Toca para mí

10 1 0
                                    

En el centro psiquiátrico, allá en la tercera habitación del quinto piso, se encuentra uno de los mejores violonchelistas de toda Latinoamérica, te preguntarás ¿Que hace un hombre como él, en un lugar como ese? La repuesta es muy simple, al igual que todos allí, se volvió loco.

Data de 1979 cuando en una pobre casa de Córdoba Argentina, nace este personaje, Benjamín, hijo padres músicos, una violinista y un pianista, cuyas más preciadas posesiones eran sus instrumentos, pero más allá de eso no tenían ni para la comida. Para poder mantener a su hijo ambos tuvieron que vender sus amores de madera, pero ese fruto de su amor musical heredaría ese talento y todo valdría la pena. Benjamín, ese pequeño rubio de ojos cafés, creció en medio de melodías clásicas y buena música, el chico resultó tan afinado que logró sorprender a sus padres y se dieron cuanta de que ese niño de apenas seis años por el que lo habían arriesgado todo algún día sería un músico digno de admirar.

Cerca de la casa de Ben había una escuela de música y él pasaba, la admiraba y seguía derecho. En febrero de 1987 de camino al colegio se percató de que en la puerta de la escuela había una gran letrero anunciando unas convocatorias para niños que quisieran hacer parte de una orquesta sinfónica, Ben entró inmediatamente a preguntar.

Resulta que la escuela quería educar pequeños de Córdoba y sus alrededores para convertirlos en grandes músicos en cuestión de tres años, aceptaban niños y jóvenes entre los nueve y dieciocho años, no tenían que saber absolutamente nada de música, solo tener toda la disposición a aprender, y lo mejor de todo, totalmente gratis, el problema era que Benjamín tenía ocho años.

Regresó corriendo a decirle a sus padres, y aunque salió reprendido por no haber asistido al colegio, volvió junto con ellos a la escuela de música. Un mes después Ben ya era parte de la institución y mostraba un excelente nivel musical, aún cuando era el menor allí; cuando terminaron los dos meses de preparación le asignarían a cada unos de los estudiantes un instrumento, que sería propiedad de la escuela pero estaría a la total disposición del músico, y Benjamín escogió el instrumento del que se enamoró perdidamente la vez que vio una muchacha tocarlo, sonaba tan hermoso, la tonalidad grave había encantado a los oídos del pequeño y así se decidió por el violonchelo.

Como era de esperarse, Benjamín se convirtió en uno de los mejores músicos de la orquesta, y posteriormente de Argentina, y eso con solo dieciséis años, al cumplir esta edad, sus padres, con todo su esfuerzo y trabajo, lograron conseguirle un violonchelo finísimo y Benjamín se enamoró perdidamente de este. Cuando acabó el colegio fue aceptado en la Orquesta Sinfónica Nacional de Argentina y en menos de seis meses ya estaba haciendo giras por toda Latinoamérica y algunos países europeos. Siempre fue alguien muy agradable, una conversación con él era algo tan enriquecedor, sin embargo, su personalidad egocéntrica resultaba desesperante en algunas ocasiones, recuerdo una vez en la que me dijo "toco mi amado violonchelo todas las noches para poder dormir, porque no he logrado encontrar otro sonido tan celestial como para poder conciliar el sueño".

Y aquí viene la parte trágica de la historia; uno de los países de la gira era Colombia y el Benjamín de veinte años tenía muchas ganas de parrandear, una noche saliendo de un bar se dirigía hacia el hotel donde se estaba hospedando, iba en carro, y obviamente iba borracho, además llevaba consigo una chica, con la que, por simple intuición, creo se iba a acostar después. Así que, por obra y gracia del destino, se estrellaron. La muchacha no tuvo heridas muy graves, a diferencia de Ben, a quien le costó media vida ese accidente; se habían tragado un semáforo, chocaron contra un carro que venía por la otra calle, y Benjamín salió volando, porque el estúpido no llevaba cinturón, más adelante cuando fue a dar al pavimento con las manos extendidas al frente, un carro les pasó por encima. Una ambulancia los recogió y ya en la clínica a nuestro inconsciente chelista tuvieron que amputarle las manos.

Ben se terminó de recuperar y volvió a su casa en Argentina junto con sus padres, donde su violonchelo le esperaba recostado junto a la pared como siempre. Lo primero que hizo fue arrodillarse a llorar frente al instrumento y a pedirle perdón, nadie lo entendió en su momento, pero todo fue poniéndose cada vez más raro, una vez que fui a visitarlo (Me habían dado una copia de las llaves) lo encontré en posición fetal frente al violonchelo gritando -¡Toca para mí!- una y otra vez, temblaba de manera exagerada y luego volteó a verme, me detalló por unos segundos y me dijo -¿Ves lo que he hecho? Ella se dio cuenta de que iba a traicionarla y me quitó mis manos, ahora no quiere tocar para mí.

El violonchelo fue a dar a la escuela de música en memoria al talentoso Benjamín, quien hoy en día sigue gritándole a la pared de su cuarto en el centro psiquiátrico, el pobre jura que su amada violonchelo ha sido quien le arrebató sus manos, pero, lo que más me perturba de todo esto es que a eso de las nueve y media, hora en la que Ben se disponía a dormir, en la escuela resuena una bella melodía interpretada por un violonchelo.

Mi Colección De HistoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora