Capitulo 3

11 1 0
                                    

La noche nos sorprendió a todos con hambre. Julia, siempre tan dispuesta, ayudó a Violeta a preparar los bocadillos mientras Manolo y Marcelo sacaban unas botellas que habían traído en su equipaje. En solo unos minutos la sencilla cena estaba ya servida, solo faltaba que Jaime volviera de explorar a fondo la casa, lo que se supone que hizo para tranquilizar a las chicas, aunque seguramente quisiera para asegurarse el mejor sitio para dormir. Reunidos en el salón, comimos entre risas; poco después el alcohol empezó a circular sin freno y con su llegada temí que todos esos espíritus envalentonados por la bebida encontraran nuevas formas de pisotear mi dignidad.

Jaime dijo entonces que había encontrado un par de habitaciones cerradas con llave, y propuso que las abriéramos para ver lo que contenían. Como todos estaban cansados y él no quería ir solo, me presentó voluntario a mi para acompañarle. Cogimos unas linternas y subimos por la escalera.

Una de las cerraduras cedió al primer empujón. La habitación estaba vacía, la ventana rota y el suelo lleno de excrementos de pájaros. La otra puerta opuso algo más de resistencia, pero finalmente Jaime pudo con ella. Se trataba de un cuarto sin ventana que por lo visto habían usado de trastero. Tras un rápido vistazo, al no encontrar nada interesante, Jaime decidió volver a la planta baja.

Le respondí que prefería quedarme y echar un vistazo. Sentía curiosidad y pensé que al quedarme en aquel trastero me libraría por un rato de su compañía. Había todo tipo de objetos. Encontré algunas fotos antiguas, libros de texto con más de cuarenta años y algunos cuadros llenos de polvo. Me fijé en unos juguetes antiguos. Siempre me han llamado la atención, tal vez porque no tuve muchos de pequeño. Había un tren de hojalata, algunas muñecas y un viejo juego de construcción.

Tratando de llegar a ellos hice caer al suelo por descuido una especie de juego de mesa que estaba dentro de una caja de cartón sin rotular. Pensé que podría ser algo interesante; si era un juego podría aparecer en la planta baja con él y divertirnos un poco. Abrí la caja con cuidado. Solo contenía un tablero y un vaso, seguramente para tirar los dados. No había nada más. Pero el tablero era bastante peculiar. Al alumbrarlo con la linterna pude reconocer de qué se trataba: un círculo con el abecedario completo, los números del cero al nueve y dos casillas donde ponía "sí" y "no". Era una ouija.

Hoy maldigo la hora en que encontré aquel maldito tablero, en apariencia tan inocente, o tal vez fue él quien me encontró a mí. Pero, ¿como iba yo a suponer que ocultaba tanto poder y tanta maldad? Tan solo quería hacerme el interesante o tal vez... usarlo para darles a todos un buen susto y que les sirviera de lección. Aquella idea se apoderó de mí. Sí, ese viejo tablero de ouija era la respuesta a todas las ideas, hijas de la ira, que tuve durante el día y que después había ido descartado por imposibles o por absurdas. Pero aquello podría funcionar. Gracias a ese tablero podría hacer que pasaran la peor noche de sus vidas. Y entonces me mirarían de otra forma. Si, quería que me respetaran. Quería ser como ellos, ser uno más. No, eso no es cierto, yo me sabía mejor que ellos, y solo tenía que demostrarlo.

Y así bajé las escaleras con aquel juego debajo del brazo, saboreando por adelantado mi triunfo. Pero tenía que actuar con mucha sutileza. Me senté en una esquina apartada y lo puse sobre la mesa.

-Vaya, ¡mirad lo que ha encontrado Fausto! – dijo Marcelo.

-Es una ouija – contesté – Supongo que sabéis como funciona.

-Si, claro, eso sirve para asustar a los niños que no quieren comerse el postre.

-¿Te has tomado ya tu yogur, Faustito? – y empezaron a reírse una vez más.

Decidí no hacerles caso. Tan solo abrí el tablero y coloqué el vaso en el centro. Si obraba con inteligencia podría ganarme su atención y hacerles participar. Pensé que las chicas estarían más dispuestas a tomar parte, les suelen interesar este tipo de misterios. Pero tenía que dar con el anzuelo apropiado. Traté de recordar todos los detalles que había observado en busca de algo interesante y que a la vez fuera secreto, una pregunta cuya respuesta se suponía que yo no debería conocer.

Coloqué el dedo sobre el vaso de plástico y comencé a moverlo de forma distraída. Se deslizaba sin ningún esfuerzo. Simulé que me concentraba, ajeno a su conversación y a todas sus burlas. Entonces recordé algo que había visto cuando había entrado al baño después de Julia. Hice un par de movimientos rápidos con el vaso para llamar la atención y después lo empujé con mi dedo despacio y con decisión para formar la palabra "SANGRE".

Todos se quedaron mirando. Entonces pregunté con voz muy seria: "¿Dónde?". Dejé pasar unos segundos y moví de nuevo el vaso para escribir: "JULIA".

Ahora ya no me quitaban ojo. Miré a Julia y le pregunté:

-Perdona, pero, tú estás con la regla, ¿verdad?

-Pues... lo cierto es que sí, pero ¿tú cómo lo sabes?

-No, yo no lo sabía, ha sido esto. Ha escrito "Julia" y "Sangre", y se me ha ocurrido que era la explicación más lógica.

Me miraron de nuevo y entonces supe que había llegado mi oportunidad. La casualidad o el destino habían puesto en mi mano el instrumento perfecto para resarcirme de todo lo que me habían hecho pasar. Ahora tenía que engancharles al juego, hacerles participar, pero dirigiendo las preguntas con mucho tino. Me convertí en una especie de médium tramposo cuya única capacidad era saber aguantar la risa, porque mientras manipulaba aquel vaso en mi interior me reía a carcajadas de todos ellos sin ningún tipo de piedad.

Hice algunas preguntas más con respuestas triviales que yo no debería conocer, de forma que cada vez me tomaban un poco más en serio. Hasta que Marcelo, con su carácter decidido, se decidió a apostar mucho más fuerte: se puso muy serio y preguntó en voz alta.

-A ver, espíritu, o lo que quiera que seas... yo quiero que me digas cuanto tiempo me queda de vida.

Por toda respuesta el vaso se desplazó y quedó inmóvil sobre el número cero, ante los ojos abiertos hasta lo imposible de Marcelo. Me miró de inmediato buscando una respuesta o una explicación, y entonces se quedó callado, pálido como un muerto, porque seguramente notó en mi expresión que yo estaba aún más asustado que él.

Han sido incontables las noches durante todos los años que han pasado desde entonces en que me he despertado preguntándome si era mi dedo el que movía aquel vaso, o era el vaso quién arrastraba mi dedo. Porque sé que yo quería marcar el cero para responder, como después quise mover el vaso a otros números y letras igualmente fatídicos, pero sentía que era otra voluntad la que animaba el movimiento del vaso, por mucho que siempre fuera a donde yo quería que fuera.

Si levantaba el dedo el vaso se paraba. Si lo volvía a posar sobre él, se movía de nuevo. Respondía justo lo que yo quería responder, marcaba el número o la letra que yo pretendía marcar, pero era como si el vaso tuviera urgencias propias, como si se aferrara a mis respuestas y ya no me permitiera alterarlas. Como si se hubieran intercambiado los papeles y el vaso fuera la voluntad y mi mano tan solo el instrumento.

Nunca lo sabré. Pero nada de todo esto que os cuento tendría mayor importancia si no fuera porque para nuestro infortunio, todas las predicciones que me fuí inventando en aquella horrible y fraudulenta sesión de espiritismo, absolutamente todas, se fueron cumpliendo una detrás otra.

El Carmen del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora