El sordo golpe del volumen de "Los secretos del Agua" me despertó acurrucada en una postura extraña sobre el destartalado sofá de la biblioteca. Las luces seguían encendidas y a parte del eco provocado por el libro todo continuaba en un monótono silencio. Al incorporarme en el asiento todas las vértebras de mi espalda se quejaron en un crujido encadenado que culminaba en un bostezo dolorido, fruto de la mala cama que me había acompañado esas noches. Miré por si me había visto Guillermo tirar el libro, pero su figura estaba encorvada sobre una pira de papeles revueltos, así que lo recogí y lo puse sobre la mesa que tenía enfrente, no sin antes hacerle un doblez a la página por la que iba.
Ya casi había terminado de leerme el condenado libro, aunque estaba tardando mucho más de lo que en un principio había esperado, ya que muchas de las descripciones hacían referencia a conceptos que desconocía y, como Guillermo estaba tan ocupado, tenía que andar consultando más libros. Aunque la verdad, no me resultaba tan pesado, el motor de la curiosidad y la novedad me habían mantenido estos cinco días prácticamente recluida allí inmersa en los libros, prueba de ello era el rastro que había ido dejando por todas las mesas de la sala.
Me puse las babuchas de conejitos y la manta con la que me había tapado esa noche sobre el fino pijama, y entre bostezos abrí la pequeña nevera que se encontraba tras la mesa; para descubrir que estaba completamente vacía a excepción de dos latas de Burn. Había llegado el momento de volver al piso a por algo de comida, no solo para mi, sino para el zombie de Guillermo que llevaba sin salir de aquella cripta desde que llegué hace casi una semana, y ya de paso para darme una buena ducha. Subí las escaleras haciendo el menor de los ruidos, cogí la linterna que yo misma había dejado justo antes de salir al pasillo oscuro que comunicaba con el trastero del piso, siguiendo las instrucciones que mi abuela me había dado, y recité las palabras mágicas ante el mismo muro que atravesé aquel día.
Al volver al piso el olor a cerrado y las persianas medio bajadas envolvían la salita en un adormilado ambiente, como cuando vuelves de unas largas vacaciones, pero sin sentir esa sensación de hogar característico, más bien como un lugar semi abandonado. La nevera hacía justicia a mi impresión inicial, estando más desierta si cabe que la de la biblioteca, unos yogures muy caducados en una esquina, que tiré en ese momento, era todo cuanto había. En los armarios sólo había latas de conservas y como quince paquetes de café, dejándome con un agujero incómodo en el estómago. Sin más opción decidí llegarme a la tienda de la esquina a comprar algo de comer y de paso curiosear un poco el barrio. Evidentemente suponía saltarme la prohibición de salir del piso, pero pensé que como dice el refrán: "ojos que no ven, corazón que no siente", si era rápido nadie tenía porqué enterarse.
Me vestí en un salto con una sudadera ancha, vaqueros, deportivas y una gorra para pasar desapercibida, y me fui trotando por las escaleras mientras trasteaba el whatsapp.
Al entrar al mini-super mi primera parada fué el stand de las revistas, que tras un breve hojeo me di cuenta de que no me había perdido nada excepcional, hasta que al pasar por los periódicos tiré sin querer varios que estaban apilados en una esquina. Me apresuré a recogerlos antes de que el tendero se diera cuenta, cuando un titular en el interior de uno de ellos me llamó la atención poderosamente.
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Los Secretos del Agua.
VampirosLeo y Sofía ni siquiera se conocen y además pertenecen a dos mundos totalmente diferentes. Pero sus historias, al principio paralelas, convergerán gracias al destino o a la casualidad en una intrigante y peligrosa trama que los llevará a descubrir p...