Confesiones

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—Lo siento —murmuró Leo desde el quicio de lapuerta de la habitación de Killian.

Luego de la discusión entre ellos, Leo solo se había sentado en el porche de la casa, tratando de escapar de todo, y Killian había desaparecido en su habitación, tratando de acomodar sus ideas y sentimientos.

Recostado en la cama, giró la cabeza para ver a la joven apenada en la puerta del cuarto.

—¿Por cuál parte? —cuestionó con tono duro.

—No me la pondrás fácil, ¿verdad? —Leo se animó a entrar en la habitación y caminó hasta la ventana—. Solo quería venir a New Haven para estudiar, graduarme, y sin perder la cabeza vengar la muerte de mis padres —expresó con la mirada perdida en el cielo—; nunca pensé en que todo se iba a complicar tanto. No me gusta lo que está pasando, no quiero ser parte de todo esto; pero, por alguna extraña razón, creo que ya lo era desde antes de que lo entendiera. Yo... Yo solo quiero una vida normal, tener un trabajo, una hipoteca, quizás hijos. No quiero seguir jugando con la cabeza de mi mejor amiga, ni mucho menos tener que mentirle. Odio todo esto— Se detuvo al sentir la mano de él en su hombro y dejó escapar un suspiro de alivio—... Lo peor de todo es que... te culpo a ti —terminó susurrando.

—Lo sé —dijo Killian suavemente en su oído.

Ella agachó la cabeza.

—Pero sé que no tienes la culpa de lo que está pasando.

—Tal vez no con respecto a la piedra, pero sí por meterte en esto. No debí acudir a ti —Le depositó un delicado beso en el hombro—. Lo siento por eso —susurró.

—Hay algo más entre nosotros y, el no saber bien lo qué es, me está volviendo loca —admitió ella, dejando escapar una lágrima.

Killian cerró los ojos e inspiró profundo.

—Yo estoy igual —confesó—. No entiendo cómo puedo sentir todo lo que siento por ti, sin siquiera conocerte. No lo comprendo —Se tomó un momento antes de seguir—. Pero si te sirve de consuelo, cuando esto acabe y si ya no quieres seguir viendo mi estúpido rostro, o no quieres saber más nada de mí, voy a alejarme; dejaré de espiarte, de perseguirte. Si estás mejor sin mí, prometo alejarme.

—Killian —Ella sentía la respiración de él en su cuello y como todo su cuerpo temblaba expectante.

—Cuando quieras que me aleje, solo pídemelo y lo haré. Prometo cumplir con tu deseo —Leo tembló al escucharlo—. Lo que sea que te haga feliz.

Segundos después ya no estaba detrás de ella.

Leo se giró, pero sabía que él ya ni siquiera se encontraba en la habitación. Con un fuerte dolor en el pecho volvió la mirada hacia la ventana y apoyó la frente contra el vidrio, dejando escapar un pequeño sollozo.

Sabía que debía alejarse de él, que algo más, para lo que ella no estaba preparada, pasaba entre ellos; sin embargo, gran parte de su ser no quería hacerlo. Quería tenerlo para siempre a su lado. Quería que su eternidad fuera uno junto al otro. Ese pensamiento la hizo quedarse estática en el lugar. ¿Por qué estaba tan segura de eso? ¿Por qué no sentía que pensar eso era algo absurdo? ¿Por qué sentía que ya había tenido ese pensamiento más de una vez?

Un fuerte dolor en la sien la obligó a caer de rodillas y apoyar ambas manos en la ventana. Fuertes destellos de ellos juntos se proyectaron como una película de alguien más. Imágenes pasando como diapositivas, se clavaron como puñales en su cabeza.

Ella parada sobre un altar, un libro de alquimia reposaba sobre este. Estaba haciendo un conjuro para la inmortalidad. Lo sabía. Luego de tomar el elixir, sus ojos cambiaron a un color carmesí y luego volvieron a la normalidad. El hechizo estaba hecho, ella lo sabía. Lo que más quería en el mundo era tener inmortalidad para vivir la eternidad con su amado Killian.

La bruja del barrioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora