Acto 1: Se abre el telón

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Los personajes no me pertenecen, sola la historia es de mi propiedad.   

Me encontraba dichosa disfrutando de un placentero y reparador sueño, luego de una agotadora semana de trabajo me merecía esas horas de descanso. Mi empleo es bastante exigente y demandante, sin embargo, he luchado por llegar a esa posición y gano bastante bien, por lo que creo que vale la pena.

Aún no he cumplido 25 años, pero he logrado lo que mi madre denomina una "vida exitosa", es decir, un empleo estable y bien remunerado, mi propio apartamento, automóvil y lo más importante una pequeña familia a la que adoro, sin embargo, nunca me he sentido del todo satisfecha, no quiero pecar de desagradecida ni nada de eso, pero mi vida está bastante lejos de ser feliz, no lo sé, a veces siento que algo me estoy perdiendo.

Comencé a dar vueltas y vueltas en la cama, intentando no despertar, lamentablemente el insistente timbre del citófono me trajo de regreso del mundo de los sueños.

¡Serena, levántate y sal de una puta vez de tu casa! Prometiste que nos acompañarías hoy. – Comenzó a gritar de forma descontrolada la loca de mi hermana una vez pulsé el intercomunicador. Sinceramente estaba tentada a dejar que se congelara en los estacionamientos de mi edificio por despertarme a las diez de la mañana el único día libre que tengo a la semana, pero estaba con mi pequeño sobrino Samy y matar a madre e hijo al mismo tiempo creo que podría ser demasiado.

Mejor sube, debo comenzar el arduo proceso de despegarme de las sábanas. – Le contesté tiernamente (entiéndase mi sarcasmo) y pulsé el botón de apertura.

No puedo creer que te hayas olvidado de nuestro compromiso. – Me recriminaba Mina mientras intentaba sin mucho éxito, impedir que Samy tomara todas las cosas de mi mesa de centro.

No se me olvidó, pero nunca me dijiste que vendrías de madrugada. – Le indiqué con enojo en la voz.

¡Son las diez, mujer! – Me señaló levantando los brazos al aire, como si ya fuera horario de almuerzo. – Además Samy estaba bastante emocionado y quería venir lo antes posible.

Mi sobrino está cumpliendo cinco años el día de hoy y para mi desgracia me pidió como regalo de cumpleaños llevarlo al circo que se instaló cerca de mi casa. No es que odie el circo ni nada por el estilo, solo estoy atravesando una etapa en la cual odio salir de casa; mi fin de semana ideal es permanecer en mi hogar, Netflix y una... Okay... varias cervezas a mano.

Debido a mi demora nos perdimos la función de la mañana, por lo que para compensar mi falta los invité a almorzar y a uno de esos lugares de juegos para niños (donde al entrar te pega de lleno en las narices el olor a pañal sucio) esperando de esta manera que olvidara el circo, pero el muy pelotudo no se olvidó de la invitación, por lo que un par de horas después. - ¡Demonios, ya se acaba mi domingo! – Nos dirigimos al puto circo.

Recuerdo que cuando era pequeña nunca fui muy fanática del circo ya que los payasos me daban terror (culpa de un amigo de la infancia que me obligó a ver la película de los payasos asesinos y hasta el día de hoy ni siquiera puedo ver a un mimo), sin embargo ahora tengo casi 25 años y un pequeño a mi lado al cual debo infundir respeto, por lo que me debo tragar mis traumas de infancia y entrar como si nada a esa carpa oscura, sin salidas de emergencia a la vista, plagada de seres desconocidos, payasos diabólicos... Ups, creo que para variar estoy exagerando.

El show comenzó con un equilibrista, no entendí mucho su "espectacular" entrada en una motocicleta, con chaqueta de cuero y pinta de chico malo si finalmente terminó en mallas sobre una cuerda y con un show más bien suave, pero bueno yo de espectáculos no entiendo nada, así que mejor no opino.

Luego fue el turno de una chica y déjenme decirle ¡Esa chica no tiene huesos en su cuerpo! Por Dios, hiperlaxa al máximo, yo con suerte puedo tocarme los dedos de los pies. ¡Qué envidia!

El circo de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora