Después de transitar las concurridas calles de Bogotá, llegamos a un edificio de cuatro plantas, las ventanas reflejaban con opacidad la vida urbana mientras vibraban por las ruidosas bocinas de conductores atrapados en el tráfico. Blancas letras formulaban Policía Federal junto a una estrella de siete puntas y como símbolo de honor se encontraba dentro de ella un escudo en todo su esplendor.
Estacionamos el auto frente de la edificación y luego de apagar el vehículo nos quedamos un momento en silencio. Observe como Evan guardaba las llaves en su chaqueta, bajaba del auto y pasaba por delante de la camioneta para abrir mi puerta.
No me sentía segura con la policía, en ese momento Evan era el único que me mantenía sin la impulsiva sensación de gritar bajo la ruidosa vida de la ciudad "¡Tengo un maldito dedo de alguna persona en mi coca-cola! ¡Y adivinen qué! ¡Estuve apunto de tomármelo!".
Quería ir a casa, ver a mi madre. Confiaba más en sus capacidades que en las habilidades de los come donas. ¿Que hicieron ellos cuando mi padre fue asesinado a sangre fría por unos narcotraficantes? Asumir que él había hecho parte de la banda criminal. Eso ahorraba papeleo, ahorraba investigación, por tanto recursos, los cuales podían gastarse mejor en atiborrar su panza con café y rosquillas.
Definitivamente no dejaría mi seguridad en ellos. Imaginaba lo que podrían hacer al ver la botella: La dejarían en evidencia, se quedaría en ese lugar hasta que el dedo hiciera parte de la bebida como la arena del desierto o posiblemente la dejarían a un lado para que se olvidaran de su contenido y por cuestión de sed se la beberían.
Las manos me sudaban ante el calor que emanaba el abrigo de lana que cubría la botella. Supongo que estaba temblando por la posibilidad de hacer lo que tenía pensado. Evan alejó su mano del volante y la acercó a mi entrepierna con la intención de tomar la botella y alejarla de mis nerviosas extremidades. Entonces aproveche su cercanía para deslizar mi mano en el bolsillo de su chaqueta de cuero y tomar las llaves. Por suerte contaba con una manos de ligero tamaño. Ahora, necesitaba la botella devuelta.- Bien, vamos- dijo el oji Pardo antes de bajar del auto. Por mi parte me quedé inmóvil en el asiento de cuero, con las llaves en mi entrepierna, quemándome. No quería bajar, debo admitir que tenia un miedo petrificador, como si Medusa me hubiera mostrado sus encantadores ojos de la muerte.- ¿Qué esperas? ¿Estás bien?
- Lo estoy, solo me gustaría tener la botella- Pensé en una razón- Dado que fui yo quien casi bebe la extremidad de alguien.- Sutil- Por favor -Dije sin inmutarme, sin verlo a los ojos.
Noté como dudó por un segundo de mi estabilidad mental. No lo culpaba, yo también estaba insegura de ella. No obstante, puso la botella de vuelta en mis manos.
- Ahora, baja, no estás segura aquí afuera.- Lo dijo con tal tono de preocupación que estuve a punto de botar mi plan de escape por la borda y tirarme a sus brazos. Tenía que controlar mis hormonas.
Sin pensar cerré la puerta del copiloto en la preciosa cara de Evan, le puse seguro, me quité el cinturón de seguridad y moví mi cuerpo hacia el asiento del conductor. Guardé la botella debajo del asiento. Puse las llaves, las giré y prendí el auto. Di reversa y antes de acelerar no pude evitar voltear a ver la cara de desconcierto que tenía el castaño. Me sumergí en un mar de autos, cuyo aire contaminado por el humo que emanaba de estos hacía llorar tus ojos.
Tenía la botella, tenía el dedo, pero no tenía un plan.
Sentía como mi pulso martilleaba mi cabeza de manera enloquecida. Debía calmarme o terminaría perdiendo el control y lanzaría la maldita botella a un indigente. Las manos me sudaban y se resbalaban del volante.
Conté hasta tres, respirando profundamente y dejando que el aire inundará mis pulmones hasta que escuché la canción TNT de AC/DC sonando en mis pantalones. Saqué él celular de mis jeans sin dejar de ver la carretera. Vi el nombre de Paula en la pantalla.
El miedo de que tal vez les hubiera pasado algo me inundó. La puse en alta voz y escuché atentamente mientras el semáforo cambiaba a verde y avanzaba.
- ¿Hola?- Su voz se notaba tensa- ¿Estás ahí? Encontramos a Cora.
- ¿Dónde están? - pregunté. Tal vez demasiado rápido.
- En el hospital - supo que necesitaba algo más que eso- el central.
Giré a la derecha de un tirón, ganándome insultos de los conductores.
El hospital no estaba muy lejos.
...
- El doctor lo único que nos dijo fue que había sido un corte limpio.
- Es irónico que lo digas puesto que la encontraron en el baño desangrandose y con un montón de papel higiénico en la boca.- Empecé a morder la uña de mi dedo pulgar, ansiosa. No me dejaban ver a la morena. Y no entendía el porqué. Llevaba por lo menos media hora sin saber nada más que lo que Paula sabia. La botella se hallaba dentro de mi bolso, rodeada aún por la prenda de lana.
Me asomé por el pasillo. Se encontraba vacío de no ser por un señor paseando por el corredor desnudo. Tal vez la ropa del hospital no era muy cómoda para guardar toda esa masa. Tenía un grave problema de sobre peso y ya que se acercaba a la máquina de golosinas no creía que a él le importara.
- Al demonio.- gruñí- Si viene alguien usas la palabra clave, ¿vale?
Ella asintió. No era la primera vez que nos metíamos sin permiso en el cuarto de un paciente. Y la primera vez fue más que dolorosa. Encontrar a tu padre muerto en una cama que irradiaba sangre no era algo que una chica de quince años pudiera querer.
Cuando mi padre moría desangrado fue ese mismo cuarto el que lo vio dejar su último aliento de vida. Al parecer se nos negaba la entrada por posibles infecciones a sus heridas. Una razón tan ilógica como inútil. El había muerto minutos antes de que llegáramos. No se habían molestado en limpiar las heridas, ni mucho menos sacar las balas de su cuerpo.
Ese día me habían llamado al instituto para darme la noticia. Fue corta. Muerte por arma calibre 38. Siete disparos, dos en la frente, tres en el pecho, y dos en la garganta. Era el claro sello de una de las bandas criminales más famosas por la trata de blancas y distribución de droga. Los policías nombraron al grupo Los boca negra, ya que cuando la fuerza policial encontraba uno de sus escondites llenos de droga, armas y mujeres inconscientes, lo único que quedaba de los integrantes eran sus cuerpos inertes con un disparo en la cabeza y la boca llena de negra ceniza. Daban un claro mensaje: no podrían atraparlos. Sin testigos, sin un culpable para interrogar, sin nada más que unas pobres mujeres violadas y maltratadas cuyas palabras no salían de sus labios dado el daño psicológico que padecían. Eran imposibles de encontrar.
Se decía entre el cuerpo policial que la ceniza negra era un símbolo que significaba: sellado por la muerte. Sus secretos no podrían ser revelados.
Claro que siempre existían los débiles. No pueden con el sacrificio que se debe hacer al entrar y a uno o dos meses llegan a la estación de policía pidiendo protección de testigos. Se las dan a cambio de lo poco que saben. No es como si los jefes fueran tan estupidos al darles toda la información a unos novatos. Curiosamente esos chicos terminaban asesinados dentro de sus propias celdas. Ningún uniformado herido. Como si hubieran salido todos a almorzar cuando la supuesta prioridad es proteger al testigo. Los encuentran con dos disparos en la cabeza, dos en la garganta y tres en el pecho. Se consideraba el castigo a un soplón.
El funeral de mi padre no tuvo compañeros de la fuerza cargando su ataúd por las asas, no tuvo la bandera del país sobre la tapa de su cajón y ni un solo integrante de la policía llegó a visitar su tumba.
Las únicas personas presentes fuimos mi madre, mis amigas y yo. Ese día no salió de mis ojos una sola lágrima. La cólera era mi único estado de ánimo. No entendía cómo era posible que mi padre hubiera llegado cada noche a hablarnos durante la cena sobre justicia y honor. No podía digerir las acusaciones hacia el. No comprendía lo que estaba pasando ni el cómo había pasado. Solo quería patear su lápida y exigirle explicaciones. Exigirle al menos una disculpa por abandonarme.
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Psicótico
Mystery / ThrillerTener una madre cuya ocupación es tratar con las mentes mas trastornadas de la naturaleza humana puede traer serias consecuencias, como que tu hilo de vida esté en manos de unas desquiciadas tijeras, dispuestas a herirte hasta tu último aliento y ve...