Cap.7

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4.-Lo toma o lo deja

Acabo de deslizarme furtivamente en mi habitación y me quedo un buen rato pegada contra la puerta que acabo de cerrar tras esta escena surrealista. Tengo los brazos palpitando, los ojos cerrados, me siento mareada y mantengo entreabiertos los labios todavía húmedos por ese beso increíble. No me atrevo a cerrar la boca por miedo a borrar esa sensación divina que aún puedo percibir. Piensa en respirar. Eso es. Abre los ojos. Deja de mirar al vacío.

- Venga, guapa, recupérate. No es la primera vez que te besan.

- ¡Pero no así! ¡De esta forma! ¿Qué me pasa? ¿Qué me hace?

- ¡Se te pasará!

- Pero, ¿a quién estoy hablando?

- A ti. A ti, que te diste el primer beso cuando tenías 15 años y medio, un beso de tornillo. - Ah, la conversación está en mi cabeza. Bien, muy bien, vamos mejorando...

-¡_-___-__-__! __________ Baumann, ¡se te está yendo la pinza!

En el momento en el que me sorprendo a mí misma analizando cómo suena el nombre «__________ Bieber», me echo sobre la cama, con la cabeza hundida en las almohadas, para intentar frenar esta espiral histérica o grotesca. No sé si reírme o llorar, tengo que llamar a alguien urgentemente. Así evitaré volverme loca del todo y, por ejemplo, dejaré de hablar conmigo misma. Tumbada boca abajo, llamo a la última persona con la que hablé por teléfono, sin comprobar ni siquiera de quien se trata.

Espero nerviosa al otro lado del teléfono.

- ¿Sí?

- ¿Sí? ¿Quién es?

- ¡Eres tú la que me llamas!

- Ah, sí, Camille. No te había reconocido. ¿Qué tal?

- Se te está pirando la pinza, hermana. ¿Te drogan ahí?

- ¡Qué tontería! ¿Por fin te ha dejado dormir Oscar?

- Bfff.... no. Pero no te interesaba en absoluto ayer por la noche. ¿Qué pasa?

- ¿Qué? ¡Nada! Sólo te pregunto si hay alguna novedad. ¿Alex ha vuelto?

- Sí, pero no hace falta que finjas que te importa. De todas formas, prométeme que no te casarás ni tendrás niños. Al menos, no antes de los cuarenta. O nunca. Los bebés son un coñazo, hacen ruido, son monos pero ni siquiera dan conversación. Y, el amor es un desastre... Bueno, como mínimo, no es lo que se cree. ¿Sabes?

- ...

- ¿Ya no me dices nada más? Venga, cuenta, te conozco perfectamente. ¿No necesitabas hablar con tu hermana mayor?

- No, yo... Estoy bien, creo. Suerte con tus dos chicos. Besos.

Pulso frenéticamente el botón de «colgar» para poner fin a ese calvario. ¡Qué ideas de bombero!

¡Menudo éxito esta llamada! Vuelvo a hundir la cabeza en la pila de almohadas, desesperada. ¡Y todo por un beso! De acuerdo, sus labios tienen una dulzura infinita y se han mezclado con los míos en la más perfecta armonía; de acuerdo, su lengua se ha hundido en mi boca con una delicadeza que creía imposible en un hombre y, de acuerdo, tenía un ligero gusto a melocotón sumamente divino pero, al fin y al cabo, ¡no ha sido más que un beso! Intento reponerme y expulsar a esta desconocida, una mezcla de modosita y teatrera, que se ha adueñado de mí. Y, con tanta tontería, no me queda más que una hora para prepararme para nuestra cita. Voy a tener que hacer acopio de dignidad para llevar a cabo la entrevista. Puedo hacerlo. Basta con que no le mire la boca, nunca. Me lo prohíbo.

Tras una larga ducha vigorizante, vuelvo a encontrarme en bragas y sujetador de color blanco ante mi maleta abierta con la ropa hecha un revoltijo. Nada sexy, ni pensarlo, mi ropa tiene que marcar el carácter del encuentro. Pero tampoco nada vulgar. Al fin y al cabo, no deja de ser una cita profesional, Bieber tiene que tomarme en serio. Pero tampoco demasiado clásica, no quiero darle la oportunidad de preguntarse ni un solo segundo cómo ha podido tener ganas de besarme. Me pongo unos vaqueros con un corte bonito. Sí, es una apuesta segura, no puede pasarme nada con estos vaqueros. Una blusa blanca que me echa unos cuantos años encima y un chaleco burdeos que me ciñe lo justo. Me coloco el cuello de la camisa, que intenta rebelarse en uno de los lados. No sé si anudarme el jersey azul marino sobre los hombros. Descarto inmediatamente la idea. Voy a llevárselo, con dignidad e indiferencia, como si fuera un objeto de escaso valor. Me dejo el pelo suelto, me maquillo ligeramente, me pongo mis botines negros y me planto delante del espejo de la habitación.

No está mal. Tengo pinta de adolescente con más pecho de lo normal. O de una mujer disfrazada de niña tristona. Me recojo el pelo en una coleta alta con la esperanza de estar más elegante. Sí, mejor así. Ensayo algunas poses ridículas ante el espejo, pruebo una o dos sonrisas más o menos forzadas y termino por renunciar. Me siento en la gran cama, sin nada que hacer, sólo esperar a que llegue la hora. Me repito mentalmente cientos de veces las preguntas que he pensado plantearle, intento reformularlas una y otra vez y termino encontrando cada una más patética que la anterior.

A las 11.45, salgo de mi habitación con el cuaderno y el bolígrafo en una mano, la otra en el bolsillo y recorro los largos pasillos que llevan a las habitaciones privadas de Justin Bieber. He salido con tiempo de sobra por si acaso me pierdo en el laberinto del castillo, que hubiera sido muy típico en mí.

Y he hecho bien porque, a mitad de camino, me doy cuenta de que me he olvidado el dichoso jersey. A veces, ¡no es fácil ser __________! Después de ir y volver corriendo, a las 12.05 llamo sofocada a la puerta tras la cual el mayordomo me indica que se esconde el «señor».

- Entre.

OK. No podría haberlo dicho de forma más fría, más autoritaria, más desganada. Empezamos bien.

- Llega tarde.

Cien Facetas Del Sr BieberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora