El breve espacio donde converge lo que sentimos...

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—A mi abuelo le gustaba Yakov... ¡¿EHHH?! ¿Qué pudo haberle visto a ese anciano cascarrabias? –exclamó Yuri, al leer tales palabras, sin dar crédito a esas letras que las verdades marcaban—. Pero, sobre todo... ¿Qué fue lo que pasó entonces?
Y así, con un nuevo cúmulo de páginas, con fotos ataviadas, el hada rusa continuó su lectura.

—¿En serio te gusto Yakov?
—Am, sí, eso creo... —respondo, sin querer darle mucho crédito a mi corazón, quién es el que había hablado. Yakov solo me mira y sonríe, y notándose feliz, corre a la mesa y se come un pirozhki de un bocado. Solo puedo regresar a la mesa y acabar mi comida, evitando el tema, hasta que, terminada la comida y con el tiempo encima para irme, Yakov, por fin me dice.
—No olvidaré las palabras que me diste hoy. Y haré que se graben en ti, tanto como lo han hecho en mí, Nikolai.
—Yakov...

En la noche me encierro en mi habitación y no quiero saber nada más todo el fin de semana. Me llenan muchos pensamientos y, sobre todo, la duda de mi propio yo que actúa así de impulsivo cuando está junto a él. Algo está mal, o quizás no, pero, a la vez sí...

Los días siguientes, Yakov llega temprano y me ayuda a limpiar. El dueño dice que jamás la pista había tenido tanta gente, y no es para menos. El rumor de que el gran patinador Yakov Feltsman daba clases gratis se ha esparcido y llega gente de todo tipo a verlo, hasta con regalos. Me es difícil ver a las señoras ser descaradamente coquetas con él, y cuando supongo que pueden ser celos, él llega con el regalo y me lo da. "Tómalo por mí" siempre me dice, sonriéndome y coqueteándome, justificado en su dieta; el caso es que empiezo a llegar todos los días a casa con comida, lo cual, se torna a ser tema en la cena de mi casa, con mis padres sorprendidos por tal hecho y por mí incipiente amistad con Yakov.

—Debes darle al gracias a ese joven de nuestra parte.
—Claro madre.
—Debe ser fantástico que las mujeres te llenen de regalos de esa forma. Que afortunado es —agrega mi padre, mientras cenamos un budín de carne.
—A Yakov no le agrada mucho eso de hecho.
—Pues qué raro hijo, debería sentirse halagado por tantas muestras de las mujeres —agrega mi madre, molestándome por dentro eso.
—Cierto. Salvo que sea gay o una de esas barbaridades. Si no, vaya que él debe de ser afortunado.
—Si, supongo... —termino, pensando en si eso último sería así. Si acaso es que él era gay... Si es que yo lo era por, sentir cada vez más y con mayor fuerza esa atracción a él. Porque, después de todo, solamente así podríamos gustarnos...

El problema es que no puedo hablar con nadie al respecto. ¿Cómo iba a decirle a alguien lo que me pasa? Es angustiante, sobre todo porque, ser gay no es lo humanamente correcto. Y tampoco sé si el gusto que Yakov siente por mí, significa que sea gay, o que así se considere.

Días pasan y pasan y mientras más busco como planteárselo a Yakov, más contras le encuentro a mis planteamientos. Es como intentar patinar sin caer, y lo peor es citar ese ejemplo cuando Yakov sigue siendo a cada tarde-noche, al cerrar la pista, mi maestro particular.

—A este paso, serás campeón mundial muy pronto.
—No bromees, apenas si puedo andar. En definitivo, la sangre de mi familia no tiene el don del patinaje.
—No lo creo —bromea conmigo mientras me sujeto de sus brazos y él patina de espaldas—. Ya puedo ver el apellido Plisetsky en los libros de historia, como el de un campeón de patinaje artístico. ¡Ya verás! Y cuando eso suceda, veinte días después, búscame aquí. Te traeré una sorpresa.
—Yakov, hablas como si eso de verdad fuese a suceder. Si eso pasa, tendría que ser un nieto mío, jaja, ¿acaso esperarías hasta entonces? —respondo, y nos quedamos detenidos en el hielo.
—¿Acaso pensabas lo contrario? Por ti, esperaría por siempre, Nikolai... —me responde y de la impresión, no sé cómo, pero flaqueo y me voy hacía atrás, cayendo de sentón y llevándome al paso a Yakov, quien, cae de rodillas al frente de mí. No sé si moverme, no cuando la cercanía entre ambos es tanta. No sé si son segundos, o minutos, no sé nada. Solo que sus ojos se fijan en los míos, y, siento como si fuera la primera vez que me latiera el corazón con tal intensidad y cadencia. Así, cuando me decido a articular la palabra que sea, con tal de hacer algo en ese momento, escuchamos unos gritos de unos niños pasar corriendo, lo que hace que me quite de golpe y trate de ponerme de pie, trastabillando al paso, y siendo salvado por él, quien, me ayuda a pararme.
—Gracias...
—No lo hagas. No cuando parece que solo quieres huir —me responde él, severo, y, llevándome al final de la pista, sale, se quita los patines y recoge sus cosas, agregando sumamente seco—. Si no estás seguro de quién eres, creo que tampoco puedes estar seguro de lo que se supone, sientes. Nos veremos después.

Si no podemos amarnos... Yuri on IceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora