Mauro

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Era uno de los veranos más calurosos en comparación a años anteriores. Los programas de televisión no eran nada entretenido: el tema de conversación no iba más allá de la temperatura, la playa, el sol y los daños que éste ocacionaba a la piel.

A pesar del calor que era insoportable,  nada lograba desmotivarme. Era mi primera vez en la academia preuniversitaria, y como todo primerizo, estaba muy entusiasmado. Nunca fui muy extrovertido a la hora de socializar, pero me prometí dejar la timidez en casa, tenía que hacer amigos esta vez, o me la pasaría sólo todo el año como en la secundaria.

Aunque mis intentos de conversación no fueron los más eficientes, logré conocer a un par de chicos muy agradables y, en una semana de conversaciones cortas pero agradables, ya nos sentábamos juntos en un pupitre. Por primera vez en años, tenía gente agradable con quienes conversar, y hacer las clases más entretenidas.

Y luego, conocí a Mauro. Era un año mayor que yo, y tenía una estatura superior a la mía. Yo le llegaba un poco más arriba de la cintura, para ser exactos. Ese tatuaje del rostro de um lobo en uno de sus brazos se me hacía muy sexy, y la incipiente barba que adornaba su rostro me causaba mucho morbo. Era muy tierno, un niño ahora, pero de grande sería todo un ejemplar de macho. Y eso no era todo: Mauro era un fanático empedernido de la música alternativa. Lo descubrí una vez, escuchando el último disco de Lana Del Rey, en una aburrida clase de Literatura. Justo ese día, y con ese tema de conversación, decidí hablarle de una vez por todas.

No había día que no hablara por lo menos dos horas con Mauro. Si no era en el salón, pues por llamadas de teléfono. Nuestros temas de conversación iban desde música, películas, libros hasta todo lo que a cualquier persona le pueda sonar nerd. Detrás de ese cuerpo de pequeño Dios griego, había un chico introvertido, inteligente y sensible.

Y así, entre conversaciones, salidas grupales al cine, visitas al teatro y algunos restaurantes, mi primer simulacro me trajo de vuelta a la realidad. El otoño pisaba fuerte, ya lo creo, y la primera patada fue para mí. La física nunca fue mi curso favorito, sin embargo, debo confesar que no estaba poniendo mucho empeño para cambiar eso. Mis amigos, en cambio, no sólo dominaban el curso, sino que eran los mejores alumnos de la clase. Siempre teníamos a un alumno curioso detrás de Gabriel, que siempre ayudaba, o detrás de Mauro, que no le gustaba resolver los problemas que otros le consultaban. “Es que luego se acostumbran a que otro lo haga, y no aprenden por sí mismos” me comento una vez, y tenía razón. Aunque, al enterarse de mi bajo desempeño, se ofreció amablemente a darme asesorías en su casa, resolvería problemas mientras yo observaba y, luego, intentaría hacer uno yo sólo. Aquella oportunidad era música para mis oídos, así que no dudé en aceptar.

Los primeros días en su casa transcurrían normales, dos horas eran suficientes para hacerme entender de física y, de paso, ver virales de YouTube. Vivía cerca de la academia, en una casa moderna de dos pisos, y su cuarto tenía vista a la calle. La tortura de verlo tan cerca y no tocarlo me consumía por dentro -¡Que exagerado y poético soy!- pero no podía exponerme a dar un paso en falso. Si el destino quiere, pasará lo que tenga que pasar.

Al mes de las clases particulares, noté algo raro en su comportamiento. Se limitaba al tema, sin sus típicas bromas ni buen humor al explicar. O estaba molesto conmigo, o algo lo tenía preocupado.

No pude con la intriga, así que me atreví a preguntar.

-Mauro, ¿Te encuentras bien? Estás un poco extraño, como decirlo, algo así  como más distante…

-No, para nada, estoy bien, -Decía algo nervioso-. Te has equivocado… -Concluyó Diego con una risa nerviosa.

-¿Estás seguro? Somos amigos, puedo ayudarte en lo que sea, de verdad. Confía en mí, anda… -Le dije yo con calma-. A ti te pasa algo.

Secrets boys keepDonde viven las historias. Descúbrelo ahora