Capitulo 6.

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Las aves cantaban y los rayos del sol pasaban a través del gran balcón iluminando la habitación y despertando a Yuuri, quien hasta ahora seguía recostado sobre la cama. Se removió entre las sábanas deseando no tener que levantarse jamás. Le dolía el cuerpo entero, pero no era una sensación molesta sino más bien placentera al recordar todo lo sucedido el día anterior.

El azabache tanteó sobre la cama esperando encontrar a su compañero en aquel caos de sábanas y almohadas; sus ojos mirándole mientras dormía o su cabello rozándole las mejillas son el tipo de fantasías que siempre imaginó al pensar en su primera vez, pero no sintió nada de eso. Vitya no estaba ahí. Tocaron un par de veces en la puerta cuando entró un joven de piel tostada y ojos oscuros como la noche. —Disculpe la molestia, mi Señor. Le he traído el desayuno.

Instintivamente el azabache optó por cubrir su cuerpo magullado y sudoroso, que tenía las perfectas señas de una noche de sexo desenfrenado. El joven solo le sonrió y comprendiendo su actitud optó por dejar la charola sobre la mesa más cercana y desaparecer por donde había entrado, permitiendo al humano actuar con toda la libertad que desease.

—Si desea algo más sólo tiene que llamar. —dijo antes de marcharse.

El humano suspiró, esperando no haber sido demasiado grosero con el moreno. Luego volteó hacia el balcón encontrándose con la misma hermosa vista que tuvo la primera vez. Simplemente divino, no podría cansarse de ella jamás.

A paso lento fue a donde estaba la charola, teniendo cuidado de no tropezarse por el cansancio y torpeza de sus pies. Si no quería sufrir como ahora por el dolor post-acto era mejor que fuese dejando de lado su vergüenza con quienes pretendían ayudarlo. Al llegar hasta la charola se topó con un exquisito té de hierbas, pan recién horneado, frutas frescas y una deliciosa sopa. ¿Y la carne? Yuuri necesitaba carne para reponerse totalmente.

De pronto recordó las dietas rigurosas a las que le sometieron durante los últimos días y sus lecturas en la biblioteca sobre los dioses. La mayoría consideraba que probar la carne era algo similar a cometer un pecado, puede que para Vitya fuese lo mismo.

Como pudo se llevó los alimentos consigo, quedando de frente a la hermosa vista para admirarla tanto como quisiera. La sopa estaba caliente y tenía un aspecto delicioso, así que comenzó con ella para luego pasar al pan, después al té y finalmente las exquisitas frutas. Quedó sorprendido al descubrir que, de hecho, consiguió saciar su apetito con tan poco y recuperar energía suficiente como para moverse a paso lento.

Comenzó a rememorar lo ocurrido, sonrojándose y sonriendo como un idiota por el comportamiento tan indecente que tuvo frente al peliplata. No estaba arrepentido, sólo temía que Vitya lo considerara como un chico que sucumbe rápidamente ante sus deseos más primitivos. Como siempre, debía estar pensando en cosas innecesarias y ridículas. A fin y al cabo no fue el único actuando de forma deliberada y lo único que podía hacer de la experiencia algo fantástico era haber despertado junto al Dios. Cosa que no sucedió.

¿Estaba siendo egoísta o actuando como unconsentido? Se refería nada más y nada menos que a un todopoderoso, quien deseguro tenía mejores cosas por hacer que ocuparse de una ofrenda más delmontón. Velar por el Reino que técnicamente lo vendió, atender a sus otrasconcubinas o simplemente ocuparse de asuntos que como humano no comprendía; esaera la explicación lógica al porqué no despertaron juntos.    

¡Pero con un demonio! ¡Qué horrible era la sensación de despertar sólo! ¿Tendría que pasar por esto cada vez? Lo peor era que la respuesta parecía obvia... como el Rey de Kobe, Vitya probablemente dedicase una sola noche a cada una de sus parejas. Y él, por ser el juguete nuevo pudo disfrutar de su compañía al llegar, pero... ¿cuándo sería la próxima vez que lo vería?

Yuuri comenzaba a sentirse terriblemente mal, atormentado por sus pensamientos. Odiaba esa parte débil de él mismo, esa que le hacía ser pesimista incluso ante las más mínimas circunstancias. Creyó no poder sentirse peor, cuando de repente las lágrimas amenazaron con nublar su vista; antes de sucumbir a la tristeza se levantó del suelo donde yacía, dirigiéndose hacia la puerta.

Giró lentamente la perilla, procurando no hacer ningún ruido. Tremendo susto el que se llevó al descubrir al chico de antes afuera de la alcoba, charlando animadamente con otro moreno mucho más bajo y joven. Intentó retroceder, cuando ambos sirvientes se percataron de su presencia.

—¿Se le ofrecía algo, mi señor?

—No —respondió de inmediato, luego se arrepintió—. ¡Sí! ¿Crees que pueda salir a admirar el paisaje? Todo se ve muy lindo desde el balcón, pero quisiera caminar entre las plantas y observar a los peces en el estanque más de cerca.

—Usted puede hacer lo que guste, no tiene que pedir permiso. Basta con que avise a alguno de nosotros para que podamos informar al amo.

—Entonces saldré ahora mismo —Colocó el primer pie afuera cuando sintió a ambos chicos deteniéndolo en el acto—. ¿Qué hacen? Acaban de decir que puedo hacer lo que quiera.

—Así es —reafirmó el sirviente mayor—, pero el amo nos matará si lo dejamos ir con esas ropas. Son demasiado estorbosas y con este clima volverá bañado en sudor.

El azabache se giró sobre sí mismo, analizando su vestimenta. Pretendía usar el mismo kimono con el cual se entregó a Vitya, el cual ya estaba todo arrugado y lleno de manchas de semen.

«Sí, es una mala idea» —¿Qué hago, entonces?

Los dos sirvientes sonrieron cómplices. —Permítanos, por favor.

Se adentraron de vuelta a la habitación jalando a Yuuri por los hombros. Lo sentaron sobre un sillón y fueron directo al gran armario donde los obsequios por su llegada estaban ya todos acomodados. Movieron entre las varillas que sostenían las prendas mientras descartaban un atuendo y otro alegando que no eran prácticos ni apropiados, aunque el azabache bien podía llevarles la contra con algunos argumentos lógicos.

—¡Aquí está! —exclamó el sirviente menor.

Frente a Yuuri titilaba sobre su gancho una hermosa yukata azul, también con diseño de flores. —Demasiado extravagante.

—¡Para nada, es perfecta! —felicitó ahora el moreno mayor. —Por favor, use esta.

El hombre sólo deseaba salir a dar un paseo, y si complacer a esos dos hacía las cosas más fáciles que así fuese. Se dejó envolver por la tela y permitió a ambos muchachos amarrar el obi para entallar su cintura, además de ser cubierto por una especie de telar negro que se metía entre su pecho para cubrirlo de la brisa. Luego de unos minutos terminaron de vestirlo, los dos sirvientes emitieron un grito cargado de emoción.

—Ahora sí, me marcho. ¿Alguna recomendación?

—La cascada luce hermosa en estas fechas, siga derecho y llegará a ella.

El chico asintió y emprendió su camino, ansioso por explorar en aquel precioso lugar.

—Excelente elección, Minami. El señor se veía radiante con aquella yukata.

El menor acomodaba las prendas para devolverlas al armario mientras el otro tomaba la charola vacía para regresarla a la cocina.

—Muchas gracias, Phichit. —respondió complacido.

El mayor observó el reloj sobre la mesita, calculando que faltaban quince minutos para que la arena bajase por completo y la reunión del Dios con las demás deidades terminara.

—Vamos, tenemos que avisar al amo sobre el paseo de su novio para que vaya a alcanzarlo. No creíste que lo pusimos tan guapo sólo para dar un paseo cerca de la cascada, ¿verdad?

—Ya me lo imaginaba. —rió el rubio.

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¿qué puedo decir? tengo ganas de sexo al aire libre para el siguiente capítulo.

El privilegio de ser tuyoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora