Ivy

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Viernes. No quería volver a casa, así que me fui a la parte de atrás del instituto donde Ivy y yo solíamos pasar el rato. Hacía tres meses que no pasaba por allí, todavía olía a ella, a mar. Me senté con la espalda apoyada en la tercera columna, saque la guitarra de su funda y empecé a pasar las yemas de mis dedos por la cuerdas firmes del instrumento.

(...)

You can count on me like 1,2,3 I'll be there and I know when I need it I count on you like 4,3,2 and you'll be there cause that's what friends are supposed to do. 

(...)

Cerré los ojos mientras notaba como las lágrimas iban cayendo lentamente por mis mejillas, sin sollozos, sin melodía, sin sonido, tan solo mis lágrimas, mis dedos rozando las cuerdas y yo. 

Col me estaba mirando, estaba muy cerca, con su mano derecha apartaba cualquier rastro de tristeza de mi cara y con su mano izquierda me acariciaba suavemente, sin apartar ni un solo segundo su mirada de la mía. Se acercó un poco más y luego otro poco más, hasta que sus labios estaban casi contra los míos, podíamos sentir la respiración del otro como si la suya fuera la mía y la mía la suya. Y entonces se movió hacia mi izquierda, posando un tierno y dulce beso en mi pequeña oreja. Podía sentir su sonrisa, esa sonrisa ligeramente más alzada del lado izquierdo que del derecho, esa sonrisa que había provocado en él, mi sorpresa al ver su cambio de dirección, pero me daba igual porque por fin me había dado cuenta de que seguía enamorada de él y de que hasta aquel pequeño beso hacia que un acogedor escalofrío rondase por cada fibra de mi cuerpo, haciéndome sentir la felicidad, el nerviosismo, la adrenalina y el amor. El amor.

Se incorporó de manera que le pudiera ver la cara, me iba a decir algo. Si, me estaba diciendo algo, pero no estaba hablándome, porque no escuchaba ningún zumbido cosa que siempre oía cuando alguien me hablaba. Él, estaba moviendo sus labios, sabía que no podía escucharle, ni a él ni a nadie. 

Te quiero. Eso es lo que leí en sus labios. De pronto estaba mucho más relajada como si un peso que llevaba en los hombros desde hace tres meses hubiera desaparecido. Sabía que era sorda, ¿pero cómo? ¿Cómo?, le pregunté. Y el me respondió, saliste de clase de inglés llorando, recuerdo el miedo que se apreciaba en ti cuando dijeron que íbamos a hacer un dictado, no podías escucharlo. Lo siento, tal vez si lo hubiera sabido, te hubiera ayudado, hubiera hecho, no se, algo. Además, que la chica más dulce y buena del mundo no me respondiese cuando le estaba hablando, era demasiado raro. ¿Fue en el accidente?, me preguntó. -Si... Ivy quería coger su tabla y ser el agua, eso me decía ella. Le rogué que no fuera, pero no me hizo caso; para cuando había entrado ya era demasiado tarde, llamé a mi madre, pero no podía seguir viendo como las olas la estaban hundiendo así que me metí. La corriente nos llevaba para las rocas, si la hubiera detenido antes... Tenía miedo, podía ver la próxima ola y sabía que de esa no podríamos salir ninguna de las dos; por suerte pude llegar hasta ella y cogerle la mano, despedirme, decirle que la quería. Cuando me desperté estaba en la playa me estaban salvando la vida mientras veía como la de mi mejor amiga se iba. Podía ver a sus padres llorando, pero no podía escucharles. Tendría que haberla convencido de habernos quedado en casa, pero bueno supongo que ahora ya da igual. Ella ya no está y yo en cierto modo tan poco. ¿Sabes? El no poder escuchar, es como si estuvieras sola. No escuchas nada, como si estuvieras en el vacío; solo cuando hablan escucho ese zumbido. Me siento sola. Al principio prefería no escuchar, no volver a oír el sonido de las olas y de esa manera no tendría porque recordar, pero después... Quería escuchar, el sonido de la lluvia, el sonido de las gotas al caer contra mi ventana, el sonido del viento en mi oído, sentir como se siente uno cuando es libre, el sonido del cantar de un grillo, la voz de mis padres, mi voz...Hasta el sonido de las olas, porque ella era el agua, porque necesitaba escuchar cualquier cosa, pero no podía... Después del accidente querían contratar a una profesora para sordos y que viniera a darme clase en casa. ¡En casa! En mi vida ya habían cambiado muchas cosas, ¿dejar de ir al instituto? Necesitaba tener algo a lo que aferrarme, seguir con mi vida, con mi rutina, lo último que quería era otro motivo para estancarme en un hecho que no iba a cambiar; había perdido el sentido de la audición y tenía que asumirlo, pero ¿perder todo lo que tenía antes? No, yo no estaba dispuesta a eso. Tomé una decisión que mis padres tuvieron que aceptar, volvería al instituto en dos meses y nadie sabría lo que me había pasado. Se que puede parecer todo lo contrario, que en realidad no había aprobado lo que me había sucedido, pero no era así. Si los demás sabían lo que me pasaba en seguida me mandarían a otro instituto y como ya te dije antes no podía pasar por eso. La verdad es que no fue tan difícil, yo siempre fui esa clase de personas que reparan en los pequeños detalles, aprender a leer los labios fue lo más fácil de todo; lo más difícil fue hablar con naturalidad sin escucharme. Luego había cabos sueltos, ¿cómo sabría si me hablaban si no estaban en mi punto de mira? ¿cómo haría si me tocaba sentarme detrás de todo en clase y no veía los labios del profesor al hablar? Eran riegos, riesgos que decidí correr. 

Col no paraba de mirarme con ojos preocupados y a la vez, ¿qué era?, ¿orgullo?

-Ahora mismo te estoy observando como si fueras una puesta de sol en un mundo que está llegando a su fin, como si fueras la última estrella que brilla en un noche oscura, como si fueras el último pétalo en una margarita a la que se le está cuestionando si se le quiere o no. Eres única, ¿lo sabes, verdad? Te quería antes de que supiese algo sobre esto, pero... No eres débil, eres fuerte, has pasado por todo esto y nadie lo ha notado porque cada mañana todos te ven sonreír. Tú eres la que hace que todos y cada uno de ellos se relajen al verte, transmites esa serenidad que transmite el sol cuando sale después de una fuerte tormenta y estoy seguro de que le diste esa misma serenidad a Ivy cuando le diste la mano. 

Nunca es demasiado tarde para sentirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora