Décima Segunda Vista XII (Epílogo)

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Un suspiro escapó de sus labios, se encontraba cansado y sus ojos estaban un poco lastimados por tantos disparos con flash. Bostezó mientras tomaba el bolso que Chanel le había regalado hace semanas luego del éxito de la Fashion Week que se había llevado a cabo en París, Francia.

Se dirigió hacía la salida con pasos cansados. Cuando llegó al estacionamiento, una sonrisa apareció en su rostro.

Caminó más a prisa hasta llegar al convertible rojo que era su automóvil y abrazó con entusiasmo al hombre que estaba allí, esperándolo recargado en el auto.

—¡Camie! ¿Que haces aquí?— Camus le sonrió y abrazó su cintura.

—Me aburrí en casa y decidí venir a buscarte— Fue su respuesta.

Milo sonrió en una mezcla de diversión y resignación.

Había pasado seis meses desde que decidieron comenzar una relación definida con la bendición del Rey Tritón; siendo un poco complicado al inicio acostumbrarse tanto para los humanos cómo para los tritones, especialmente, los dos últimos pues tenían que aprender cómo convivir entre y con humanos y sus costumbres.

—Está bien, aunque se supone que deberías haberte quedado a esperar a mi primo y cuñado, que llegan ho—. No era un reclamo, hace tiempo que había descubierto que Camus se movía a su  propio ritmo, haciendo lo que le viniera en gana en el momento.

Camus se alzó de hombros y lo acercó más a su cuerpo.

—Aún falta para que lleguen—.Dijo para luego dejar un suave beso en los labios de Milo.

—Vamos a casa— Milo ubicó una de sus manos en el pecho de Camus para pararlo. —No quiero escucharlos hablar sobre ti cuando vuelva. —

— Ignoralos—. Camus alzó una ceja sin comprender porqué Milo le daba tanta importancia a eso.

—Es imposible cuando revolotean a mi alrededor, anda entra. Yo conduzco—.

Camus volvió a encogerse de hombros y entró al auto, en el asiento del copiloto mientras Milo se acomodaba para conducir su bello auto.

En realidad, no le importaba lo que dijeran de él sus compañeros modelos, nunca lo había hecho pero él siempre se había caracterizado por mantener su vida privada, de sus compañeros y de la prensa. No había escondido su homosexualidad pero tampoco daba mucho de que hablar y siendo el rostro de muchas marcas importantes era normal que quisieran comérselo vivo.

Así que tener a sus amigos y conocidos revoloteando a su alrededor para saber quién era, dónde había conocido a semejante hombre y más, no era muy divertido.

No tardaron en llegar a su hogar que era casi una mansión, entre charlas triviales de lo que hicieron en su día, encontrándose un automóvil de color azul: Cadillac, estacionado en su garage (con espacio para varios coches) y dos personas comiéndose la boca apoyados en el mencionado auto en "espera de ambos".

Tocó la bocina dos veces, asustando a Dégel que dió un salto, separándose rápidamente de Kardia, quién no se movió pues ya los había advertido.

Riéndose estacionó el auto para poder bajar y saludar.

—¿Tenias que hacer eso?— Le recibió Dégel cuando bajaron del auto, con ese siseo en sus palabras que evidenciaba que no era una persona normal.

Milo se encogió de hombros aún con la sonrisa en su rostro.

—Sep— Respondió con entusiasmo. Dégel gruñó bajito, mostrando un poco sus estilizados y, un tanto, felinos colmillos.

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