Capítulo 4 - Diez años después

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La vida de Gisela y Santiago durante sus primeros diez aniversarios de bodas fue muy ordinaria. Eso si, los pleitos entre ambos fueron muy escasos y la mayoría de las veces, por motivos muy irrelevantes, así que las reconciliaciones no se hacían esperar.

Eran ellos contra el mundo y estaban muy conscientes de eso. Nunca tuvieron amigos y a la fecha, seguían estando solos. Gisela tenía a Santiago y él tenía a su esposa, y nada más.

Ninguno de los dos había pensado hasta ese entonces en el futuro, en ese "¿qué haré cuando no esté mi pareja?", quizá ni siquiera les preocupaba la respuesta o a lo mejor estaban confiados de que ese futuro nunca llegaría.

Vivían el día a día y tan así fue, que no se preocuparon por el derroche del dinero hasta que éste se comenzó a escasear.

Algo horrorizada por la situación, Gisela se propuso cuidar mejor el dinero, así que solamente salía de compras cuando era para algo totalmente necesario.

En una de esas salidas, ella fue a conseguir algo para la comida y se percató que al despacharla, el vendedor la nombró "señora".

Al volver a su casa, corrió al espejo solamente para comprobar que los años hicieron estragos en su rostro y hacía tiempo que dejó de ser una jovencita.

No estando dispuesta a envejecer, Gisela se juró a sí misma que no dejaría que los años siguieran pasando sobre ella en balde. Se dio cuenta, por tanto, que las cosas en el hogar debían cambiar y prometió hacer las modificaciones necesarias para sobrellevar la situación.

La pestilencia del ambiente que merodeaba a la descuidada casa no evitó que la señora cumpliera su palabra, pues comenzó por reorganizar los gastos.

Los muebles que compró diez años atrás ya estaban desechos, pero debido a que ya solo había dinero para las cosas verdaderamente indispensables, no se consideró prioridad el estrenar muebles.

Además, Gisela consiguió trabajo como "aprendiz de costurera", con su madrina de bodas, es decir, con quien alguna vez fue su maestra en la primaria.

Aunque le tomó tiempo aprender el oficio a la perfección y no ganaba mucho a cambio, el trabajo le dejó grandes satisfacciones personales, además de que podía remendar sus ropas sin tener que gastar en vestidos nuevos.

La renovada y activa Gisela asumió una bien sentada "madurez", no propia de la edad, sino de las experiencias que había vivido. Así veía pasar su vida, al lado de Santiago, pero al mismo tiempo, sin él.

Un sábado por la mañana recibió de manos del cartero una invitación para la boda de su prima, la misma con la que dejó de tener contacto desde que se la llevó su tía años atrás.

Aún recordaba los momentos en que los pequeños armaban una revolución durante las vacaciones de verano y ahora, ella estaba cordialmente invitada para una boda y mientras leía, trataba de asimilar lo inútil que es el grito desesperado de uno pidiéndole al tiempo que se detenga.

Gisela llevaba un rato con problemas de salud, sobre todo al momento de respirar, pero como llevaba toda una vida dedicada al quehacer del hogar, creía que su problema se debía a tanto polvo que aspiraba a diario. No obstante, acudió al doctor cuando sintió que el respirar se le dificultaba más de lo normal.

Después de su revisión, el médico le indicó que ella sufría de una enfermedad en las vías respiratorias, según su historial clínico, padecimiento con el cual también vivió su madre biológica.

Debido a que el doctor le indicó que tendría que tomar unas pastillas de por vida, Gisela prometió que se esforzaría por conservar su salud y cumplir con las indicaciones.

El suspiro de la brisaWhere stories live. Discover now