La piedra del alma negra

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No dormir en toda la noche, es en verdad una mierda, y más cuando tu cabeza no para de trabajar.

Antes de que el sol saliera, Leo ya estaba sentada sobre el sofá en su sala, con una taza de café. Su mente seguía trabajando, como lo había hecho toda la noche. Más precisamente, desde que le cerró la puerta en la cara a Killian. Quería ayudarlo, era como una necesidad imperiosa el darle su apoyo, aunque no entendía el por qué, ya que lo conocía casi nada. Sin embargo, también estaba esa curiosidad por saber qué era lo que esos vampiros querían con una piedra mágica. Es decir, los vampiros no pueden hacer magia y dudaba mucho que una bruja les hiciera algún favor, no es ningún misterio que las brujas y los vampiros no se llevan muy bien. Entonces, la pregunta inquietante, era saber qué hacían con una roca mágica. Por un lado, no debía meterse en una guerra entre vampiros; pero por otro, ¿si lo que estaban tratando de hacer iba más allá de solo la raza de vampiros? ¿Si lo que se traían entre manos perjudicaba a todas las razas, incluyendo a los humanos?

Soltando un suspiro frustrado por ser una tonta, desobedecer a su tía y meterse en problemas «porque de seguro iba a terminar metida en un gran lío», se levantó del sofá y luego de dejar la taza a medio terminar dentro del lavabo de la cocina, se encaminó a la habitación en donde su amiga estaba durmiendo. Se acercó con cuidado a ella, se colocó en cuclillas a un costado de la cama, prendió un poco de savia y dejó que el incienso abarcara todo el cuerpo de Nat. Susurrando al oído de su amiga, como si fuera parte de un sueño, le hizo olvidar todo lo ocurrido del día anterior. Cuando su magia dio resultado, se elevó a su altura y le escribió una nota, avisándole que se iba a la biblioteca y que se quedara en su casa hasta que ella llegara, entonces, se dirigió hacia el lugar donde menos quería estar: la casa de Killian.

Antes de que pudiera llegar a tocar la puerta, ésta se abrió, dejando ver al hermano de Killian, que la observaba elevando una ceja.

—¡Killian, la brujita está aquí! —gritó sobre su hombro.

—No me llames así —espetó Leo.

Ella pasó por su lado, golpeándole el hombro al hacerlo.

—Sí, pasa —mofó Gideon.

—A diferencia de ustedes, no necesito permiso para hacerlo —ironizó sin detener su paso.

—Está en la cocina —le indicó Gideon, mientras cerraba la puerta.

—Sé exactamente dónde está —se jactó Leo.

—Es verdad, ustedes tienen una especie de conexión.

—Sé exactamente dónde están todos.

El vampiro más joven suspiró y se apresuró a llegar a la cocina antes que ella.

—Tu novia acaba de llegar —anunció mirando a Killian.

No era necesario avisarle, él ya sabía que ella estaba ahí.

—Prefiero que me llames bruja —soltó Leo entrando a la cocina, encontrando a Killian sentado en un taburete frente a la isla tomando una taza de café.

—¿Cómo estás, Eleonor? —le preguntó el joven.

—Bien —respondió ella—. ¿Dónde está esa supuesta piedra mágica?

—Pensé que no ibas a ayudarnos —dijo Killian observando con detenimiento a la chica.

—Lo pensé —Habló conforme caminaba hacia él—. Y si esa piedra se convierte en un problema para todos nosotros, incluyendo a los humanos, necesito saberlo. No puedo hacerme a un lado —Killian asintió con la cabeza—. Pero si solo es un problema entre vampiros, regreso por donde vine.

La bruja del barrioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora