Cap.8

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- Entre.

OK. No podría haberlo dicho de forma más fría, más autoritaria, más desganada. Empezamos bien.

- Llega tarde.

Qué amabilidad la suya ayudándome a sentirme cómoda...

- Sí, pero le he traído su jersey.

- ¿Tanto pesa que le ha hecho retrasarse?

Sólo tiene palabras dulces para mí. ¡Pare de una vez!

- ¿Desea recuperarlo o no? Puedo llevármelo a la habitación.

- No sea tan amarga, _______. Siéntese.

Me señala un amplio sillón de cuero marrón situado al otro lado de un inmenso escritorio de madera maciza tras el que Justin preside la estancia. No me quita los ojos de encima mientras tomo asiento y evito con cuidado su mirada. Su lado tiránico me molesta tanto como me ahoga su carisma. Y su belleza me sigue arrollando. No sé a dónde mirar.

A sus labios no, a sus labios no, a sus labios no... ¡Mírale a la frente!

Abro mi cuaderno e intento articular una frase que se resiste a salir con sonido, carraspeo y vuelvo a empezar.

- He preparado unas preguntas.

- Yo también.

- Ah, ¿va a entrevistarme? ¿Para qué periódico?

No empieces, __________, no le provoques, ¡al final siempre te gana! - Sí, pero quedará entre nosotros.

- Bien. ¿Quién empieza?

- Le concedo el honor, dulce _______.

- ¿Alguna vez cumple alguna regla?

¡Bien hecho! Primera pregunta, primera improvisación. Buen trabajo de periodista. Irás lejos, pequeña.

- Casi nunca, pero puede intentarlo de todos modos. ¿Cuáles?

- Por ejemplo, llamar a las personas por su verdadero nombre. Responder a la entrevista que ha programado. Mostrarse amable con la gente a la que invita...

- Los nombres se sufren, los apodos siempre se eligen con mayor acierto. Estoy respondiendo ahora mismo a sus preguntas. Y la amabilidad no hace más que correr un tupido velo social sobre las pulsiones animales.

Casi nada.

No sé qué responderle, se mezcla en mí un sentimiento de indignación por su altanería, de admiración por sus réplicas mordaces y de desconcierto por las últimas palabras que ha pronunciado. Su bello y elegante rostro no puede ocultar el deseo salvaje que parece dominarle. Creo que nunca me han deseado así. Y no sé cómo luchar contra el deseo que también comienza a nacer en mí. Retoma su monólogo, creo que tanto para provocarme como para controlarse.

- Su silencio es revelador. Está olvidando las convenciones establecidas para abandonarse poco a poco a sus más bajos instintos.

- ¿De verdad está convencido de que tiene siempre razón?

- No siempre, no. A menudo. Simplemente estoy convencido de que se muere de ganas de besarme en este momento. Y yo deseo hacerle cosas todavía peores. Pero hablamos para huir de estas pulsiones, en lugar de ceder a la tentación.

Mientras que representa su escenita de intelectual seductor, se levanta de su gran sillón, da la vuelta al escritorio y se sienta en el borde, frente a mí. Sigo sentada, no puedo apartar la mirada del bulto que deforma su pantalón. Mis ojos en estado de pánico buscan otro punto al que dirigirse y aterrizan en sus labios.

Error fatal...

Me levanto de un respingo para terminar esta relación de dominación que impone por su posición. Y, sin duda, para acercarme a la boca diabólica que me atrae como si de un imán se tratara. Me pone la mano en el hombro y, con un gesto tan sensual como implacable, vuelve a sentarme instantáneamente sobre el sillón.

- Créame, me encantaría. Pero no puedo darle ese beso. No antes de haberle degustado entera. Y ya conozco el sabor exquisito de sus labios. Ahora tengo que degustar su néctar para confirmar la alquimia que presiento. No me gusta equivocarme. Estas son mis condiciones. Lo toma o lo deja.

Dime que estoy soñando. He venido para hacer una entrevista, no he conseguido más que mantener una conversación sin pies ni cabeza, bajo la guardia y ni siquiera me llevo un beso. En lugar de eso, ¿de verdad me está proponiendo lo que yo creo que me está proponiendo? O, más bien, imponiendo...

Estoy demasiado desconcertada para aceptar y demasiado excitada para negarme. Me quedo callada, incapaz de moverme. Creo que todavía no he dicho que sí cuando se inclina delante de mí, pone una rodilla en el suelo, luego la otra, y empieza a recorrer mi muslo con su inmensa mano. Puedo sentir el calor de su palma a través del tejido de mis vaqueros. Me pongo roja, tengo la garganta seca, me siento febril por momentos. ¡Y no sólo en las mejillas! Mi cuerpo retrocede instintivamente cuando acerca los dedos al botón de mi pantalón. Entreabro la boca para hablar pero no consigo articular ni una palabra.

- No me rechace, _______. No lo soportaría.

No me cabe duda alguna de que es la primera y última vez que le oigo suplicarme. Ese murmullo jadeante unido a su mirada colmada de un deseo urgente derriban todas mis barreras. Aliviado,

Justin continúa con la reconquista de mis vaqueros, desabrocha el botón y, al tiempo que baja la cremallera, sube mi deseo. Furioso. Con una habilidad desconcertante, me levanta el culo y me quita el pantalón y la braga a la vez. Sin que me haya dado cuento, ha hecho lo mismo con las botas y los calcetines. Sus dedos tamborilean sobre la fina piel de mis muslos y me ponen la piel de gallina. Sin embargo, el ambiente es más abrasador si cabe cuando inclina la cabeza hacia mi pubis. Intento no pensar en el surrealismo de la situación: yo, medio desnuda, sentada en un sillón de cuero en un despacho lujoso, frente a un millonario arrodillado, listo para devorarme. Me respira durante varios segundos, puedo sentir su aliento caliente sobre mi sexo y empiezo perder la cabeza. Se sumerge al fin entre mis muslos. La primera caricia, lenta y dulce, con la lengua me vuelve loca. No puedo evitar gemir. Los siguientes golpecitos con la lengua son todavía mejores y Justin me coge por el culo para atraerme hacia él y pegar su boca ávida sobre mi sexo. Chupa, cosquillea, rodea y aspira mi clítoris, henchido de deseo. No sé cuánto tiempo voy a poder aguantar. De repente, me arrastra hasta el borde del sillón, con las manos me levanta las piernas y las mantiene separadas, en el aire. Disfruta durante un segundo del espectáculo que le ofrezco y clava su lengua lujuriosa en mi intimidad. Voy a desfallecer. Ignoro la batalla que se disputa en mi interior, ni dónde ni cómo ha aprendido a hacer eso, pero estoy en el paraíso.

Me acerco al orgasmo, clavo las uñas en el cuero de los brazos del sillón y siento su rostro mojado por los flujos de mi placer. Su cabeza dibuja ondas apasionadamente sobre mi sexo y acelera sus movimientos diabólicos al ritmo de mis jadeos. Enajenada por unos temblores incontrolables, tengo que hundir los dedos en su cabello para pedirle que no se mueva más y ponga fin a este sublime suplicio. Sus labios insaciables me devoran más y más y llego al orgasmo en su boca. Un orgasmo desconocido como nunca antes lo había sentido. Para terminar, recoge con la lengua el fruto de mi placer. Se chupa los labios con los ojos cerrados y una sonrisa en la cara.

- Una auténtica delicia. No me había equivocado - murmura dirigiéndose más a él que a mí. Se levanta, vuelve a su escritorio, visiblemente turbado. Estoy en trance y no consigo descifrar su expresión. Se hunde en su sillón, mira por la ventana a lo lejos, frunciendo el ceño, con la frente arrugada. No le había visto nunca así. Sin duda, debería indignarme por esta reacción espantadiza y a todas luces inapropiada, pero me siento extrañamente enternecida. Quizás debería decir algo. Pero, ¿el qué?

- Debería vestirse. Podemos volver a vernos a las 16.00, si sigue queriendo esa entrevista. Reúnase conmigo en las viñas; un lugar público y una bocanada de aire fresco nos sentarán bien. Gracias y adiós.

Cien Facetas Del Sr BieberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora