El niño sin hogar...

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Nada fuera de lo común recorría las transitadas calles de Londres, cuyos vehículos siempre se mantenían en movimiento, niños asomaban sus cabezas hacia las jugueterías locales, mujeres y hombres refinados pasaban regodeándose en su propia vanidad y animales de aquí a allá, buscando entre los callejones, alguna señal de alimento. Señores de clase alta hacían reverencias con sus sombreros de copa, mientras que las mujeres imitaban el gesto-solo por cortesía- porque en realidad no querían quedar mal ante alguien cuya posición social podría ser tan buena o incluso mejor que la suya propia.

Más, allá, lejos de toda zona transitada, al sur de dicha ciudad, conocida por solo unos pocos y vista por muchos, se hallaba el Orfanato para Niños Superdotados, Wammy's House, también conocida como La Casa de Wammy, cuyo propósito consistía en encontrar a niños capaces de desempeñar la labor de convertirse en el mejor detective del mundo, en donde tal y como su nombre describía, residían los más grandes niños con grados de mentalidad muy elevadas para el ser humano promedio. Aunque menor era el conocimiento de los Londinenses sobre aquel lugar, personas de aspecto elegante iban a sus anchas a encontrar el niño o niña que considerasen mas indicado para llevar el noble apellido de su familia y aquellos afortunados que conseguían salir eran recibidos en sus nuevos hogares con miles de regocijos y montones de lujos.

En aquel sitio lleno de brillantes talentos y habilidades se hallaba el director de prestigio de Londres Quillsh Wammy, mejor conocido por quienes lo rodeaban como Watari, quien al ganarse la vida como inventor en algún punto de su pasado, se había convertido en uno de los hombres más ricos del mundo; aún así, la ignorancia prevalecía en las caras de los Londinenses que iban y venían al orfanato, y aunque habían ciertas sospechas de la cantidad exorbitante de dinero que poseía el anciano, ninguna podía ser reconocida debido a la falta de información que el viejo daba sobre sí mismo, siendo este también uno de los más misteriosos de su clase. Lo único bien sabido de este hombre era su apariencia habitual de traje negro y corbata negra, bigote de cepillo que lo caracterizaba, lentes de visión parecidos a los de lectura y pelo canoso. Desde su carrera de inventor, el hombre había utilizado sus propios recursos para fundar orfanatos en varios lugares, con el único objetivo de buscar hogar a todos los niños desamparados que lo necesitaran.

Aquel otoño de 1979 resultó ser uno de los días más fríos conocidos por el sujeto, uno en que las lluvias descendían y ascendían precipitadamente y la humedad en el ambiente hacía que un hombre se pusiera tres o cuatro chaquetas más de lo habitual, incluso siendo el mes mas frío por experiencia propia, ese mes de octubre fue también uno de los más raros reconocidos por él, quien al abrir las ventanas de su despacho tan pequeño, le faltó fuerzas para poder cerrarla; ráfagas de viento pasaban sin compasión por los alrededores mientras que una nevada demencial recorría el área para asombro de sus habitantes quienes no podían evitar quedar congelados por tan imponente helada. La extrañeza llegó para muchos de estos, era muy inusual en aquel mes que se presentara tal suceso, puesto que los días más fríos comenzaban a manifestarse a principio de los meses próximos. Para un viejo solitario como Watari aquellas ventiscas parecían un milagro del cielo, cuyas nubes no paraban de soltar copos y teñir de blanco cada techo a la vista.

Oscurecía, el tiempo seguía siendo frío, pero eso no detenía la rutina de los Londinenses, mientras que algunos habían decidido protegerse bajo el calor de las chimeneas, pero, de todas maneras, con toda la tranquilidad del mundo, el sujeto tomó su bufanda, sombrero, su mejor abrigo de invierno y bajó de su despacho para tomar un paseo. Las horas nunca le habían parecido tan lentas como en ese momento, y mucho menos tan tranquilas, desde aquel jardín tan grande podía observar la perfección de Londres en toda su gloria y la del pequeño orfanato a su lado, en el cual se oían las voces de los niños en su interior correteando por los pasillos buscando cobijo por los alrededores, más sus pensamientos lo traían distraído y podía pasar desapercibido ante los ruidos. Aquella carta recibida esa misma tarde era su motivo de concentración, pensando tantas veces en lo escrito, y la posibilidad de que alguien lo estuviese vigilando lograba inquiertarlo; no lo suponía un riesgo tan grande, pero evitar a toda costa que lastimasen a algunos de sus refugiados cabía dentro de sus preferencias.

Dio vueltas y vueltas por los jardines de la zona, y terminó por sentarse en un banco cercano, queriendo no pensar en una posible tragedia, aunque eso le resultaba un poco difícil; hacía no menos de tres semanas cuando una mañana, su única nieta había fallecido y entre más pensaba en el momento, más desdichado y solo se sentía, el único consuelo que quedaba yacía en aquellos niños que protegía, que, mientras ellos estuvieran a salvo, no habría nada más de que preocuparse, sin embargo eso no lo calmaba del todo.

Al llegar la noche, montones de luces iluminaron las calles haciendo un bello contraste con la nieve caída. Los vehículos iban y venían, los habitantes seguían refugiados en sus casas, mientras que él no hacía más que observar a lo lejos, tratando de no pensar en su nieta y en la tristeza que conllevaba recordar. Observó por última vez las, ahora, blanquecinas calles, y con tranquilidad se levantó para regresar a su despacho, hasta que...

—¿Mmm?

De manera instantánea volteó su cuerpo en señal de curiosidad al notar una extraña cesta al pie del único árbol del orfanato. Dicha cesta se encontraba envuelta en una capa algo densa de nieve y al acercarse un poco logró distinguir que desde dentro algo se movía envuelto en sábanas, hasta que la nieve que la rodeaba se hundió en la criatura y éste comenzó a llorar.

El anciano al darse cuenta de lo sucedido rápidamente corrió en su ayuda, mostrando en su interior un pequeño bebé de tez pálida y muy fría a causa de la nieve. Al verse en semejante situación buscó en los alrededores pensando que quizás su madre se hallaba cerca, pero no había señales de que otra persona estuviera a su alcance más que el bebé que ahora se hallaba en sus brazos tiritando de frío y sollozando.

—Oh, cielos. Tranquilo, no llores. Ahora, ¿quién eres, jovencito? Oh, tranquilo ¿Tu mami estará por aquí?

Pero estaban completamente solos.

El hombre entendió de inmediato que no se trataba de una pérdida directa... Y observó nuevamente al niño quien seguía llorando.

-Oh, ya entiendo... Busquemos un lugar más cálido para ti ¿si, pequeño?-dijo con una sonrisa algo triste pero tranquilizadora- Tranquilo, todo estará bien.

No le extrañó del todo ese acontecimiento, puesto que se había visto en esa misma posición en varias ocasiones en el pasado y sabía perfectamente que debía proceder a continuación. Sin embargo, al ver el rostro del pequeño no pudo evitar sentir una enorme tristeza por el infante quien de alguna manera le recordó la imagen de su nieta cuando era pequeña.

Una lágrima traicionera del anciano cayó en el pómulo del infante y éste, muerto de frío, se revolvió aún más en los brazos del señor.

-¡Señor Watari! ¡Señor Watari! -llamó una preocupada mujer de servicio buscando con la mirada al viejo, hasta finalmente notarlo al pie del árbol del orfanato- ¡Ah, señor Watari! Aquí estaba, los niños están esperándolo en el salón, señor. Quieren compartir más con usted antes de su próximo via... ¡Oh, Santo cielo! -exclamó al notar el pequeño bebé que yacía en los brazos del hombre.

-Buenas noches querida Greta, ya estaba por devolverme; como puede ver solo... tuve un pequeño contratiempo -mencionó sonriente a la mujer, cuya mirada pasaba del rostro de su jefe, al bebé y viceversa-. Me alegra que esté aquí querida ¿Podría llevar a este jovencito al gran salón con los demás? Creo que le sentará mejor el calor del fuego de la chimenea.

-Oh, si claro. Por supuesto, señor -dijo Greta, tomando algo insegura al bebé observando fijamente a su jefe mientras éste la miraba indicándole que todo estaría bien-. Pero, señor. -dijo mirando a los alrededores como si buscara a una persona- ¿Está usted seguro de que... este niño...

—No se preocupe mi estimada señora Greta -respondió con convicción el anciano-. Estoy más que seguro.

Ante la respuesta confiada de su superior, esta vez la señora Greta no tuvo dudas sobre la decisión que había tomado y volvió al interior del orfanato con el niño en brazos.

Todavía, al pie del árbol cubierto de nieve Watari se preguntaba si la inesperada llegada del infante tenía que ver con el tiempo tan repentino que se había presentado en las calles de Londres, quien observaba ahora los cielos pensando en que quizás, solo quizás, aún existía la esperanza.

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