El velorio de Dean Evans fue con el ataúd cerrado, Elizabeth fue incapaz de mirarlo sin vida en aquel ataúd a través de un cristal, entonces lo decidió de ese modo. No lloró, no gritó, no sonrío, no habló, sus sentimientos habían muerto junto a él.
Ahora se encontraba allí, sola en aquella sala, a medianoche, sentada en su sillón, en ropa interior, con una botella de whisky en su mano izquierda y otra de vino en su mano derecha, bebía un trago de una y luego bebía el trago de la otra, su mirada estaba perdida en el vacío, sin ningún pensamiento rondando su cabeza, quería emborracharse, olvidarse de todo, quitarse de la mente el rostro de su marido. Ella se disponía a tomar otro sorbo de la botella cuando un ruido empezó a sonar a lo lejos, le restó importancia, pero el pitido comenzó a aumentar cada vez más, era el timbre, ella seguía ignorándolo, que más da, podrían reventarlo si querían, no le importaba y no abriría. El sonido cesó por un instante, y ella internamente lo agradeció, hubo un minuto de silencio del cuál Elizabeth no se percató y entonces la puerta se abrió o más bien alguien la abrió, ella no pudo evitar no ver quién había sido la persona que había irrumpido dentro de su casa y al reconocerla ambas botellas reventaron contra el piso, haciendo que los vidrios cayeran esparcidos en todo el suelo de la habitación, la poca iluminación de la luna junto al único bombillo encendido que había alumbraban la mitad del rostro de Dean Evans.
No podía estar vivo, en el hospital le dijeron que él había muerto, ella misma lo había enterrado. Se levantó temerosa del sillón, las piernas le temblaban, las palmas de las manos le sudaban, Dean no decía nada ¿Por qué no decía nada?, estaba enloqueciendo, pestañeó varias veces pero Dean seguía allí, caminó rápidamente hacia la puerta, se le enterraron varios vidrios en los pies mas no sintió dolor, no sintió nada porque ahí estaba él, respirando, mirándola con sus grandes ojos color miel cálidos y llenos de vida, él levantó su mano y acarició su rostro, Elizabeth cerró los ojos e inclinó su cabeza en busca de su tacto, sentía la calidez en su mejilla, sentía las yemas de sus dedos un poco ásperas justo como las suele tener, aspiró su aroma, realmente estaba vivo.
"Estoy aqui" Oyó susurrar a Dean.
Sin embargo ella no lo dejó hablar más, lo abrazó y juntó sus labios con los de él, sólo un ligero roce, ambos sonrieron mirándose a los ojos y entonces Elizabeth lo tomó de la mano y lo dirigió hacia su habitación, buscó su vinilo favorito para colocarlo en el tocadiscos, una melodía suave empezó a sonar en todo el lugar, era la canción que bailaron en su boda, él la tomó de la cintura y ella posó sus brazos sobre sus hombros, enterrando sus dedos en su cabello perfectamente suave, juntaron sus frentes y ambos empezaron a moverse al ritmo de la música.
Al otro lado de la habitación recostada en el marco de la puerta se encontraba Gabriella, la hermana mayor de Elizabeth, la miraba con un toque de lástima, Eliza tenia una mirada sin luz y una sonrisa perdida que no llegaba a sus ojos, daba pequeños pasos con los brazos alzados como que si estuviese bailando con alguien más, como que siquiera hubiese música, Gabriella sólo suspiró y volvió a su cama dejando a Elizabeth sola en su fantasía, el medicamento no había hecho efecto otra vez.