El tiempo era relativo para el líder de la Obsidiana, miraba el tiempo transcurrir diferente dependiendo del momento del día y lo que estuviera ocurriendo. Por ejemplo, las mañanas se le hacían especialmente largas a la hora de entrenar a sus hombres... Y mujeres. Pues la Obsidiana era el músculo de la Guardia de Eel, mantenerse fuertes y rápidos era su principal objetivo para poder cumplir las misiones, muchas de las cuáles solo ellos podían desempeñar.
Luego estaba el papeleo, como líder de Guardia tenía muchos protocolos que seguir. Nada podía escaparse de su alcance en lo que concerniera a su facción. A pesar de ser mucho músculo, su trabajo también demandaba un nivel intelectual que debía mantenerse a punto en las horas que se le hacían más largas en el día... Rellenar, leer, estudiar y clasificar el papeleo.
Los tiempos de comida se le hacía especialmente al azar, dependía especialmente de lo que había para comer. O eso era desde hace mucho tiempo. Pues ahora, que tenía una mujer en casa, pues en la Guardia de Eel solo vivían dentro del edificio principal los miembros solteros, el tiempo parecía transcurrir más rápido. Esta mujer, que le había robado el corazón, era también muy buen cocinera. Mucho mejor que Karuto, cabe aclarar, y desde que se habían mudado a su propia vivienda, los tiempos de comida se le hacía dolorosamente cortos. Podía tener el plato lleno de suculentos manjares, pero era tal la delicia que no se daba cuenta cuando esto desaparecía de su plato y se había alojado en su sistema. Aunque agradecía el obvio esfuerzo que ponía Erika en prepararlo.
Durante la tarde, casi siempre le tocaban rondas. Esto, por la creciente paz que se había vivido en Eldarya desde hace ya unos meses, le era bastante ameno. Además le daba tiempo a pasear por el refugio y entretenerse con quien decidiera hablar con él. Por la tarde noche, casi siempre tenía tiempo libre que, como todo buen amante de la forja, aprovechaba para fabricar las que se conocían como las mejores armas del lugar. Algunos llegaban al extremo de decir que había recibido un obsequio del Oráculo que lo había bendecido con el don de la forja.
Pero el tiempo que se le hacía más corto, frustrantemente corto, era cuando regresaba a casa para cenar y dormir. Regresar y encontrarse con esa mujer. Su mujer. Con una cena caliente, una charla amena y un sin fin de sensaciones estupendas que solo ella podía hacerlo sentir. Su olor, su apariencia, la manera en que cubría su boca cuando reía, según ella, más de la cuenta, o su simple presencia. Era algo que, según Valkyon, no importa cuantas horas estuviera en su presencia, simplemente no le alcanzaba el tiempo para estar suficiente con ella.
Las noches que se aventuraba a tocar un poco más de la cuenta y a delinear esa femenina y curvilínea figura con sus toscas manos. Sentirse lleno al hacerle el amor y escucharla suspirar junto a él en esa danza de pasión y anhelo tan maravillosa. Cuando descubría una vez más los indescriptibles placeres de la vida y se sentía satisfecho consigo mismo. Cuando, al final, se encontraba abrazado por la persona a la que más amaba y se sumergía en el más dulce de los sueños, esos momentos, esos momentos eran los que valían la pena.
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La vida de Valkyon
RomansaPorque el líder de la Obsidiana se merece una historia de amor. Oneshots, twoshots, dependiendo de que tan de buen humor me encuentre. Su vida marital junto a la mujer que lo vuelve loco.