presentara la oportunidad y habiéndose dicho esto, cada una llegó a su respectivo hogar.
La casa de Gisela era conocida como aquella de mayor tamaño en toda la cuadra. Su hábil fachada daba la impresión de que la propiedad aún se encontraba en construcción, pues como no estaba pintada de ningún color, el gris de las rocas que la formaban había perdurado desde que éstas se colocaron cuidadosamente allí.
Por el frente, la casa contaba con un sucio cancel de color negro, mismo que daba acceso a la puerta que conducía al interior del majestuoso hogar. Y cabe mencionar que, al lado derecho de la entrada, un bonito jardín cercado servía para los cultivos de verduras que la abuela cosechaba año tras año.
Debida a que la casa estaba en la esquina de la cuadra, le resultaba muy cómodo a Gisela ir la tienda del vecindario, la cual se hallaba apenas cruzando la calle. Aunque bien, lo malo de vivir ahí era que, en los horarios en que el tráfico abundaba, era molesto el ruido que provocaban los carros al ir de un lado a otro.
La casa era de dos pisos, pero, a pesar de que el primero resultaba más amplio y proporcionaba el acceso a un mayor número de sitios, era el escenario que la familia se procuraba visitar lo menos posible.
El primer piso constaba de una acogedora sala de estar, seguida del comedor familiar y la cocina, lugar que contaba con una puerta que daba a un patio, el cual se usaba para tender la ropa y de manera más reciente, para que jugaran los pequeños primos de Gisela.
Al fondo del primer piso, un pasillo daba acceso al cuarto donde se guardaban los productos de limpieza junto con las escobas, los trapeadores y unas cuantas cubetas. Unas escaleras cerca de la sala se usaban para acceder al segundo piso de la casa, el cual contaba con cuatro habitaciones y un baño.
Y precisamente, era el segundo piso quien se hacía confidente de toda clase de situaciones, sobre todo de las discusiones que llegaban a tener las personas que vivían ahí, conversaciones que solamente eran escuchadas por las húmedas paredes del hogar, aquellos polvorientos rincones a los que nadie les prestaba la menor atención.
La habitación de Gisela se hallaba al final del segundo piso. Ésta se encontraba finamente decorada en tonos rosa pastel, casi como le gustaría tenerla a cualquier niña de 12 años.
Era su sitio favorito para planear travesuras con su amiga Nora o simplemente, para acercarse a la ventana a ver caer, una a una, las gotas de agua en las frescas noches de lluvia.
Gisela vivía con sus abuelos maternos; el amargado Isaías y la siempre dulce Bernarda, además de la tía Rosario y dos primos, un niño de 4 años y una niña de 7 años de edad, quienes se habían convertido en el único motivo por el cual el abuelo deseaba seguir viviendo.
Como los pequeños eran huérfanos de padre y madre, los adultos de aquella casa sentían la responsabilidad de cuidarlos lo mejor posible, a fin de que crecieran sin el menor sufrimiento.
Quizá esa era la razón por la que los tenían en la mejor escuela del lugar y solamente bastaba con que pidieran cualquier juguete o ropa para que, casi al instante, lo pusieran al alcance de sus manos.
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El suspiro de la brisa
Short StoryEsta novela tiene como protagonista a Gisela, una joven que se cría en la casa de sus abuelos, donde además viven una tía y dos primos menores que ella. Sus vidas cambian a raíz de que una muerte se suscita en la familia, pero a pesar de ello, se em...