Ella era...mi prisionera...

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No tube qué reaccionar así, pero ya es muy tarde, ahora estoy apunto de hacer algo qué para algunos sera una tontería, pero para mi esta sera la salvación de todo.

Yo ya no soportaba mas no verla. Mi vida era gris y me esforzaba en recordar como vivía antes de conocerla, pero no podia y es por eso qué la imbite a senar esta noche, por fin le confesaria todo lo qué sentía.
La mesa estaba lista, adornada con velas y un mantel rojo. Yo tenia puesto unos pantalones de vestir con una camisa blanca y mis zapatos negros al igual que mi pantalon.
Ella ya había llegado, tan linda como siempre, tenia su mirada de niña y una remera azul sin mangas, unos jeans azules ajustados, unas gafas negras de marco grueso, el cabello suelto y un moño rosado. Le dije lo qué sentía luego de senar, queria comvenserla de qué ella estaba equivocada al salir con ese chico. Para qué me eligiera a mi, qué la adoraba, qué la deseaba con una fuerza inimaginable. Pero hable de más, le dije qué por ella yo sería capaz de quitarme la vida, de matar a quién fuese, por tan solo tener su amor y ella temió se mi amor. Quiso huir. Y en ese entonses no supe qué hacer y la termine abofeteando. Su cuerpo fragil cayó de espaldas contea la puerta. La encadene, aun desmayada, a los barrotes de la cama. Necesitaba tiempo para explicarle qué yo solo queria compaserla, hacerla feliz. Y era tan poco lo qué le pedía a cambio... Qué me abrazara, qué me quisiera, qué me salvara.
La desate, pero no deje qué se fuera, sabía qué le contaria a alguien y eso solo empeoraria las cosas. Yo solo quería qué ella entendiera qué con migo seria mas feliz y no con su novio, quién había venido a preguntar por ella en mas de una vez y yo solo le desia qué no sabía nada. Y ella no desia nada, ya qué la amordasaba cada vez qué alguien golpeaba la puerta.
Durante dos días y dos noches, ella no comio, no levanto la vista de sus pies. Yo intente mas de una vez explicarle como era mi amor de furia, mi amor de fuego, pero ella solo asia oidos sordos, hablar con ella era como hablar con la ignoransia. Ella ahogaba mis palabras con ruidos sordos, con sílabas deformes. Tampoco hablaba. Solo suplicaba. Ella abía aprendido a pedir piedad con la voz ronca, deshilachada, con una desesperación casi animal. Nunca entendió qué yo no queria lastimarla.

Ella era...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora