Capítulo 3 - Rodeada de gente, pero sola

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La señora Rosario sabía perfectamente que la familia en la cual se encontraba inmersa se desmoronaba; pero a pesar de ello se propuso hacer hasta lo imposible por evitar el naufragio de aquella maloliente casa, la cual continuaba impregnándose del hedor a soledad.

Ella trataba a toda costa de mantener la cabeza en alto, pero inevitablemente, había momentos en los cuales veía en el espejo su imperfección humana y luego, analizaba con horror la insatisfacción que seguía teniendo acerca de sí misma.

Nadie pudo disipar su idea de que había una conspiración del destino en su contra, pues le eran inconcebibles tantas desgracias en la casa.

Y haciendo alarde de una total cobardía, físicamente se fue encorvando cada vez más a medida que se sentía mucho más diminuta y débil frente al destino.

La noche de octubre en que llegó a su puerta la menopausia, la señora Rosario deshojó el último pétalo de aquella rosa que cortó al cumplir 25 años y con eso, se despojó de cualquier esperanza de escuchar algún día una chirriante vocecilla que le dijera "mamá".

A pesar de que Rosario era una mujer que se pasaba los días lamentando su mala vida y descuidando la de los demás miembros de su familia, resultó ser muy prudente administrando el dinero que dejó su padre y evitaba desperdiciarlo a como diera lugar, casi con una destreza comparable a la del viejo Isaías.

Esto provocó la irritación de Gisela y su manipulador novio, quienes estaban ansiosos por disfrutar para sí de todos los lujos materiales posibles, pues aún cuando ambos abandonaron la escuela, ninguno tenía la menor intención de conseguir un trabajo para hacerse de su propio dinero.

Con los meses, la joven se convenció de que Rosario había enloquecido al enterarse de la muerte de su madre o tal vez, fueron el peso de sus años y de la culpa quienes terminaron por consumirla en vida.

Ya ni siquiera se daba el tiempo para atender al hogar y mucho menos para seguir cultivando vegetales en el jardín familiar. Gisela, por voluntad propia y debido a las circunstancias en que se vio envuelta, se responsabilizó de preparar la comida, realizar los quehaceres del hogar, cuidar de su tía, llevar y recoger a sus primos a la escuela y todavía le sobraba tiempo para estar al lado de Santiago.

Inevitablemente, el dinero llegó a ser la perdición de Rosario, tal le sucedió a su padre y temiendo que se llegase a acabar de repente, decidió sacar a los niños de la escuela para no tener que hacer gastos en colegiaturas, por lo cual su educación quedó a la buena de Dios.

Habiendo pasado más de 4 años desde la misteriosa muerte de Isaías y el trágico fallecimiento de Bernarda, el resto de la familia se logró reorganizar, entendiendo perfectamente eso que dicen de que "la vida debe continuar".

Gisela seguía siendo novia de Santiago y próxima a cumplir los 18 años, ansiaba casarse con quien consideraba como el hombre de su vida.

La señora Rosario deambulaba por los pasillos de la enorme casa en que ella misma decidió encerrarse. Silenciosa como nadie más, se movía velozmente desde la sala de estar hasta su habitación en un santiamén, subiendo y bajando las escaleras que su sobrina aseaba con una destreza envidiable.

Durante el día, la actividad en la casa de lo más normal. La familia se reunía a las horas de las comidas, pero una vez terminadas éstas, cada quien desaparecía de la vista de los demás.

Gisela barría, sacudía y trapeaba cada uno de los rincones del hogar, sin importar las horas que dedicara a dichas actividades.

Rosario, por su parte, como ratón, se inmiscuía en cualquier escondite para administrar el dinero, ya que no le gustaba que su sobrina la anduviera corriendo de la habitación para tener que asearla.

El suspiro de la brisaWhere stories live. Discover now