PRÓLOGO

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'Continúa, mi hija descarriada.'

Hay una canción sonando en el fondo de mi habitación mientras me arreglo frente al espejo, moviendo mis caderas de lado a lado siguiendo el compás de la música

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Hay una canción sonando en el fondo de mi habitación mientras me arreglo frente al espejo, moviendo mis caderas de lado a lado siguiendo el compás de la música. El ritmo es electrizante, intensificado por una guitarra eléctrica haciendo un riff envidiable que mis dedos juveniles e inexpertos jamás serían capaz de alcanzar. No es como si la música fuera mi mayor interés. La realidad es que apenas puedo juntar dos acordes sin que mis dedos se enreden en las cuerdas. No, no tengo un futuro como guitarrista o ser una gran estrella de rock. A lo mucho le llego a groupie.

Sin embargo, sé disfrutar de una buena canción. En especial cuando está cargada de emociones fuertes como la ira o el dolor. Porque parte de mí está llena de esos sentimientos; aunque mi psicóloga de la escuela diga que son conductas comunes en una adolescente que está por entrar al instituto, y que tiene una madre soltera con presiones. En mi opinión, todo lo que dice esa mujer es pura mierda.

Palabrerías inútiles que el colegio exige que escuchemos durante una hora a la semana para asegurar la estabilidad emocional de sus estudiantes desde que uno de los chicos de penúltimo año tuvo una sobredosis en los baños. Si me preguntan, pienso que están siendo hipócritas porque nunca les interesó la vida de los estudiantes hasta que la junta de padres se puso histérica por eso.

¿Mi realidad?

No me ayudará mucho las palabras de un trabajador social, psicólogo o siquiera un psiquiatra. Mi problema con las emociones no nace de problemáticas en mi hogar —no es que no existan, porque sí lo hacen—, sino de una... enfermedad en mi sistema que contagié a temprana edad cuando un lunático me mordió en el bosque. Algunos libros y mitos lo llaman «licantropía». Yo prefiero llamarle «arruina-vidas».

Mis sentidos están amplificados por eso y también hace que las emociones sean más volátiles. Razón por la que mi ira y mi dolor puede ser mayor a la de muchos adolescentes dramáticos.

Y ya que no soy una prodigio de la música, controlo mis brotes de ira al jugar lacrosse en la escuela. He sido seleccionada para el equipo de un instituto privado, lo cual es genial porque rara la vez aceptan personas antes de la temporada, pero el entrenador está asombrado con mis habilidades. Es una gran sorpresa encontrar a chicas de catorce años que puedan soportar el empuje de un chico de dieciséis en pleno campo, y toda la administración está esperando a que tengamos oportunidad de prepararnos para jugar contra los Ciclones de Beacon Hills High School, el rival más grande de Devenford Prep.

Continúo observando mi reflejo en el espejo mientras termino de delinearme los ojos con una fina línea que hace que mis orbes luzcan más largos y penetrantes. Tengo la mirada de un lobo.

—¿Qué haces?

Ni siquiera me animo a darme la vuelta para observar a mi madre. Puedo ver parte de su cuerpo apoyado en la puerta de mi habitación. No alcanzo a captar su expresión, pero sé que está molesta por su tono fuerte y firme.

FIREPROOF ▲ TEEN WOLF   ➅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora