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Unas horas después, Elizabeth se aburrió de tanto leer. Le encanta leer, sí, pero también debe darse un suspiro. Dejó el libro a un lado pero se olvidó de poner un separador de hojas y perdió su página en la que iba.

Gruñó molesta.

Busco en todas las hojas para ver en cual se había quedado y al fin la encontró. Pero, olvido su separador dentro de su habitación. Así que mejor improviso con un pétalo de rosa que yacía tirado sobre la hierba de su jardín. Su madre cuidaba muy bien sus plantas. Había toda una selva en vez de un jardín. Desde rosas color azul hasta las margaritas más bellas que hay. Su madre no se enteraría, después de todo, fue Maddi quien corto las rosas y vaya que había sobornado a su hermana mayor con un libro que quisiera.

Quiso saber que hacían su hermana y el niño raro, pues desde de que comenzó a leer no se había escuchado un solo ruido.

Se levantó con los pies entumecidos por estar sentada sobre sus piernas y busco a su hermana, otra vez.

No hubo mucho que buscar pues después de cinco minutos, descubrió a su hermana en la casa del árbol. Pensó que estaría sola, pues las dos prometieron que ese lugar serie un atajo a su propia fantasía. Claro que no querían compartir nada, no había niños en su vecindario, solo chicos de más de diecinueve años y si había pequeños, eran recién nacidos. Vaya suerte que le tocó tener.

Subió como pudo y cuando estuvo arriba, vio a Maddi y al niño.

¿Qué?

Se suponía que era solo de ellas.

El niño era un completo desconocido.

¿Cómo se atrevía a romper esa promesa?

Eso no era justo.

Trato de disimular su molestia y camino hacia ellos sin quitar la mirada de acusación hacia el niño.

Sí, se llama Kenneth, pero era un completo desconocido para ella.

—Maddi, ¿Podemos hablar a solas?

— ¿Por qué? —Chilló la pequeña cruzando sus brazos.

—Necesito decirte algo.

—Pues entonces dilo frente a Kenneth.

Si tan solo pudiera hablar con él. Elizabeth ya había tenido una oportunidad de querer hablar con él. Pero el chiquillo no quiso.

Todo comenzó desde que ellos se mudaron a la casa de al lado.

En ese tiempo Elizabeth tenía diez años. No era demasiado tiempo el que había pasado, tan solo dos años. En fin, Cuando sus vecinos llegaron, ella estaba tan contenta que les pidió permiso a sus papás de querer salir para visitar al que según será, su ''nuevo amigo''. Todo iba muy bien, hasta que llegó con ellos. La señora era muy dulce, le dio galletas que apenas había terminado y el señor la hacía reír mucho. Lo único que faltaba era caerle bien al niño. Si, seria unos dos años mayor, pero eso no impedía que no hubiera diversión. Cuando él bajo por las escaleras en forma de caracol, la miro con una mirada un tanto... extraña. No sabía si estaba feliz o molesto por su repentina aparición, pero no le agrado su mirada.

—Cariño —Dijo la madre del niño. —Alguien muy especial vino a jugar.

— ¿Quién? —dijo con tono burlón cuando se situó frente a ella.

—Su nombre es Elizabeth, y quiere que seas su amigo.

El niño la inspeccionó con la mirada junto a un leve olfateo y formo una mueca de asco.

—Pues yo no, así que vete de aquí y no quiero que vuelvas a venir a mi casa. —Sentenció el chiquillo y se fue a su habitación. Ese fue el rechazo más vergonzoso de su vida.

Alguien no quería jugar con ella.

La madre sonrió nerviosa y le acaricio el cabello a la niña.

—Perdona a mi hijo, Elizabeth. No es muy sociable.

—No importa uh. Igual ya me iba. —Respondió avergonzada para después, salir por la gran entrada que estaba decorada con plantas exóticas.

Desde ese día, se prometió a si misma que jamás le hablaría a las personas en su vida. Salvo a sus padres, Maddi y las ancianas que vivían frente a ellos.

Se sentía humillada en ese momento. Kenneth, el mismo niño que la rechazo, estaba ahí, en ese lugar especial platicando y jugando con su hermana que apenas acababa de conocer y que no había sido amable con él, mientras que a ella misma la había rechazado, burlado y la había hecho perder la confianza entre cualquier ser vivo que existía en la Tierra.

Elizabeth miro a su hermana y luego a Kenneth.

—Este lugar era solo para nosotras, ¿Por qué no me dijiste que traerías a... otra persona? —Lo miro con cierto recelo.

Ese niño inmaduro la había humillado y ahora estaba segura de que acechaba su casa.

—Elizabeth, él es mi amigo. No es mi culpa que tú no tengas vida social. —Inquirió Maddi mirándola retadoramente.

Eli se sorprendió.

Maddi jamás era así con ella.

En realidad, sí.

Maddi siempre había querido las cosas que ella tenía.

Pero se suponía que eso era normal entre las hermanas. Sus padres la complacían para que no hiciera algún tipo de berrinche y a Eli siempre le tocaban las cosas que su hermana no quería dándole lo mejor a la más pequeña de los Williams.

—Maddi tiene derecho a hacer lo que quiera. —Habló por primera vez Kenneth.

Elizabeth no era violenta. Pero una de las cosas que su padre le enseño es que jamás se dejara intimidar por algo o un alguien.

—Tú —Murmuró Eli apuntando hacia Kenneth. — Cállate.

—Déjalo en paz. —Dijo Maddi —Desde este momento, esta casa del árbol será para Kenneth y para mí.

¿Cómo podía hacerle esto?

Quería llorar, su hermana estaba fraternizando con el enemigo y aun así la despreciaba.

Con todo el orgullo que tenía en ella, reunió el valor suficiente para decir lo siguiente —Bien, pero no quiero que vengas a mi habitación cuando tengas miedo o cuando quieras mis cosas.

Y con eso, se marchó.

KennethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora