Parte Única

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  La música del piano resonaba en un estudio de ballet en San Petersburgo. Bailarines que sobre la punta de sus pies cubiertos por zapatillas blancas mantenían su equilibrio, entre giros, saltos y preciosas figuras se dejaban guiar en un solo compás exquisito.

Con sus manos tomó la pequeña cintura de la bailarina en sus brazos, elevándola con su fuerza para finalizar en una delicada y preciosa posición. El espacio quedó en un absoluto silencio; los bailarines prácticamente paralizados mientras Lilia recorría el salón corrigiendo brazos y piernas de estos, para dar un final espectacular para el público que se encontraría en el teatro Mariinsky la noche del veinticinco de diciembre.

Alejándose para evaluar su resultado, pintó una sonrisa que era extraña de ver en aquel rostro que siempre permanecía tan serio. Chocó sus palmas con algo de entusiasmo para felicitar a su equipo.

—¡Esto era lo que quería ver! ¡El escenario es de ustedes! —les felicitó con parsimonia.

El resto de los alumnos se abrazaron entre ellos, completamente felices de lo que acababan de lograr. Sin embargo, Viktor Nikiforov una vez puso sobre sus pies a su compañera, caminó hacia los vestidores para cambiarse aquella ropa e irse a casa. Quería su pequeña cama, su apretado departamento, su mascota y por sobre todo: quería un plato de comida caliente.

—¡Viktor! —gritó Evgenia corriendo tras él—, los chicos quieren saber si quieres salir a beber con nosotros. También como tu cumpleaños es mañana y estaremos ocupados, queremos salir a celebrar.

—Gracias, Evgi, pero no quiero —respondió con una bonita sonrisa.

—¡Oh! ¡Vamos, Viktor! —rogó dando saltitos como si de una niña se tratara.

—Evgenia, de verdad...

—Deberías venir —dijo Lilia acercándose a ellos y posando una mano en el esbelto hombro de Evgenia—. Y si no lo aceptas como amigo, te obligaré a ir como mi alumno.

—Mis horas de ensayo acaban de terminar, de verdad que no quiero...

—¿Dejarás esperando por un sí a esta preciosa señorita? —apuntó a Evgenia la cual tenía ambas manos en su pecho en señal de súplica.

Evgenia era hermosa, de eso no había duda. Tenía el cabello rojizo, su tez nívea cubierta de pecas que adornaban tiernamente sus mejillas regordetas y los labios delgados y rosados como una fruta. Su estatura era pequeña, delgada y delicada, pero era la bailarina con más aguante de todo el estudio. Ella poseía un corazón enorme y era imposible no adorarla una vez conocerla. Debía reconocer que la cantidad exorbitante de hombres que la buscaban tenían muy buen ojo... pero a Evgenia no le gustaban los chicos.

Y justo en esos momentos su orgullo empezaba a deteriorarse por verla con aquellos ojitos grises suplicantes y ese puchero. Suspiró con pesadez y le regaló una sonrisa algo forzada. De verdad estaba cansado y al día siguiente les esperaba uno de los espectáculos más esperados de la temporada.

—Está bien, pero volveré temprano —aceptó mientras terminaba de entrar a los vestidores para recoger sus cosas.

Podía escuchar el sonido proveniente del golpe de los pies de Evgenia contra el suelo al saltar con alegría, también escuchaba sus aplausos y lo muy poca disimulada que era para avisarle a sus compañeros que había aceptado ir con ellos. Aquella muchacha era tan alegre que le hacía desear poder sentirse igual.

***

—¡Vamos, Vitya! ¡Sonríe un poco! —exclamó Evgenia agitando su brazo—. Mañana es tu cumpleaños. ¡Deberías estar más feliz!

Once Upon A December #DavaiAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora