Caminé intentando ignorar mi alrededor, observaba el piso con determinación, contando cada cuadro gris de aquellas viejas baldosas. Me sentía vacío , quería olvidar el dolor de mi pecho. Escuchaba los vehículos pasar , las personas gritar, reír y llorar pero todo se sentía muy ajeno a mi.
Seguí caminando, andando como cuerpo sin alma producto del dolor, un dolo punzante y permanente. Llegue a una playa y me quedé ahí, observé el horizonte, todos aquellos colores, como si el mundo dijese que lo importa nuestra existencia.
Me senté en la arena húmeda y por un momento sentí paz, no había dolor, se había esfumado y por un segundo desee con todas mis fuerzas que todo desapareciera.
Cerré los ojos y recordé, recordé aquellos momentos preciados, las risas, las caricias, los recuerdos y lamentos que pasamos juntos; una lágrima rebelde se fugó.
No sé cuánto tiempo estuve en aquel lugar, pero luego de un tiempo me fui, volví por el mismo sendero, observando y contando las mismas tristes baldosas, sin embargo, había algo distinto de lo cual no me había percatado, no había ruido. Alcé la mirada esperando ver la calle vacía, pero no fue así, no había alma, ni vehículo, ni colores, nada, todo era blanco, un frío y opaco blanco, lo único distinto de la sombría nada era mi camino de viejas baldosas.