Una hora más tarde estaban en el recibidor de la casa de Freddie y Samanta miraba sorprendida a su alrededor.
Una escalera de madera de roble de tres tramos ascendía hasta un descansillo en el segundo piso; el suelo era de baldosas de cerámica y un deslumbrante candelabro colgaba de una brillante cadena.
-¡Tienes una casa preciosa!
-Gracias. A mí también me gusta -contestó él mientras tomaba la cazadora que Samanta se acababa de quitar.
-¿La has decorado tú solo? -preguntó asomándose a una habitación decorada con motivos inspirados en la cultura sudamericana.
-Gina me ha ayudado. Pero la verdad es que sé lo que me gusta y, cuando lo veo... -dijo él pero se detuvo e hizo un gesto extraño con la cara antes de continuar-, ... suelo ir tras ello. Aunque no siempre, porque hay cosas que no están destinadas a pasar.
Cuando dijo aquello, Sam tuvo la fuerte sensación de que no estaba hablando del mobiliario; por un instante la preocupó que él se hubiese dado cuenta de que se sentía atraída por él e intentaba disuadirla, pero no era posible. Si en cuatro años no se había dado cuenta, no iba a hacerlo en aquel momento, y ella no continuaría persiguiendo un amor no correspondido.
Pero mientras él la guiaba a través del hogareño salón, pasando por un comedor más formal y hasta la alegre cocina, en la que había una mesa con un mantel a cuadros rojos y blancos, sillas y cortinas a juego, empezó a dudar de la decisión que había tomado.
Aunque en ningún momento había pensado cómo podía ser la casa de Freddie, le encantaba, y podría vivir en ella tan a gusto como él.
Aquello parecía resaltar el hecho de que se parecían el uno al otro más de lo que pensaban, e incluso podría tomarse como una señal de que estaban hechos el uno para el otro.
Pero la decisión estaba tomada. Él no la amaba y ella debía marcharse.
Allí afuera había un mundo grande y maravilloso que se había estado perdiendo mientras esperaba a que se fijase en ella, y no iba a perderse ni un solo segundo más.
-¿Te espera alguien en Florida?
-¡Sí! ¡Mi madre! -exclamó -. Tengo que llamarla y decirle que no llegaré mañana.
-Eso es exactamente lo que estaba pensando. Puedes utilizar el teléfono que hay en mi despacho. Mientras tanto yo miraré a ver si encuentro algo para cenar. Si no hay nada, pediré una pizza. ¿Te gustan con algún ingrediente en especial?
-No. Me gustan sencillas, con queso y tomate.
-¿No te gusta el salchichón? -preguntó él con aire inquisitivo.
-No quiero ser difícil, pero no me gusta el salchichón y odio tener que apartarlo.
La expresión de Freddie cambió con tanta rapidez que Samanta no supo interpretarla.
-A mí tampoco me gusta el salchichón.
Se miraron fijamente el uno al otro durante unos instantes y aunque ella sabía que estaba asimilando el significado de otra cosa más que tenían en común, también sabía que él no se daba cuenta de ello.
-Voy a llamar a mi madre -dijo ella. Se dio la vuelta y se apresuró hacia el despacho.
Cuando llegó, vio que tenía un ordenador, un teléfono y una montaña de informes de Hilton-Cooper-Martin encima de la mesa. ¡Incluso en casa trabajaba!
Freddie necesitaba que alguien cuidase de él, que alguien llenase su vida de amor, cariño y de los pequeños placeres de la vida. Y ella deseaba ser aquella persona.
Pero ya había perdido demasiado tiempo y si ella realmente fuese la mujer capaz de llenar su vida de felicidad, habría averiguado cómo hacerlo a lo largo de aquellos cuatro años.
-Hola, mamá -dijo cuando su madre contestó al teléfono.
-Hola, linda. Menos mal que has llamado -contestó su madre.
Aunque Samanta había oído aquel apodo cariñoso cientos de veces, de repente se dio cuenta de que solo su madre lo utilizaba. Pero aquella noche Freddie también lo había hecho.
-Como no nos has llamado desde el hotel -continuó su madre-, estábamos preocupados de que te hubiese ocurrido algo.
-Es que sí ha ocurrido algo -dijo recostándose en la silla-. Como mi trabajo no tiene relación con el de nadie más, y aún no han encontrado a nadie que me sustituya...
-¡Lo sabía! Te vas a quedar, ¿verdad? -preguntó su madre desanimada-. Sam, cariño, yo creía que...
-No es lo que tú piensas -interrumpió -. Solo me quedaré el fin de semana.
-De acuerdo -dijo su madre y su tono de voz implicaba que intentaba apoyarla y comprenderla.
-Mamá, no te preocupes -continuó -. He aprendido la lección.
-No es que piense que él no es una buena persona, pero Sam, tienes que empezar a pensar en ti misma y ser capaz de ver la realidad. ¿Recuerdas lo que me paso a mi?.
ESTÁS LEYENDO
Viviendo con mi jefe
Короткий рассказSamanta Puckett estaba locamente enamorada de Freddie Benson, su irresistible jefe..., pero él no lo sabía. Después de aquellos cuatro años de amor a distancia, Samanta había decidido que ya era hora de superarlo. Sin embargo, cuando le dijo que se...