Esperanza

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Una mañana arribó.
Así, sin más;
Sin avisar tocó mi puerta y sin pedir permiso entro a mi cultivo.
Desde entonces, la paz se tornó en espejismo; el día se transformo en un campo de batalla y la noche en una guerra donde mi voluntad cedía al miedo que propiciaban los fantasmas del pasados, que cuál exiliados emprendían reconquista en mi mente.
Asfixia y ahogo. Náuseas. Culpa que corría por mis venas alimentando a los demonios ocultos, vestían a aquel visitante, hasta entonces olvidado. Hasta entonces superado.
Ansiedad era su nombre y temor su apellido.
Había venido con una misión clara: ¡Acabar con los frutos, destruir los cercos y robar la calma!
Pero un mal cálculo frustró el plan. El extranjero no se percató de las raíces. Aquellas estaban cimentadas en la tierra más fértil jamás cultivada por el agricultor, habían sido sembradas con lágrimas y podadas con dolor para extraer la maleza, lo cual era indicio de algo determinante: ¡Qué la cosecha sería con gritos de júbilo!
Desde entonces, el día y la noche se ven diferentes, ya no hay fantasmas, ya no hay culpa, ya no hay miedo. Ahora hay esperanza.

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