Dos de agua y tres de azúcar

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—¿Y bien? ¿Quién inició la pelea? —preguntó severamente la señorita Margaret—. Más les vale decirme o les juro que iré directamente con la señora Greta.

Dos niños con las ropas sucias y los rostros llenos de golpes se hallaban frente a ella cabizbajos sin decir ni una palabra. Uno de ellos de pie, acribillando con la mirada al otro niño que se encontraba en el suelo sentado en posición fetal, como agachado, mientras que éste sólo miraba el suelo con aburrimiento esperando a que la mujer dejara de hablar para poder hacer algo más interesante.

—¿Entonces? —preguntó nuevamente posando su mirada de un niño a otro—. Quiero una explicación.

Pero ninguno respondió.

—¿Michael? —preguntó esta vez al niño que se hallaba de pie.

—¡Yo no hice nada! ¡Fue ese idiota! —exclamó irritado señalando a su compañero—. Vino de la nada y me golpeó la cara como un desquiciado.

Esta vez, Margaret se dirigió al niño sentado.

—¿Es eso cierto, jovencito? —preguntó indignada.

El niño, por otro lado mostró completa indiferencia sobre esa situación. Estaba cansado y solo quería hacer otra cosa. Pero, no respondió.

—Le he hecho una pregunta, responda ya mismo —exigió nuevamente la mucama.

Está vez, el niño respondió.

—Si, yo lo golpeé en la cara —confesó con ligereza.

Perpleja por la respuesta directa del joven, Margaret le pidió a Michael que se retirara, a lo que él obedeció no sin antes lanzarle una mirada de absoluto resentimiento al niño, quien, olímpicamente lo ignoró.

Pese a que claramente merecía recibir un castigo; Margaret, ante la expresión inescrutable y de completo desinterés por parte del muchacho, solo pudo bostezar de resignación. Él al notar su rostro tan cansino y exhausto supo de inmediato que iba a ser como las otras veces. De nada servía preguntar si podía irse, por lo que se incorporó y se dirigió sin problemas hasta la habitación que Watari le había ofrecido, la que rápidamente se convirtió en su propia habitación.

Una vez allí, cerró la puerta y caminó hasta su cama con varios papeles en mano los cuales repartió sobre el colchón y ordenó con cuidado para después sentarse en su postura habitual sobre ésta y analizar cada una de las páginas con detenimiento. Se trataba de su usual prueba de aptitud. Cada día, Watari le pedía a algunos de los docentes que le llevaran a su alcoba más deberes que al resto de los niños después de haber notado que disfrutaba más el resolver acertijos complicados que intentar jugar con los otros. Quizás no demostraba para nada su satisfacción emocionalmente, pero sí lo hacía al dedicarse con tanto empeño en ello hasta haber finalizado, por lo que decidió hacerlo sentir más a gusto mientras él no fuera adoptado.

Sin embargo, a pesar de que todos decían que el viejo era el único capaz de comprenderlo, Watari muchas veces se preguntaba qué pasaba por la mente del niño. Ya que, al ser tan reservado, la mayoría de las veces se le dificultaba entender por completo la personalidad única que éste poseía, pero como el joven le importaba mucho, no quería que se viera afectado por los insidiosos comentarios y rumores que solían propagarse en el orfanato por su ser. Así que prefería mantenerse en silencio y solo mantenerse al margen de cuidarlo y protegerlo aunque no se daba cuenta de que—en realidad— lo estaba consintiendo.

***

Se encontraba leyendo en el árbol del patio mientras los demás jugaban como lo hacían durante cada receso. Cuando una niña que estaba con ellos se le acercó desde atrás y contempló durante unos minutos la página que leía.

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⏰ Última actualización: Nov 27, 2023 ⏰

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