Parte 1

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Ruinas. Todo estaba destrozado en kilómetros a la redonda. Las edificaciones que una vez se alzaron imponentes hacia el cielo ahora yacían esparcidas por el suelo, en mil pedazos.

El crepúsculo caía sobre lo que una vez fue una gran ciudad. El sol se apagaba lentamente precediendo a la noche, mientras las espesas nubes negras se preparaban para descargar una gran tormenta.

Y había fuego aquí y allá. Las llamas, mecidas por la suave brisa, bailaban como espectros infernales proyectando sobre las pocas paredes que quedaban unas sombras espeluznantes, como queriendo representar un aquelarre macabro.

Un transeúnte desprevenido tuvo la mala suerte de encontrarse frente a frente con el causante de ese desastre, y muy probablemente de otros tantos. Le tenía delante, erguido en toda su altura mientras le miraba con una sonrisa burlona en el rostro.

El hombre, atemorizado, sólo atinaba a derrapar en el suelo mientras emprendía una huida sin remedio. Subió por las maltrechas escaleras de un edificio a punto de colapsar y salió al exterior.

Flotando delante de él, a una altura considerable, se encontraba el demonio de piel verde que tanto mal había causado. Éste descendió y comenzó a acercársele lentamente, con la amenaza brillando en sus ojos.

-Por favor, no me mates, no te acerques a mí...

Piccolo se detuvo en seco con una mirada severa. ¿Matarle? ¿Por qué eso le oprimía el pecho? No era capaz de comprenderlo.

En un vano intento por huir, el hombre comenzó a rodear al demonio a una distancia prudencial. Estaba tan en el borde de aquella especie de azotea que, al ver cómo aquél ser de piel verde se giraba para encararle, sin poder reaccionar, dio un paso atrás y sólo le quedó el vacío.

Piccolo alargó su mano instintivamente para evitarle tal caída, pero fue inútil. Un crujido, similar al sonido que haría un insecto al ser aplastado lentamente, le hizo acercarse al borde para observar qué había pasado.

El cuerpo del hombre yacía inerte, empalado en una de las vigas metálicas que sobresalían de entre las ruinas. Observó la escena con el corazón en un puño. ¿Era esto lo que significaba sembrar el terror? Bien sabía Dios que él jamás había matado a ningún ser humano. Je... Dios. Le parecía curiosamente paradójico saber que incluso él, el hijo del Mal, también poseía las dos caras de una misma moneda.

¿Acaso eso le hacía sentir mejor? Imposible saberlo, incluso para él mismo. Se sentía destrozado por dentro. ¿Por qué...? ¿Por qué su padre le había dado la vida bajo ese pretexto? Todo aquello empezaba a parecerle estúpido y angustiante.

Era culpable de muchos otros crímenes, sí... pero nunca de haber asesinado por placer, como lo hiciera anteriormente su predecesor. 

-Padre... ¿por qué me has hecho esto? -se cuestionaba silenciosamente.

"Eres un estúpido."

Fue todo lo que recibió como respuesta. Perdido en sus pensamientos y contradicciones, ni siquiera reparó en lo que estaba ocurriendo bajo sus pies.

Una muchacha tuvo el infortunio de llegar en el momento menos apropiado. 

Una lluvia caliente le empapó el cuerpo. Se paró en seco sólo para levantar lentamente sus manos hasta la altura del pecho. Con la mirada perdida atinó a observar las palmas de sus manos cubiertas de sangre.

Y no solo eso... toda ella estaba cubierta de aquél escandaloso color escarlata.

No le importó. Levantó sus ojos al cielo y vislumbró a un hombre empalado, desangrándose. Con los ojos opacados miró hacia otra figura que flotaba en el aire. 

Eterna #Dammys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora