Meses después de aquella conversación le dieron el alta a Neymar. Su pierna estaba completamente curada y ya acudía a los entrenamientos para volver a jugar lo antes posible. Yo, en cambio, continuaba con la rutina.
Me convertí en una figura gris en los pasillos. Mi sombra se confundía con las paredes. Los días caían como hojas muertas. Esperaba recibir un mensaje del brasileño, una señal de que deseaba verme de nuevo. Una simple excusa para correr a su lado y resolver aquel misterio. Nunca llegó.
Quemé las horas recorriendo los lugares del hospital en los que había estado con Neymar. Me sentaba en los bancos de la entrada esperando verle pasar...
A finales de enero, después de tres meses sin ver al delantero, decidí presentarme en la ciudad deportiva del club francés con el permiso de mi doctor Marc. No me echaría atrás hasta haber obtenido una explicación de aquella movida entre directivas.
Elegí un domingo brumoso para iniciar mi búsqueda. Las campanas de la iglesia marcaron el compás de mis pasos. Tardé una escasa media hora en llegar a mi destino deteniéndome frente a la verja que me impedía la entrada. Advertí a la lejanía el equipo entrenar, Neymar no estaba entre ellos.
Sin más, me colé como una ladrona saltando la verja y me adentré en el campo. Con cuidado y en silencio lo atravesé buscando una puerta trasera que comunicaba con el gimnasio ya que caí en la cuenta de que los jugadores en recuperación se entrenaban allí. Afortunadamente no tardé en encontrarla.
Fue entonces cuando escuché un ruido a unos metros de mí.
Neymar estaba acurrucado en una de las butacas del gimnasio, inmóvil como una estatua, tan solo una enorme sonrisa persistía en su movimiento.
-¿Bella?- preguntó.
Había cambiado bastante desde que le había visto por última vez. Su mirada brillaba por fin y su tez poseía un color sano con algún tatuaje nuevo.
-¿No entrenas?. Me senté frente a él y le palmeé la mano.
-¿Qué haces aquí?.- preguntó de nuevo.
Su mano estaba suave y caliente. Súbitamente, el futbolista se abrazó a mí. Sentí que se me secaba la boca. Le abracé a mi vez y le sostuve mientras besaba mi mejilla.
-Pensé que me echarías de menos.- balbuceé.
-Y tanto- admitió. - Tenemos que resolver el misterio, ¿recuerdas?.
-Para eso he venido- sonreí mientras le devolvía el beso. Me gustaba sentirle cerca.
-Ven, voy a presentarte a mis compañeros.- dijo una vez levantado.
-No, por favor. Nadie sabe que estoy aquí- supliqué mientras le clavaba mi mirada para convencerle.
-Está bien. Entonces vamos a por el misterio.
Ambos nos levantamos y nos dirigimos hacia el exterior.
Neymar me guió a través de las calles que estaban alrededor de la ciudad deportiva con rumbo desconocido y sin más indicio de sus intenciones que una misteriosa sonrisa.
-¿Adónde vamos?- pregunté tras varios minutos.
-Paciencia. Ya lo verás.
Yo le seguí dócilmente, aunque albergaba la sospecha de ser objeto de alguna broma tonta que por el momento no acertaba a comprender
Descendimos hasta Montmartre y, desde allí, giramos en dirección Sagrado Corazón. Cruzamos frente pequeñas tiendecitas y comercios hasta llegar a la calle Mer, donde el brasileño decidió girar hacia la izquierda. Descendimos un par de manzanas hasta un pequeño sendero que no parecía conducir a ninguna parte pero Neymar se limitó a adentrarse en él. Me condujo hasta un camino que ascendía hacia un pórtico flanqueado por cipreses. Más allá una gran nave se alzaba frente nosotros.
-Es aquí- susurró llevándome hacia un discreto rincón elevado en el ala norte del recinto.
Desde allí teníamos una buena visión del solitario terreno. Neymar, callado, contemplaba inquieto el ambiente. Yo empecé a impacientarme. El único misterio que veía en todo aquello era en qué diablos hacíamos allí.
-Aquí no hay nada- sugerí con el ceño fruncido.
-Calma Bella, calma.
-Estoy calmada- repliqué.
Neymar me dirigió una mirada que no supe descifrar. Lo observé intrigada y un tanto cohibida, no sabía muy bien que estaba buscando.
-Pero Ney...
-Cállate- ordenó acurrucándose hacia mí al ver un hombre salir de la nave. Una capucha cubría el rostro de este y estaba ataviado con una capa que llegaba hasta el suelo.
Por alguna razón, sentí un escalofrío.
Transcurrieron cinco o diez minutos en silencio, quizás más. Una eternidad. Una brisa leve rozaba nuestros cabellos. Estaba a punto de protestar cuando Neymar se inclinó sobre mis labios haciéndome callar.
Asombrada lo miré, me había besado.