Cuando entraron la chica del libro ayudó al hombre de mirada plateada a sentarse en el mismo sillón donde estaba antes.
La mujer de mediana edad de sentó en el borde de la cama.
Me cogió las dos manos y me miró fijamente a los ojos, con ternura y dulzura.
- Bueno Macarena, yo soy tu madre, María. Y el es tu padre, Alberto - dijo tristemente.
Me quedé mirando a la bella chica, que se había apoyado en la barra que había en los pies de la cama.
- ¿Quién es ella? - pregunté sin apartar la mirada.
- Ella... bueno... Ella es una amiga tuya. Os conocéis desde hace ya tres años -dijo mirándola y sonriendo-. Se llama Triana.
-¿Dónde estoy? -seguí preguntando. Había tantas cosas que no tenían explicación en mi mente...
-Bueno Macarena, tú estás aquí porque tuviste un accidente de moto y tuvieron que ingresarte de urgencia en el hospital. Estuviste bastante crítica durante un mes. Y estuviste en coma. Hasta que te has despertado hoy -dijo con lágrimas en los ojos.
-Macarena, lo mejor es que comas un poco y duermas, necesitas descansar un poco para mañana. Te harán algunas pruebas y a ver si pronto te dan el alta -dijo la chica del libro.
-Bueno, tengo un poco de hambre -dije sin saber que decía. Estaba hipnotizada, hipnotizada por su mirada. Sus ojos esmeralda me evocaban un sentimiento de tristeza. Una tristeza que confundía. Me confundía, a mí y cualquiera que le viera de la misma manera que yo. Sabía que estaba en una habitación de un hospital pero cuando le miraba a los ojos estaba completamente en un sitio distinto, como si se parara el tiempo, solo para nosotras, pero a la misma vez el tiempo corriera a la velocidad de la luz para el resto del universo.
Salió de la habitación.
La tristeza me invadió.
-¿Por qué tus ojos son grises? -pregunté sin afecto ninguno a mi "padre"
-¿Yo? -preguntó continuando con su mirada al frente. Y su rostro casi inexpresivo que giro lentamente hasta donde estaba tumbada yo.
-Sí. Tú -volví a decir de nuevo casi sin afecto
Hizo una mueca con la boca. Como si aquella pregunta no fuera ya una sorpresa que se lo preguntaban.
-Yo soy ciego, por la forma de mis ojos. Y bueno. Me han dicho que mis ojos son grises. Yo no lo sé. Gracias a Dios puedo moverlos y me funcionan las glándulas lagrimales -dijo sin inmutarse. Como si aquello fuera una conversación banal que no llevase a ningún lado.
Y tal que sentí que era banal, decidí callarme. Pasaron unos diez minutos en los que me los pasé mirando por la ventana mirando la inmensidad y las estrellas. Que formaban constelaciones en el oscuro cielo.
-¿Dónde estamos? -pregunté sin moverme.
-¿Perdón? -dijo mi "madre".
-He preguntado que dónde estamos -repetí mirándola.
-Ya... ya te he dicho... en un hospital -respondió con preocupación mirándome fijamente.
-Ya. Eso lo sé. Que donde está el hospital estoy preguntando.
-Ah bueno -dijo más calmada y apartando la mirada hacia la ventana - El hospital está en Madrid.
En ese momento Triana entró en la habitación con una bandeja en las manos.
Y al parecer con ella entró la alegría.
La soltó en una mesa y la abrió.
Abrió los recipientes y sacó los cubiertos de plástico de su envoltorio.
Me acercó la mesa a la cama y me incorporé con cuidado.
Comí lo más mínimo.
No podía apartar la mirada. Así que solo me comí lo que entró, que fue la mínima parte de la cena.
- No puedo comer más -dije apartando la mesa. Me limpié con la servilleta y me fui a dormir.
Me volví a acostar y me tumbé
Podía parecer que ellos no me importaban. Pero así es. Lo digo. Ellos no me importan.
¿A ti te importarían unas personas que acabas de conocer y no sabes nada de ellos?
Triana se acercó a mí. Me susurró al oído que debería tener cuidado con mi comportamiento.
Triana entró al baño y se puso un pantalón de pijama y una sudadera ancha.
Luego mi madre y se cambió.
Por último mi padre con ayuda de ambas para entrar.
Salió Triana y me dió las buenas noches. Se tumbó en el sillón y se dispuso a dormir.
Al rato salieron ellos e hicieron lo mismo. Apagaron la luz.
No podía dormir.
Era lo último que quería.
Había estado tanto tiempo en una oscuridad que la acabé odiando.
Amaba la oscuridad llena de estrellas que me implicaban a reflexionar y a pensar. Algo que me había dado cuenta que amaba.
Me quedé escuchando el sonido de la lluvia contra la ventana y el transcurrir de coches de una calle de Madrid.
Poco a poco fui cerrando los ojos.
Estuve escuchando la lluvia contra el ventanal con los ojos cerrados.
Hasta que simplemente me dormí.
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La bella chica del libro.
RomanceMe despierto en una lúgubre habitación. No sé quién soy ni donde estoy. Hay varias personas aquí conmigo que no sé quiénes son