Ocultó una sonrisa, dándole la espalda, fingiéndose concentrada en abotonar su propia camisa e introducirla dentro de su falda de tubo. Le gustaba la extraña sensación que le provocaba verle vestirse en su habitación, teniendo de fondo las sabanas revueltas de su cama. Excitante, tanto como todas las cosas maravillosas que sus manos y boca hacían con su cuerpo. Elevó sus manos arreglando el cuello de la prenda, aprovechando para darle una mirada a través del espejo, encontrándose con sus ojos y su sonrisa ladeada.
―Me encanta esa falda ―dijo él, su gesto volviéndose aún más sugerente. El calor la recorrió, como si fueras sus dedos los que la acariciaran y no sus ojos.
¿Cómo era posible que no dejara de provocar ese tipo de reacciones con una simple mirada y sonrisa? Aunque si era sincera, no tenían nada de simples los gestos, era todo lo contrario. A nadie más había visto que los mostrara, con nadie y no mujeres, eso le daba puntos. Stefan Meller podía tener cualquier mujer que quisiera, su semblante misterioso y atractivo bastarían, eso sin contar su inteligencia y lo tenía a ella.
Aun así, no se pensaba que era la única para él, conocía bastante sobre la naturaleza e instintos de los hombres, dicho por sus propios hermanos, y por ende quería mantener la cabeza en su lugar, pero resultaba demasiado complicado cuando era tan atento con ella. Hasta el momento, Stefan era un hombre en toda la extensión de la palabra, varonil, sincero y tierno.
―¿De verdad? ―cuestionó girándose, colocando sus manos en su cintura―. No es la primera vez que la uso y no recuerdo que me hayas mirado así. Creo que nunca lo hiciste antes. ―Una risa brotó de su pecho, contagiándola. Era bien conocido por muchos que Stefan no era de los hombres que reía con facilidad, de hecho, prácticamente toda la familia Meller era bastante seria y malgeniada. Con excepción de los dos hijos menores, de quienes no sabía mucho. Uno era un alma libre, viajero y campista, suponía que no era tan moderado; en tanto que la otra era Susan, una chica estudiosa que no figuraba demasiado en los eventos.
―Soy bastante discreto, pero créeme, con todo lo que uses, mis ojos están sobre ti.
―¿Antes o después? ―inquirió, refiriéndose a la primera noche que todo comenzó.
―Lo hacía antes. Aunque me concentraba más en las veces que me sacabas de mis casillas. Eso evitaba que te comiera con los ojos.
―Deja de coquetear o llegaremos tarde ―se obligó a decir, disfrutando del flirteo intencionado de su parte. No era alguien que llegara tarde, nunca, sin embargo, no había podido resistirse a un baño compartido y un rápido desayuno en la cama. Él la hacía actuar de modo poco racional, pero al mismo tiempo, dibujaba una sonrisa en su rostro, que sin duda dificultaría mantener su reputación de cara dura y fría, como algunos mencionaban a sus espaldas.
No abusaba, pero era inflexible cuando de cuestiones laborales se trataba y sus allegados lo sabían de sobra. Había aprendido a ocuparse por si misma y depender de otros lo menos posible, eso siempre aseguraba resultados confiables y una mínima cantidad de errores o fallos. Pero también, le daba una imagen de perfeccionista y estricta.
―No puedo evitarlo, el resto de la semana será complicado.
―Lo sé ―suspiró acercándose hasta apoyarse en su pecho, mientras asumía la labor de terminar de anudar su corbata―. También tengo mucho que atender.
―Hay un par de reuniones tardías a las que debo asistir, pero pasare por aquí cuando terminen ―explicó acariciando su mejilla con ternura. Eran esos gestos los que más la afectaban, aunque eso no evitaba que disfrutara de ellos.
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¿Enemigos?
RomanceSus familias siempre han sido rivales en los negocios, con una larga lista de disputas entre sus miembros. No obstante, nada puede detener el deseo que nace entre ambos... ¿En que terminara todo?